Musica Para el Alma

domingo, 26 de marzo de 2017

LECTURA LARGA

De la carta a los Hebreos 7, 11-28
EL SACERDOCIO ETERNO DE CRISTO
Hermanos: Si la perfección hubiese venido por el sacerdocio levítico (pues en él se fundaba la legislación del pueblo), ¿qué necesidad había de suscitar otro sacerdote según el rito de Melquisedec, y no según el rito de Aarón?

Cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambió también la ley. Pues bien, aquel de quien dice estas cosas la Escritura pertenece a una tribu distinta de la de Leví, y de ella nadie se consagró nunca al altar. Todo el mundo sabe que nuestro Señor nació de la tribu de Judá, de la que nada dijo Moisés referente al sacerdocio.

Y esta sustitución de la leyes todavía más evidente si surge otro sacerdote según el rito de Melquisedec, que ha sido constituido tal, no por una ley de prescripción carnal, sino por el poder de una vida indestructible. Así Dios afirma de él: «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»

Y, así, queda abrogada la ordenación anterior por razón de su ineficacia e inutilidad, pues la ley no llevó nada a su perfección, ya que no era más que una introducción a una esperanza mejor, por la cual nos acercamos a Dios.

Y este sacerdote no fue constituido sin juramento por parte de Dios. Aquéllos lo fueron sin juramento, pero éste fue constituido con juramento, pronunciado por aquel que le dijo: «Juró el Señor y no se arrepentirá: tú eres sacerdote para siempre.» Así, Jesús se hace fiador de una alianza mucho más excelente que la primera. Y mientras aquéllos fueron constituidos sacerdotes en gran número, porque la muerte les impedía perdurar en su sacerdocio, éste, como permanece para siempre, tiene un sacerdocio eterno. De aquí que tiene poder para llevar a la salvación definitiva a cuantos por él se vayan acercando a Dios, porque vive para siempre para interceder por ellos.

Y tal era precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, sin maldad, sin mancha, excluido del número de los pecadores y exaltado más alto que los cielos. No tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer víctimas cada día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Esto lo hizo una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo. Y es que la ley constituyó sumos sacerdotes a hombres sometidos a fragilidad; en cambio, la palabra de aquel juramento posterior a la ley constituyó al Hijo sumo sacerdote perfecto para siempre.
RESPONSORIO    Hb 5, 5. 6; 7, 20. 21
R. Cristo no se dio a sí mismo la gloria del sumo sacerdocio, sino que la recibió de aquel que le dijo: * «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»
V. Los sacerdotes de la antigua ley fueron constituidos sin juramento, pero Jesús fue constituido con juramento, pronunciado por aquel que le dijo:
R. «Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec.»