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miércoles, 26 de octubre de 2016

De las Disertaciones de san Atanasio, obispo, Contra los arrianos.

De las Disertaciones de san Atanasio, obispo, Contra los arrianos.
(Disertación 2, 78. 79: PG 26, 311. 314)
LAS OBRAS DE LA CREACIÓN REFLEJO DE LA SABIDURÍA ETERNA
En nosotros y en todos los seres hay una imagen creada de la Sabiduría eterna. Por ello, no sin razón, el que es la verdadera Sabiduría de quien todo procede, contemplando en las creaturas como una imagen de su propio ser exclama: El Señor me creó al comienzo de sus obras. En efecto, el Señor considera toda la sabiduría que hay y se manifiesta en nosotros como algo que pertenece a su propio ser.

Pero esto no porque el Creador de todas las cosas sea él mismo creado, sino porque él contempla en sus creaturas como una imagen creada de su propio ser. Ésta es la razón por la que afirmó también el Señor: El que a vosotros recibe a mí me recibe, pues aunque él no forma parte de la creación, sin embargo en las obras de sus manos hay como una impronta y una imagen de su mismo ser, y por ello, como si se tratara de sí mismo, afirma: El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras.

Por esta razón precisamente la impronta de la sabiduría divina ha quedado impresa en las obras de la creación para que el mundo, reconociendo en esta sabiduría al Verbo, su Creador, llegue por él al conocimiento del Padre. Es esto lo que enseña el apóstol san Pablo: Son manifiestas a ellos las verdades que se pueden conocer acerca de Dios. Bien claro se las manifestó él. Así, desde la creación del mundo, lo invisible de Dios es conocido mediante las obras. Por esto, el Verbo, en cuanto tal, de ninguna manera es creatura, sino el arquetipo de aquella sabiduría de la cual se afirma que existe y que está realmente en nosotros.

Los que no quieren admitir lo que decimos deben responder a esta pregunta: ¿existe o no alguna clase de sabiduría en las creaturas? Si nos dicen que no existe, ¿por qué arguye san Pablo diciendo que, en la sabiduría de Dios, el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría? Y si no existe ninguna sabiduría en las creaturas, ¿cómo es que la Escritura alude a tan gran número de sabios? Pues en ella se afirma: El sabio, lleno de temor, se aparta del mal y con sabiduría edifica su casa.

Y dice también el Eclesiastés: La sabiduría del hombre hace brillar su rostro; y el mismo autor increpa a los temerarios con estas palabras: No digas: ¿cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente? Pues no es de sabios preguntar sobre ello.

Que exista la sabiduría en las cosas creadas queda patente también por las palabras del hijo de Sirac: La derramó sobre todas sus obras, la repartió entre los vivientes, según su generosidad, la regaló a los que lo aman; pero esta efusión de sabiduría no se refiere, en manera alguna, al que es la misma Sabiduría por naturaleza, el cual existe en sí mismo y es el Unigénito, sino más bien a aquella sabiduría que aparece como su reflejo en las obras de la creación. ¿Por qué, pues, vamos a pensar que es imposible que la misma Sabiduría creadora, cuyos reflejos constituyen la sabiduría y la ciencia derramadas en la creación, diga de sí misma: El Señor me creó al comienzo de sus obras? No hay que decir, sin embargo, que la sabiduría que hay en el mundo sea creadora; ella, por el contrario, ha sido creada, según aquello del salmo: El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos.