Musica Para el Alma

jueves, 11 de mayo de 2017

UNA LUZ

Del libro del Apocalipsis 17, 1-18
BABILONIA LA GRANDE
Yo, Juan, tuve otra visión:

Vi a uno de los siete ángeles portadores de las siete copas y, hablando conmigo, me dijo:

«Ven, voy a mostrarte el juicio contra la gran Ramera, la que está sentada sobre muchas aguas, con la que han fornicado los reyes de la tierra, y con la que se han embriagado los moradores de la tierra, con el vino de su prostitución.»

Llevóme en espíritu a un desierto, y vi a una mujer sentada sobre una bestia roja, llena de nombres blasfemos, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y grana; iba adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas; y tenía en su mano una copa de oro, rebosante de abominaciones y de las inmundicias de su prostitución. Sobre su frente llevaba escrito un nombre misterioso: «Babilonia la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra.» Vi a la mujer embriagándose con la sangre de los santos y con la sangre de los testigos de Jesús; y a su vista me asombré grandemente. El ángel me dijo:

«¿De qué te admiras? Yo te declararé el misterio de la mujer y de la Bestia que la lleva, de la Bestia de siete cabezas y diez cuernos. La Bestia que has visto era, pero ya no es; está a punto de subir del abismo pero va a su perdición. Quedarán atónitos los moradores de la tierra, aquellos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida desde la creación del mundo, cuando vean aparecer la Bestia que era y que no es, y que reaparecerá.

Aquí se requiere inteligencia, tener sabiduría. Las siete cabezas son las siete montañas sobre las que está sentada la mujer. Son también siete reyes. Cinco de ellos han caído ya; uno permanece aún; el otro no ha venido todavía. Pero, cuando venga, permanecerá poco tiempo. La Bestia que era y que ya no es hace el octavo rey; y es uno de los siete, pero va a su perdición.

Los diez cuernos que viste son diez reyes, que todavía no han recibido su reino; pero recibirán autoridad como de reyes por una hora, juntamente con la Bestia. No tienen más que una intención: entregar a la Bestia su poder y su autoridad. Lucharán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque es Señor de señores y Rey de reyes; y vencerán también los que con él están, los convocados, los elegidos, los fieles.»

Y continuó el ángel:

«Las aguas que has visto, sobre las cuales está sentada la Ramera, son los pueblos, multitudes, naciones y lenguas. Los diez cuernos que has visto y la Bestia van a aborrecer a la Ramera, la dejarán despojada y desnuda, comerán sus carnes y la consumirán con fuego. Dios ha movido sus corazones para que ejecuten su designio, obrando bajo el mismo y único designio de Dios, y entregarán su soberanía a la Bestia, hasta que se cumplan los oráculos divinos. La mujer que has visto es la gran Ciudad que ejerce la soberanía sobre todos los reyes de la tierra.»
RESPONSORIO    Ap 17, 14; 6, 2
R. Los reyes de la tierra lucharán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, * porque él es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.
V. Le fue dada una corona, y salió como vencedor para alcanzar más victorias.
R. Porque él es Señor de señores y Rey de reyes. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios
(Cap. 36, 1-2; 37-38: Funk 1, 145-149)
MUCHOS SON LOS SENDEROS, PERO UNO SOLO ES EL CAMINO
Éste es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad.

Por él, podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él, quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el resplandor de su gloria y ha llegado a ser tanto mayor que los ángeles, cuanto es más augusto que el de ellos el nombre que ha recibido en herencia.

Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo sus órdenes irreprochables.

Fijémonos en los soldados que prestan servicio bajo las órdenes de nuestros gobernantes: su disciplina, su obediencia, su sometimiento en cumplir las órdenes que reciben. No todos son generales ni comandantes ni centuriones ni oficiales ni todos tienen alguna graduación; sin embargo, cada cual, en el sitio que le corresponde, cumple lo que le manda el rey o cualquiera de sus jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos.

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo. Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.

El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan. El que es casto en su cuerpo no se gloríe de ello, sabiendo que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Consideremos, pues, hermanos, de qué materia fuimos hechos, cuáles éramos al entrar en este mundo; de qué sepulcro y tinieblas nos sacó nuestro Creador, para introducirnos en su mundo, donde ya de antemano, antes de nuestra existencia, nos tenía preparados sus dones.

Por esto debemos dar gracias a aquel de quien nos vienen todos estos bienes, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
RESPONSORIO    Col 1, 18; 2, 12b. 9-10. 12a
R. Él es la cabeza del cuerpo de la Iglesia; él es el principio, el primogénito de entre los muertos; * con él resucitasteis mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Aleluya.
V. En él, en su cuerpo glorificado, habita toda la plenitud de la divinidad e, incorporados a él, alcanzáis también vosotros esa plenitud en él, al ser sepultados con él en el bautismo.
R. Con él resucitasteis mediante la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Aleluya.

ORACIÓN.
OREMOS,
Dios, autor de nuestra salvación y de nuestra liberación, escucha nuestras súplicas, y a quienes redimiste por la sangre de tu Hijo concédeles poder vivir para ti, y en ti gozar de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.