Musica Para el Alma

domingo, 16 de septiembre de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro de Ester 3, 1-15
AMAN OBTIENE LA SENTENCIA DE EXTERMINIO CONTRA TODOS LOS JUDÍOS
En aquellos días, el rey Asuero elevó al poder a Amán, hijo de Hamdatá, del país de Agag; lo encumbró, y colocó su asiento por encima de todos los dignatarios que estaban con él; todos los servidores del rey, adscritos a la Puerta Real, doblaban la rodilla y se postraban ante Amán, porque así lo había ordenado el rey.

Pero Mardoqueo ni doblaba la rodilla ni se postraba. Los servidores del rey, adscritos a la Puerta Real, dijeron a Mardoqueo:

«¿Por qué traspasas la orden del rey?»

Y como se lo repitieran día tras día y él no les hiciera caso, se lo comunicaron a Amán, para ver si Mardoqueo persistía en su palabra, pues les había manifestado que él era judío.
Vio Amán que, efectivamente, Mardoqueo no doblaba la rodilla ni se postraba ante él, y se llenó de ira. Y, cuando le notificaron a qué pueblo pertenecía Mardoqueo, no contentándose con poner la mano sobre él solo, intentó exterminar, junto con él, a todos los judíos de todo el reino de Asuero.

El año doce del rey Asuero, el mes primero, que es el mes de Nisán, se sacó el «Pur» (es decir, la suerte) en presencia de Amán, para determinar el día y el mes. Salió el doce, que es el mes de Adar. Amán dijo al rey Asuero:

«Hay un pueblo, disperso y diseminado entre los pueblos de todas las provincias de tu reino, con sus leyes, distintas de las de todos los pueblos, y que no cumple las leyes reales. No conviene al rey dejarlos en paz. Si el rey juzga conveniente publicar un decreto para exterminarlos, yo haré que se entreguen diez mil talentos de plata a los intendentes, para que los ingresen en la cámara del tesoro.»

Entonces el rey, sacándose el anillo de su dedo, se lo entregó a Aman, hijo de Hamdatá, el de Agag, y enemigo de los judíos, y le dijo:

«La plata te la regalo; en cuanto a ese pueblo, haz lo que te parezca.»

El día trece del primer mes fueron convocados los secretarios del rey para escribir, según lo ordenado por Amán, a los sátrapas del rey, a los inspectores de cada provincia y a los jefes de todos los pueblos; a cada provincia según su escritura y a cada pueblo según su lengua. Se escribió en nombre del rey Asuero, se selló con el anillo del rey y se enviaron las cartas, por medio de los correos, a todas las provincias del rey, para exterminar, matar y aniquilar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, y para saquear sus bienes, en el espacio de un solo día, el trece del mes doce, que es el mes de Adar.

El texto de este escrito debía ser promulgado como ley en todas las provincias, y fue puesto en conocimiento de todos los pueblos, a fin de que estuviesen preparados para aquel día. Por orden del rey, partieron los correos apresuradamente. El decreto fue publicado también en la ciudadela de Susa. Mientras el rey y Amán banqueteaban, en Susa reinaba la consternación.
RESPONSORIO    Est 13, 9; Sal 43, 26; Est 13, 17
R. Señor, Rey omnipotente, todo está sometido a tu poder y no hay quien pueda resistir a tu voluntad. * Redímenos por tu misericordia.
V. Escucha nuestra oración y convierte nuestro duelo en alegría.
R. Redímenos por tu misericordia.
SEGUNDA LECTURA
Del Sermón de san Agustín, obispo, Sobre los pastores
(Sermón 46, 3-4: CCL 41, 530-531)
LOS PASTORES QUE SE APACIENTAN A SÍ MISMOS
Veamos, pues, lo que dice a los pastores que se apacientan a sí mismos la palabra divina que a nadie adula: Os bebéis su leche, os vestís con su lana; y matáis a las mejor alimentadas, pero no apacentáis las ovejas. No fortalecéis a las débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las heridas; no recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas, y las habéis dominado con crueldad y violencia. Al no tener pastor, se desperdigaron mis ovejas.

De estos pastores que se apacientan a sí mismos y no a las ovejas se dice aquí lo que buscan y lo que, por el contrario, olvidan. ¿Qué es lo que buscan? Os bebéis su leche, os vestís con su lana. Sobre ello dice el Apóstol: ¿Quién planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no se aprovecha de la leche? Los bienes, por tanto, que el pueblo ofrece para el sustento de la vida corporal de sus prelados son como la leche del rebaño. Pues de esto precisamente hablaba el Apóstol en el lugar que os he recordado.

Si bien el Apóstol eligió para sí trabajar con sus propias manos, con el fin de no tener que buscar ni tan sólo la leche de sus ovejas, afirmó, con todo, que tenía derecho a recibir esta leche, como lo había establecido el Señor al decir que quienes anuncian el Evangelio vivan del Evangelio; y en otro lugar afirma también que otros coapóstoles suyos usaron de este derecho que les había sido dado y que no habían usurpado. Al renunciar él a este su derecho fue más allá de su obligación, pero no exigió que los otros hicieran lo mismo. Quizá se refiera también a esto mismo aquello que se nos dice del buen samaritano que condujo al que había encontrado herido a la posada y dijo al posadero: Si gastas algo más, ya te lo abonaré a mi vuelta.

¿Qué más debemos añadir sobre estos pastores que no andan tras la leche de sus rebaños? Sin duda debemos afirmar que son más misericordiosos o, mejor dicho, que realizan con más largueza su deber de mostrar misericordia. Pueden obrar así y, según esta posibilidad que tienen, así obran. Alabemos a los que actúan de esta manera, pero no condenemos a los que se comportan de otro modo. Ya que el mismo Apóstol, aunque no buscaba los bienes que se le ofrecían, deseaba, sin embargo, que las ovejas dieran su fruto y no las quería estériles ni sin leche.
RESPONSORIO    Ez 34, 15-16
R. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -dice el Señor-. * Buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas.
V. Curaré a las enfermas y cuidaré de las fuertes y robustas.
R. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré las descarriadas.

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, creador y soberano de todas las cosas, vuelve a nosotros tus ojos de bondad y haz que te sirvamos con todo el corazón, para que experimentemos los efectos de tu misericordia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.