Musica Para el Alma

sábado, 14 de enero de 2017

lectura larga

De la carta a los Romanos 4, 1-25
ABRAHAM FUE JUSTIFICADO POR SU FE
Hermanos: ¿Qué diremos respecto de Abraham, nuestro progenitor natural? Si Abraham fue justificado por las obras, tiene un título de gloria, pero no lo tiene ante Dios. Porque, vamos a ver, ¿qué dice la Escritura? «Abraham creyó a Dios, y Dios estimó su fe como justificación.» El salario del que ejecuta un trabajo no es estimado como un favor, sino como una deuda; pero la fe del que sin hacer obra alguna cree en aquel que justifica al pecador es estimada por Dios como justificación.

Del mismo modo, proclama también David bienaventurado al hombre a quien Dios confiere la justificación, haciendo caso omiso de las obras: «Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.»

Ahora bien, esta proclamación de felicidad ¿recae solamente sobre los circuncisos o también sobre los incircuncisos? Ya que decimos que Dios estimó la fe de Abraham como justificación. Pero, ¿cómo la estimó? ¿Después de la circuncisión o antes? No cuando estaba circuncidado, sino cuando todavía estaba sin circuncidar. Y la señal de la circuncisión la recibió como sello de la justificación por la fe, justificación que, incircunciso todavía, poseía ya. De este modo, viene a ser padre de todos los creyentes no circuncidados, para que también a éstos se les impute la justificación. Y asimismo viene a ser padre de los circuncisos, de aquellos que no sólo tienen la circuncisión, sino que también siguen las huellas de la fe que tenía nuestro padre Abraham antes de ser circuncidado.

No se vinculó tampoco al cumplimiento de la ley, sino a la justificación por la fe, la promesa hecha a Abraham y a su posteridad de poseer en herencia el mundo. En efecto, si los sometidos a la ley son los herederos, la fe no tiene razón de ser, y la promesa queda sin valor alguno.

La ley trae consigo la cólera de Dios; que donde no hay ley, no hay transgresión. Por consiguiente, la transmisión de las promesas es por la fe, para que todo sea gratuito. Así las promesas tienen valor para todos los descendientes de Abraham, no sólo para los sometidos a la ley, sino también para los que tienen la fe de Abraham. Él es padre de todos nosotros, como de él dice la Escritura: «Te he constituido padre de muchas naciones.» Es nuestro padre ante Dios, en quien creyó, Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.

Abraham, esperando en Dios contra toda esperanza, tuvo fe; y así llegó a ser padre de muchas naciones, según el oráculo: «Así de numerosa será tu descendencia.» Y no flaqueó en la fe, al considerar su cuerpo ya marchito (era casi centenario) y la incapacidad generativa de Sara; y, ante la promesa de Dios, no vaciló, dejándose llevar de la incredulidad; sino que, fortalecido por la fe, dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios, que lo había prometido, tenía también poder para cumplirlo. Por eso, estimó Dios su fe como justificación.

Pero no solamente por él dice la Escritura que Dios estimó su fe, sino que lo dice también por nosotros. Dios estimará nuestra fe como justificación, creyendo como creemos en aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús, nuestro Señor, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación.
RESPONSORIO    Hb 11, 17. 19; Rm 4, 17
R. Por la fe, puesto a prueba, ofreció Abraham a Isaac; y ofrecía a su unigénito, a aquel que era el depositario de las promesas; * concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.
V. Creyó en aquel que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo que no es.
R. Concluyó de todo ello que Dios podía resucitarlo de entre los muertos.