Musica Para el Alma

domingo, 26 de abril de 2020

LAS LAUDES DEL LUNES 27 ORACIÓN PARA INICIAR EL DIA


Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén

Laudes - LUNES III SEMANA DE PASCUA 2020
Lunes, 27 de abril de 2020.

V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.



Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.



Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.



Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.



Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»



Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.

Himno
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya

Salmodia
Antífona 1: Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Aleluya.
Salmo 83
Añoranza del templo
Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura. (Hb 13,14)
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:

cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.

Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.

Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.

¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo. Aleluya.

Antífona 2: Pueblos numerosos caminarán hacia el monte del Señor. Aleluya.
Is 2,2-5
El monte de la casa del Señor en la cima de los montes
Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento. (Ap 15,4)
Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.

Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:

él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor.»

Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.

De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.

Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Pueblos numerosos caminarán hacia el monte del Señor. Aleluya.

Antífona 3: Decid a los pueblos: «El Señor es rey.» Aleluya.
Salmo 95
El Señor, rey y juez del mundo
Cantaban un cántico nuevo delante del trono, en presencia del Cordero. (cf. Ap 14,3)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.

Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.

Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá
él gobierna a los pueblos rectamente.»

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,

delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Decid a los pueblos: «El Señor es rey.» Aleluya.


Lectura Breve
Rm 10, 8b-10
«Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón», es decir, el mensaje de la fe que nosotros predicamos. Porque, si proclamas con tu boca a Jesús como Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Pues con el corazón
creemos para obtener la justificación y con la boca hacemos profesión de nuestra fe para alcanzar la salvación.

Responsorio Breve
V. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

V. El que por nosotros colgó del madero.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

Primera Lectura
De los Hechos de los apóstoles 8, 26-40
FELIPE BAUTIZA AL EUNUCO DE CANDACE
En aquellos días, un ángel del Señor habló así a Felipe: «Vete hacia eso del mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza, que está solitario.» Felipe se puso en camino, y topó con un eunuco etíope, alto dignatario de Candace, reina de Etiopía, e intendente del tesoro real. Había venido a Jerusalén a adorar a Dios, y ahora estaba de regreso. Iba sentado en su carroza, leyendo en voz alta al profeta Isaías. Dijo el Espíritu a Felipe: «Adelántate y alcanza a esa carroza.» Se adelantó Felipe y, oyendo que leía al profeta Isaías, le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Él respondió: «¿Y cómo lo voy a entender, si no tengo quien me lo explique?» E invitó a Felipe a que subiese y, se sentase a su lado. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste: «Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. En su humillación se le negó todo derecho; ¿quién podrá contar su descendencia? Lo arrancaron de la tierra de los vivos.» Preguntó el dignatario a Felipe: «Por favor, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo, o de algún otro?» Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje de la Escritura, le dio a conocer el mensaje de Jesús. Según iban siguiendo su camino, llegaron a un sitio donde había agua, y el eunuco exclamó: «Aquí hay agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Y mandó parar la carroza. Bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. En cuanto
salieron fuera del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, que ya no se dejó ver másdel eunuco. Éste continuó alegre su camino. Felipe, por su parte, se encontró en Azoto y, pasando de una ciudad a otra, fue anunciando en todas partes la Buena Nueva, hasta llegar a Cesarea.

Responsorio Cf. Is 53, 7. 12; Sal 21, 28
R. Fue conducido como oveja al matadero, y no abría la boca; * fue entregado a la muerte, para dar la vida a su pueblo. Aleluya.

V. Volverán al Señor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos.

R. Fue entregado a la muerte, para dar la vida a su pueblo. Aleluya.

Segunda Lectura
Del comentario de san Beda el Venerable, presbítero, sobre la primera carta de san Pedro
(Cap. 2: PL 93, 50-51)
RAZA ELEGIDA, SACERDOCIO REAL
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Este título honorífico fue dado por Moisés en otro tiempo al antiguo pueblo de Dios, y ahora con todo derecho Pedro lo aplica a los gentiles, puesto que creyeron en Cristo, el cual, como piedra angular, reunió a todos los pueblos en la salvación que, en un principio, había sido destinada a Israel. Y los llama raza elegida a causa de la fe, para distinguirlos de aquellos que, al rechazar la piedra angular, se hicieron a sí mismos dignos de rechazo. Y sacerdocio real porque están unidos al cuerpo de aquel que es rey soberano y verdadero sacerdote, capaz de otorgarles su reino como rey, y de limpiar sus pecados como pontífice con la oblación de su sangre. Los llama sacerdocio real para que no se olviden nunca de esperar el reino eterno y de seguir ofreciendo a Dios el holocausto de una vida intachable. Se les llama también nación consagrada y pueblo adquirido por Dios, de acuerdo con lo que dice el apóstol Pablo comentando el oráculo del Profeta: Mi justo vive de la fe, pero, si
se arredra, le retiraré mi favor. Pero nosotros, dice, no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en los Hechos de los apóstoles dice: El Espíritu Santo os ha encargado guardar el rebaño, como pastores de la Iglesia de Dios,
que él adquirió con la sangre de su Hijo. Nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redimido de Egipto por la sangre del cordero. Por esto Pedro recuerda en el versículo siguiente el sentido figurativo del antiguo relato, y nos enseña que éste tiene su cumplimiento pleno en el nuevo pueblo de Dios, cuando dice: Para proclamar sus hazañas.
Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales. En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan adecuadamente los pecados que nos
perseguían, pero que quedan borrados en el bautismo. La liberación de los hijos de Israel, lo mismo que su marcha hacia la patria prometida, representa también adecuadamente el misterio de nuestra redención: Caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje, de las tinieblas de la noche, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria prometida.

Responsorio 1 Pe 2, 9; Dt 7, 7; 13, 51
R. Vosotros sois linaje escogido, nación santa, pueblo adquirido por Dios, * para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.


V. El Señor os eligió y os sacó de la casa de la esclavitud.

R. Para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.

Lunes, 27 de abril de 2020
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,22-29):

Después de que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el mar. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar notó que allí no había habido más que una barca y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas barcas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan después que el Señor había dado gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús.
Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios». Ellos le preguntaron: «Y, ¿qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?». Respondió Jesús:
«La obra de Dios es esta: que creáis en el que él ha enviado».

Palabra del Señor

Canto Evangélico
Antifona: Trabajad por conseguir no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece y
da vida eterna. Aleluya.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antifona: Trabajad por conseguir no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece y
da vida eterna. Aleluya.

Preces
Glorifiquemos a Cristo, a quien el Padre ha enaltecido dándole en herencia todas las naciones, y digámosle suplicantes:

*Por tu victoria, sálvanos, Señor*.

Señor Jesucristo, que en tu victoria destruiste el poder del abismo, venciendo la muerte y el pecado, — haz que también nosotros venzamos hoy el pecado.

Tú que alejaste de nosotros la muerte y nos has dado nueva vida, — concédenos andar hoy por la senda de esta vida nueva.

Tú que diste vida a los muertos, haciendo pasar a la humanidad entera de la muerte a la vida, — concede el don de la vida eterna a cuantos se relacionarán hoy con nosotros.

Tú que llenaste de confusión a los que hacían guardia ante tu sepulcro y alegraste a los discípulos con tus apariciones, — llena de gozo a cuantos te sirven.

Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.

Porque deseamos que la luz de Cristo alumbre a todos los hombres, pidamos al Padre que
su reino llegue a nosotros: Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación, y líbranos del mal.

Oremos:
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.

Amén.

V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.