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domingo, 16 de julio de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del segundo libro de Samuel 2, 1-11; 3, 1-5
DAVID ES UNGIDO EN HEBRÓN COMO REY DE JUDÁ
En aquellos días, consultó David al Señor: «¿Debo subir a alguna de las ciudades de Judá?» El Señor respondió:

«Sube.»
Preguntó David:
«¿A cuál subiré?»
Respondió el Señor:
«A Hebrón.»

Subió allí David con sus dos mujeres, Ajinoam de Yizreel y Abigail, la mujer de Nabal de Carmelo. David hizo subir a los hombres que estaban con él, cada cual con su familia, y se asentaron en las ciudades de Hebrón. Llegaron los hombres de Judá y ungieron allí a David como rey sobre la casa de Judá.

Comunicaron a David que los hombres de Yabés de Galaad habían sepultado a Saúl, y David envió mensajeros a los hombres de Yabés de Galaad para decirles:

«Benditos seáis del Señor por haber hecho esta misericordia con Saúl, vuestro señor, dándole sepultura. Que el Señor sea con vosotros misericordioso y fiel. También yo os trataré bien por haber hecho esto. Y ahora, tened fortaleza y sed valerosos, pues murió Saúl, vuestro señor, pero la casa de Judá me ha ungido a mí por rey suyo.»

Abner, hijo de Ner, jefe del ejército de Saúl, tomó a Isbaal hijo de Saúl y lo hizo pasar a Majanáyim. Lo proclamó rey sobre Galaad, sobre los aseritas, sobre Yizreel, sobre Efraím y Benjamín y sobre todo Israel. Cuarenta años tenía Isbaal, hijo de Saúl, cuando fue proclamado rey; reinó dos años. Solamente la casa de Judá siguió a David. El número de días que estuvo David en Hebrón como rey de la casa de Judá fue de siete años y seis meses.

Se prolongó la guerra entre la casa de Saúl y la casa de David, pero David se iba fortaleciendo, mientras que la casa de Saúl se debilitaba.

David tuvo hijos en Hebrón. Su primogénito Ammón, hijo de Ajinoam de Yizreel; el segundo, Kilab, de Abigaíl, mujer de Nabal de Carmelo; el tercero, Absalón, hijo de Maaká, la hija de Talmay, rey de Guesur; el cuarto, Adonías, hijo de Jagguit; el quinto, Sefatías, hijo de Abital; el sexto, Yitream, de Eglá, mujer de David. Éstos le nacieron a David en Hebrón.
RESPONSORIO    Gn 49, 10. 8
R. No se apartará de Judá el cetro, ni el bastón de mando de entre sus rodillas, * hasta que venga aquel a quien le está reservado, a quien rendirán homenaje las naciones.
V. A ti, Judá, te alabarán tus hermanos, se inclinarán ante ti los hijos de tu padre.
R. Hasta que venga aquel a quien le está reservado, a quien rendirán homenaje las naciones.
SEGUNDA LECTURA
De los libros de las Morales de san Gregorio Magno, papa, sobre el libro de Job.
(Libro 3, 15-16: PL 75, 606-608)
SI ACEPTAMOS DE DIOS LOS BIENES, ¿NO VAMOS A ACEPTAR LOS MALES?
El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Llevamos este tesoro en vasos de barro. En el bienaventurado Job, el vaso de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor y no hay otro: artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha. En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?
RESPONSORIO    Jb 2, 10; 1, 21-22
R. Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? * El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor.
V. En todo esto no pecó Job, ni dijo nada insensato contra Dios.
R. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor.

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino recto, concede a todos los cristianos que se aparten de todo lo que sea indigno de ese nombre que llevan, y que cumplan lo que ese nombre significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.