*LAS LAUDES Y LAS VISPERAS*
Abre,
Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los
pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi
sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y
merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro
Señor. Amén
*Santa María Micaela del Santísimo
Sacramento*
*Lunes, XI semana del Tiempo Ordinario*,
Salterio: lunes de la tercera semana
*Laudes*
Inicio
†
(Se hace la señal de la cruz sobre
los labios mientras se dice:)
V/. -Señor,
Ábreme los labios.
R/. -Y mi boca proclamará tu alabanza.
(En Laudes puede omitirse el Salmo
con su antífona)
Salmo 94: Invitación a la alabanza divina
Ant: Entremos
a la presencia del Señor, dándole gracias.
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este
«hoy» (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
-se repite la antífona
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
-se repite la antífona
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
-se repite la antífona
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
-se repite la antífona
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
"Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso."»
-se repite la antífona
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Entremos
a la presencia del Señor, dándole gracias.
Himno
Llenando el mundo, el sol abre
la mañana más y más.
La luz que transcurre ahora
aún más pura volverá.
Descansa el peso del mundo
en alada suavidad,
teje la santa armonía
del tiempo en la eternidad.
Vivir, vivir como siempre;
vivir en siempre, y amar,
traspasado por el tiempo,
las cosas en su verdad.
Una luz única fluye,
siempre esta luz fluirá
desde el aroma y el árbol
de la encendida bondad.
Todo en rotación diurna
descansa en su más allá,
espera, susurra, tiembla,
duerme y parece velar,
mientras el peso del mundo
tira del cuerpo y lo va
enterrando dulcemente
entre un después y un jamás.
Gloria al Padre omnipotente,
gloria al Hijo, que él nos da,
gloria al Espíritu Santo,
en tiempo y eternidad. Amén.
Primer Salmo
Salmo 83: Añoranza del templo
Ant: Dichosos
los que viven en tu casa, Señor.
Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la
futura (Hb 13,14)
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, oh Dios, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios
que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria;
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Dichosos
los que viven en tu casa, Señor.
Cántico AT
Isaías 2, 2-5: El monte de la casa del Señor en la cima de los
montes
Ant: Venid,
subamos al monte del Señor.
Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento (Ap
15,4)
Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:
Él nos instruirá en sus caminos
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la ley,
de Jerusalén, la palabra del Señor».
Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Venid,
subamos al monte del Señor.
Segundo Salmo
Salmo 95: El Señor, rey y juez del mundo
Ant: Cantad al
Señor, bendecid su nombre.
Cantaban un cántico nuevo delante del trono, en presencia del
Cordero (cf. Ap 14,3)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente».
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Cantad al
Señor, bendecid su nombre.
Lectura Bíblica
St 2,12-13
Hablad y
actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad, Pues el juicio
será sin misericordia para el que no practicó la misericordia. La misericordia
se ríe del juicio.
V/. Bendito
el Señor. Ahora y por siempre.
R/. Bendito
el Señor. Ahora y por siempre.
V/. El único
que hace maravillas.
R/. Ahora y
por siempre.
V/. Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Bendito
el Señor. Ahora y por siempre.
Lectura Bíblica
V/. Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte.
R/. Yo, Dios, tu Dios.
Débora y Barac
Jc 4,1-24
En aquellos días, después que murió Ehud, los israelitas volvieron
a hacer lo que el Señor reprueba, y el Señor los vendió a Yabín, rey cananeo
que reinaba en Jasor; el general de su ejército era Sísara, con residencia en
Jaroset de los Pueblos. Los israelitas gritaron al Señor, porque Sísara tenía
novecientos carros de hierro y llevaba ya veinte años tiranizándolos.
Débora, profetisa, casada con Lapidot, gobernaba por entonces a
Israel. Tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la
serranía de Efraín, y los israelitas acudían a ella para que decidiera sus
asuntos. Débora mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, de Cadés de Neftalí, y
le dijo:
«Por orden del Señor, Dios de Israel, ve a alistar gente y reúne
en el Tabor diez mil hombres de Neftalí y Zabulón; que a Sísara, general del
ejército de Yabín, yo te lo llevaré junto al torrente Quisón, con sus carros y
sus tropas, y te lo entregaré.»
Barac replicó:
«Si vienes conmigo, voy; si no vienes conmigo, no voy.»
Débora contestó:
«Bien. Iré contigo. Ahora, que no será tuya la gloria de esta
campaña que vas a emprender, porque a Sísara lo pondrá el Señor en manos de una
mujer.»
Luego se puso en camino para reunirse con Barac, en Cadés. Barac
movilizó en Cadés a Zabulón y Neftalí; diez mil hombres lo siguieron, y también
Débora subió con él. Jéber, el quenita, se había separado de su tribu, de los
descendientes de Jobab, suegro de Moisés, y había acampado junto a la encina de
Sananín, cerca de Cadés. En cuanto avisaron a Sísara que Barac, hijo de
Abinoán, había subido al Tabor, movilizó sus carros -novecientos carros de
hierro- y toda su infantería, y avanzó desde Jaroset hasta el torrente Quisón.
Débora dijo a Barac:
«¡Vamos! Que hoy mismo pone el Señor a Sísara en tus manos. ¡El
Señor marcha delante de ti!»
Barac bajó del Tabor, y tras él sus diez mil hombres. Y el Señor
desbarató a Sísara, a todos sus carros y todo su ejército, ante Barac; tanto,
que Sísara tuvo que saltar de su carro de guerra y huir a pie. Barac fue
persiguiendo al ejército y los carros hasta Jaroset de los Pueblos. Todo el
ejército de Sísara cayó a filo de espada, no quedó ni uno.
Mientras tanto, Sísara había huido a pie hacia la tienda de Yael,
esposa de Jéber, el quenita, porque había buenas relaciones entre Yabín, rey de
Jasor, y la familia de Jéber, el quenita. Yael salió a su encuentro y lo
invitó:
«Pasa, señor; pasa, no temas.»
Sísara pasó a la tienda, y Yael lo tapó con una manta. Sísara le
pidió:
«Por favor, dame un poco de agua, que me muero de sed.»
Ella abrió el odre de la leche, le dio a beber y lo tapó. Sísara
le dijo:
«Ponte a la entrada de la tienda y, si viene alguno y te pregunta
si hay aquí alguien, le dices que nadie.»
Pero Yael, esposa de Jéber, agarró un clavo de la tienda, cogió un
martillo en la mano, se le acercó de puntillas y le hundió el clavo en la sien,
atravesándolo hasta la tierra. Sísara, que dormía rendido, murió. Barac, por su
parte, iba en persecución de Sísara. Yael le salió al encuentro y le dijo:
«Ven, te voy a enseñar al hombre que buscas.»
Barac entró en la tienda: Sísara yacía cadáver, con el clavo en la
sien.
Dios derrotó aquel día a Yabín, rey cananeo, ante los israelitas.
Y éstos se fueron haciendo cada vez más fuertes frente a Yabín, rey cananeo,
hasta que lograron aniquilarlo.
R/. Lo débil del mundo lo ha escogido Dios para humillar el poder, de
modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor, pues la fuerza se
realiza en la debilidad.
V/. Dios ha escogido lo que no cuenta para anular a lo que cuenta.
R/. Pues la fuerza se realiza en la debilidad.
Nuestra oración es pública y común
San Cipriano, obispo y mártir
Tratado sobre el Padrenuestro
(Caps. 8-9: CSEL 3,271-272)
Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que
hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo
por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en los cielos», ni: «El pan mío
dámelo hoy», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de
nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en la
tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando
oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el
pueblo somos como uno solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la
unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a
todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno
de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en
unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al
enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en
nuestra oración: Entonces - dice- los tres, al
unísono, cantaban himnos y bendecían a Dios. Oraban los tres al
unísono, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.
Por eso, fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella
plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron
también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del
Señor. Todos ellos - dice la Escritura- se dedicaban a
la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas Maria, la madre de
Jesús, y con sus hermanos. Se dedicaban a la oración en común,
manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que
hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y
eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy
amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras
y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una
enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vosotros
- dice el Señor- rezad así: «Padre nuestro, que estás en los
cielos».
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su
gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a
ser hijo. La Palabra vino a su casa - dice el Evangelio-
y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da
poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que
ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer
profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre
suyo al Dios que está en los cielos.
R/. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te
alabaré.
V/. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las
naciones.
R/. En medio de la asamblea te alabaré.
*Lecturas
de la 11ª Semana del Tiempo Ordinario Ciclo B*
Lunes, 14 de junio de 2021
Evangelio
*Lectura
del santo evangelio según san Mateo (5,38-42)*
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo:
"Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis
frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla
derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la
túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla,
acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo
rehuyas.»
Palabra del Señor
Cántico Evangélico
Ant: Bendito
sea el Señor, Dios nuestro.
†
(Se hace la señal de la cruz
mientras se comienza a recitar)
Bendito sea el Señor, Dios de
Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Bendito
sea el Señor, Dios nuestro.
Preces
Invoquemos a Dios, que puso en el mundo a los hombres para que trabajasen
concordes para su gloria, y pidamos con insistencia:
*Haz que te glorifiquemos, Señor*.
·
- Te bendecimos, Señor, creador del universo,
porque has conservado nuestra vida hasta el día de hoy.
· - Míranos
benigno, Señor, ahora que vamos a comenzar nuestra labor cotidiana;
haz que, obrando conforme a tu voluntad, cooperemos en tu obra.
· - Que
nuestro trabajo de hoy sea provechoso para nuestros hermanos,
y así todos juntos edifiquemos un mundo grato a tus ojos.
· - A
nosotros y a todos los que hoy entrarán en contacto con nosotros,
concédenos el gozo y la paz.
Se pueden añadir algunas
intenciones libres.
Llenos de alegría por nuestra
condición de hijos de Dios, digamos confiadamente:
Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;
venga a
nosotros tu reino;
hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos
dejes caer en la tentación,
y
líbranos del mal.
Final
Señor
Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y
nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus
mandatos; para que, con tu auxilio, alcancemos la salvación ahora y por
siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Si el que preside no es un
ministro ordenado, o en el rezo individual:
†
(Se hace la señal de la cruz
mientras se dice:)
V/. El Señor
nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.
Si el que preside es un
ministro ordenado, utiliza una de estas dos fórmulas finales:
(Fórmula larga)
V/. El Señor
esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
V/. La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros
corazones y vuestros pensamientos en el conocimiento y el amor de Dios y de su
Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.
V/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y
Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
(Fórmula breve)
V/. El Señor
esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
V/. La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y
Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
Si se despide a la asamblea
se añade:
V/. Podéis ir
en paz.
R/. Demos gracias a Dios.
*Santa María Micaela del Santísimo
Sacramento*
Micaela significa: Dios es mi fuerza.
Esta mujer heroica que nació en Madrid España en 1809, tuvo que
pasar por situaciones verdaderamente amargas, antes de llegar a la santidad.
Era todavía muy joven cuando murió su madre. Su padre murió también
inesperadamente. Su hermano Luis pereció en un accidente al caerse de un
caballo, y su hermanita Engracia fue llevada imprudentemente por una niñera a
ver la escena del ahorcamiento de un criminal y la jovencita al ver esta escena
se enloqueció. Le quedaba una hermana, Manuela, pero esta tuvo que salir al
destierro porque los enemigos políticos de su esposo se apoderaron del
gobierno.
Recibió una educación muy seria. Empieza un noviazgo, y después de
tres años de amistad muy armoniosa, y muy santa con su novio, este de un
momento a otro se aleja, porque sus familiares se lo han ordenado así. Entonces
las lenguas maledicientes se dedican a hablar mal de Micaela. Ella en su
autobiografía añade: "En vez de hablar de esto con mis amistades, lo que
hacíamos era llevar cuenta de los rezos que hacíamos, y ver quién había rezado
más".
Su hermano fue nombrado embajador en París, y después en Bruselas
(Micaela era de familia de alta clase social española). Ella tuvo que
acompañarlo y entonces empezó una vida muy especial: madrugar muchísimo para
alcanzar a hacer sus prácticas de piedad, ir a la Santa Misa, comulgar y
aprovechar la mañana para hacer sus obras de caridad. De mediodía en adelante
asistir a banquetes diplomáticos, bailes, funciones de teatro, salir de paseo a
caballo, rodeada de gente de la aristocracia y mostrarse siempre alegre y
sonriente a pesar de los dolores continuos de estómago a causa de una especie
de cáncer que parecía devorarle el vientre.
Ante tantísimos peligros para su virtud, lo que conservaba en
gracia de Dios a la joven y elegante Micaela era su comunión diaria, las
mortificaciones que hacía y el haber encontrado un santo director espiritual,
el Padre Carasa. Una de sus mortificaciones consistía en que cuando iba a
funciones de teatro (donde la gente se presenta muy deshonestamente vestida)
ella se colocaba unos anteojos que por más que esforzara la vista no le dejaban
ver lo que pasaba en el escenario.
Mientras por las tardes y noches tenía que estar en las labores
mundanas de la diplomacia, por las mañanas estaba visitando pobres, enfermos e
iglesias muy necesitadas y dejando en todas partes copiosas limosnas (su
familia era muy adinerada). Nadie podía imaginar al verla tan elegante en las
fiestas sociales, que esa mañana la había pasado visitando casuchas y ayudando
a gentes abandonadas.
Al volver a España la invitaron en Burdeos a una reunión en la
casa del Cónsul. Allí la esperaba el Sr. Arzobispo para pedirle que hiciera de
mediadora frente a unas monjitas que engañadas por un jansenista (los
jansenistas son herejes que dicen que quien no es santo no puede recibir ningún
sacramento) se habían rebelado contra el arzobispo. Micaela, aprovechando su
admirable simpatía que le hacía ganarse a las gentes, se fue al convento y
obtuvo que las religiosas hicieran unos días de Ejercicios Espirituales, y al
final de esos Retiros, las monjitas, presididas por nuestra santa, hicieron la
paz con el Sr. Arzobispo.
El Padre Carasa le recomendó que al volver a Madrid se
entrevistara con una dama muy santa llamada María Ignacia Rico. Así lo hizo y
entonces aquella caritativa mujer la llevó al hospital San Juan de Dios, donde
estaban las mujeres de mala vida que caían enfermas. La santa afirma que
"allí sufren el olfato, la vista, el tacto, los oídos" y que
"todos los sentimientos tienen allí ocasión para padecer". Micaela ni
siquiera sabía que existía esa clase de mujeres y nunca se había imaginado que
los hombres dieran un trato tan injusto y cruel a esas pobres criaturas,
después de haberlas corrompido.
Aquel espectáculo del hospital fue para Micaela como una
revelación del cielo. Y cuando supo no sólo la situación horrorosa de esas
pobres muchachas enfermas en el hospital, sino la espantosa vida que les
esperaba cuando salieran de allí, pensó que era absolutamente necesario hacer
algo concreto para ayudarlas. Y con su amiga María Ignacia consiguieron una
casita para llevar allí las muchachas en peligro para preservarlas, y a las que
ya habían sido víctimas, para redimirlas y salvarlas.
Y sucedió entonces que alrededor de Micaela hubo una verdadera
tormenta de incomprensiones y abandonos aun de sus mejores amistades. Ahora se
cumplía la antigua frase de San Ignacio: "El mundo no tiene oídos para
poder escuchar tan grande estruendo". ¿A quién se le iba a ocurrir que una
mujer de la más alta clase social, emparentada con las familias más ricas y
famosas de la capital, se fuera a dedicar a cuidar prostitutas o mujeres de
mala vida? Todas sus antiguas amistades se negaron a ayudarle, y ya ni la
reconocían como amiga.
Y luego sucedió lo que ninguno había esperado: Micaela dejó su
casa elegante en un barrio rico y se fue a vivir con unas pobres mujeres de
mala vida en una casucha miserable, para poder transformarlas en personas
honradas y santas.
Al Sr. Arzobispo le llevan cuentos y calumnias y entonces él envía
a un sacerdote para que saque de la Casa de Micaela el Santísimo Sacramento.
Cuando el sacerdote llega, la santa se dedica a orar por él, y éste, después de
rezar unos minutos de rodillas, cambia de parecer y se va sin llevarse el
Santísimo Sacramento.
Le llega un director espiritual demasiado rígido que el prohibe
hacer caso a los mensajes interiores que Dios le da. Una voz le dice:
"Micaela, se va a incendiar la sacristía", pero ella no puede hacer
caso a esto, y tiene que dejar que suceda. Otra voz le dice: "Le echaron
veneno a la comida", pero como el director le prohibió hacer caso a esas
voces empieza a comer. Sólo que al sentir el sabor tan desagradable de aquel
alimento, se dice: "Aunque fuera sin voces, yo no me comería esto por lo
asqueroso", y se detiene. Pero alcanza a enfermarse bastante.
Afortunadamente, en vez de ese equivocado director le llega un santo de primera
clase, a dirigirla, es San Antonio María Claret, y bajo su dirección sí puede
progresar grandemente en santidad.
Son las diez de la mañana y no hay con qué hacer desayuno para
tantas jóvenes. Llega un misionero de Filipinas y la santa le cuenta su
terrible situación. El misionero le entrega una moneda de oro que le han
regalado. Corren a comprar alimentos, y las muchachas exclaman: - ¡La superiora
nos estaba haciendo una broma diciendo que no había comida! ¡Miren qué
abundante comida nos tenía por ahí guardada!.
Cuenta Micaela en su autobiografía: "N.N. es una muchacha que
me ha hecho muchos robos y me ha inventado cuentos horrendos. Pero yo la sigo
tratando con gran cariño, como si fuera mi mejor amiga". Más adelante
añade: "Las gentes me viven inventando mil cosas malas que nunca he hecho
y ni siquiera he pensado… pero bendito sea Dios que de lo malo que sí he hecho
no saben nada!".
Un día va a una casa de citas a rescatar a una muchacha a la cual
tiene allá obligada. La insultan, le lanzan piedras, le dicen todas las
vulgaridades que nunca había escuchado, pero ella sigue sonriendo como si
estuviera recibiendo honores, sale por entre esa multitud infernal, llevándose
a la muchacha y salvándola para siempre.
La reina de España que la aprecia mucho la invita al palacio para
pedirle unos consejos. Entonces Micaela que en otros tiempos era una de las
mujeres más elegantemente vestidas de la capital, se va allá con vestidos
viejos y desteñidos. Las damas de la corte se burlan de ella y ni siquiera le
contestan el saludo, pero ella sale de aquel palacio muy contenta, porque pudo
practicar la virtud de la humildad.
Una mujer mala le inventa tremendas calumnias. El obispo llama a
nuestra santa y le lanza el regaño más espantoso. El Padre Director Espiritual,
P. Carasa, le niega hasta el saludo. Micaela no se defiende. Ella recuerda lo
que decía San Francisco de Sales: "Dios sabe qué tanta cantidad de buena
fama necesito, y El me concederá la suficiente buena fama para que pueda seguir
trabajando por las almas". Después saben que todo lo que habían dicho eran
calumnias, y le piden excusas. Ella mientras tanto no había perdido la alegría
ni la paz.
El 6 de enero de 1859, con siete compañeras funda la Comunidad de
Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, dedicadas a adorar a Cristo
Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y
a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.
Su comunidad se extendió por Barcelona, Valencia y Burgos y ahora
tiene 1,750 religiosas en el mundo en 178 casas.
Ella escribiendo a sus religiosas les decía: "Difícil
encontrar otra fundadora de comunidad que haya sido más acusada, más calumniada
y más regañada que yo. Mis acciones las juzgan de la peor manera posible".
Pero también podía repetir las palabras de San Pablo: "Poco me interesa lo
que las gentes están diciendo de mí. Mi juez es Dios".
En sus casas mandaba colocar esta bella frase, un mensaje de Dios
a sus religiosas para que no se desanimaran en la pobreza y en las
dificultades: "MI PROVIDENCIA Y TU FE, MANTENDRAN LA CASA EN PIE".
La Madre Micaela había estado socorriendo a los enfermos en la
peste de tifo negro en los años 1834, 1855 y 1856, y había logrado no
contagiarse. Pero en el año 1856 al saber que en Valencia había estallado la
terrible peste del tifo, se fue allí a socorrer a los apestados. Y se contagió
de la mortal enfermedad.
Al padre confesor le dijo: "Padre, esta es mi última
enfermedad". Y en verdad que fue la última y la más dolorosa. Calambres
casi continuos. Dolores agudísimos. El médico declaró: "Nunca había visto
a una persona sufrir tanto y con tan grande paciencia y heroísmo".
El 24 de agosto de 1856, a las 12, abrió los ojos, los elevó hacia
el cielo y murió. La enterraron sin ninguna solemnidad en una fosa ordinaria en
el cementerio.
Pero Dios la glorificó haciendo milagros por su intercesión y hoy
sus religiosas siguen salvando del pecado y de la perdición a miles de jóvenes
en todo el mundo.
*Vísperas*
Inicio
†
(Se hace la señal de la cruz
mientras se dice:)
V/. -Dios
mío, ven en mi auxilio.
R/. -Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya
Himno
Muchas veces, Señor, a la hora
décima
-sobremesa en sosiego-,
recuerdo que, a esa hora, a Juan y a Andrés
les saliste al encuentro.
Ansiosos caminaron tras de ti...
«¿Qué buscáis...?» Les miraste. Hubo silencio.
El cielo de las cuatro de la tarde
halló en las aguas del Jordán su espejo,
y el río se hizo más azul de pronto,
¡el río se hizo cielo!
«Rabbí -hablaron los dos-, ¿en dónde moras?»
«Venid, y lo veréis». Fueron, y vieron...
«Señor, ¿en dónde vives?
«Ven, y verás». Y yo te sigo y siento
que estás... ¡en todas partes!,
¡Y que es tan fácil ser tu compañero!
Al sol de la hora décima, lo mismo,
que a Juan y a Andrés
-es Juan quien da fe de ello-,
lo mismo, cada vez que yo te busque,
Señor, ¡sal a mi encuentro!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Amén.
Primer Salmo
Salmo 122: El Señor, esperanza del pueblo
Ant: Nuestros
ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.
Dos ciegos... se pusieron a gritar: «¡Ten compasión de nosotros,
Señor, Hijo de David!» (Mt 20,30)
A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos
en el Señor, Dios nuestro,
esperando su misericordia.
Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Nuestros
ojos están fijos en el Señor, esperando su misericordia.
Segundo Salmo
Salmo 123: Nuestro auxilio es el nombre del Señor
Ant: Nuestro
auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Dijo el Señor a Pablo: «No temas..., que yo estoy contigo» (Hch
18,9.10)
Si el Señor no hubiera estado de
nuestra parte
-que lo diga Israel-,
si el Señor no hubiera estado de nuestra parte,
cuando nos asaltaban los hombres,
nos habrían tragado vivos:
tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado las aguas,
llegándonos el torrente hasta el cuello;
nos habrían llegado hasta el cuello
las aguas espumantes.
Bendito el Señor, que no nos entregó
en presa a sus dientes;
hemos salvado la vida, como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Nuestro
auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Cántico NT
Efesios 1, 3-10: El Dios Salvador
Ant: Dios nos
ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.
Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.
Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante Él por el amor.
Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.
Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.
Este es el plan
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Dios nos
ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.
Lectura Bíblica
St 4,11-12
Dejad de
denigraros unos a otros, hermanos. Quien denigra a su hermano o juzga a un
hermano, denigra a la ley y juzga a la ley; y, si juzgas a la ley, ya no la
estás cumpliendo, eres su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede
salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?
V/. Sáname,
Señor, porque he pecado contra ti.
R/. Sáname,
Señor, porque he pecado contra ti.
V/. Yo dije:
Señor, ten misericordia.
R/. Porque he
pecado contra ti.
V/. Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Sáname,
Señor, porque he pecado contra ti.
Cántico Evangélico
Ant: Proclama
mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.
†
(Se hace la señal de la cruz
mientras se comienza a recitar)
Proclama mi alma la grandeza del
Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Ant: Proclama
mi alma la grandeza del Señor, porque Dios ha mirado mi humillación.
Preces
Ya que
Cristo quiere que todos los hombres se salven, pidamos confiadamente por toda
la humanidad, diciendo:
Atrae a todos hacia ti, Señor.
·
- Te bendecimos, Señor, a ti que, por tu sangre preciosa, nos has
redimido de la esclavitud;
haz que participemos en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
· - Ayuda
con tu gracia a nuestro obispo N. y a todos los
obispos de la Iglesia,
para que, con gozo y fervor, administren tus misterios.
· - Que
todos los que consagran su vida a la investigación de la verdad la hallen
y, hallándola, se esfuercen en buscarla con mayor plenitud.
· -
Atiende, Señor, a los huérfanos, a las viudas, a los que viven abandonados,
para que te sientan cercano y se entreguen más a ti.
· - Acoge a
nuestros hermanos difuntos en la ciudad santa de la Jerusalén celestial,
donde tú, junto con el Padre y el Espíritu Santo, lo serás todo para todos.
Se pueden añadir algunas
intenciones libres.
Adoctrinados por el mismo Señor,
nos atrevemos a decir:
Padre
nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre;
venga a
nosotros tu reino;
hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.
No nos
dejes caer en la tentación,
y
líbranos del mal.
Final
Señor, tú
que con razón eres llamado luz indeficiente, ilumina nuestro espíritu, en esta
hora vespertina, y dígnate perdonar benignamente nuestras faltas. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Amén.
Si el que preside no es un
ministro ordenado, o en el rezo individual:
†
(Se hace la señal de la cruz
mientras se dice:)
V/. El Señor
nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R/. Amén.
Si el que preside es un
ministro ordenado, utiliza una de estas dos fórmulas finales:
(Fórmula larga)
V/. El Señor
esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
V/. La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodie vuestros
corazones y vuestros pensamientos en el conocimiento y el amor de Dios y de su
Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
R/. Amén.
V/. Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y
Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
(Fórmula breve)
V/. El Señor
esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
V/. La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo † y
Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.
R/. Amén.
Si se despide a la asamblea
se añade:
V/. Podéis ir
en paz.
R/. Demos gracias a Dios.