Abre, Señor, mi boca para
bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos,
perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para
que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado
en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
TIEMPO ORDINARIO
LUNES DE LA SEMANA XI
De la Feria. Salterio III
LUNES DE LA SEMANA XI
De la Feria. Salterio III
17 de junio
LAUDES
(Oración de la mañana)
INVITATORIO
(Si Laudes no es la primera oración del día
se sigue el esquema del Invitatorio explicado en el Oficio de Lectura)
V. Señor abre mis
labios
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Himno: ERES LA LUZ Y SIEMBRAS CLARIDADES
Eres la luz y siembras claridades;
abres los anchos cielos que sostienen,
como un pilar, los brazos de tu Padre.
Arrebatada en rojos torbellinos,
el alba apaga estrellas lejanísimas;
la tierra se estremece de rocío.
Mientras la noche cede y se disuelve,
la estrella matinal, signo de Cristo,
levanta el nuevo día y lo establece.
Eres la luz total, Día del Día,
el Uno en todo, el Trino todo en Uno:
¡gloria a tu misteriosa teofanía! Amén.
SALMODIA
Ant 1. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.
Salmo 83 - AÑORANZA DEL TEMPLO
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Un solo día en tu casa
vale más que otros mil,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria,
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.
Ant 2. Venid, subamos al monte del Señor.
Cántico: EL MONTE DE LA CASA DEL SEÑOR EN LA CIMA DE LOS MONTES Is 2, 2-5
Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán : «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:
Él nos instruirá en sus caminos,
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la Ley,
de Jerusalén la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven;
caminemos a la luz del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, subamos al monte del Señor.
Ant 3. Cantad al Señor, bendecid su nombre.
Salmo 95 - EL SEÑOR, REY Y JUEZ DEL MUNDO.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Cantad al Señor, bendecid su nombre.
LECTURA BREVE St 2, 12-13
Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. Pues habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio.
RESPONSORIO BREVE
V. Bendito el Señor ahora y por siempre.
R. Bendito el Señor ahora y por siempre.
V. Solo él hizo maravillas.
R. Ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito el Señor ahora y por siempre.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Salmo 94 INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Entremos a la presencia del Señor dándole gracias.
Himno: ERES LA LUZ Y SIEMBRAS CLARIDADES
Eres la luz y siembras claridades;
abres los anchos cielos que sostienen,
como un pilar, los brazos de tu Padre.
Arrebatada en rojos torbellinos,
el alba apaga estrellas lejanísimas;
la tierra se estremece de rocío.
Mientras la noche cede y se disuelve,
la estrella matinal, signo de Cristo,
levanta el nuevo día y lo establece.
Eres la luz total, Día del Día,
el Uno en todo, el Trino todo en Uno:
¡gloria a tu misteriosa teofanía! Amén.
SALMODIA
Ant 1. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.
Salmo 83 - AÑORANZA DEL TEMPLO
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
se alegran por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los ejércitos,
Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
al preparar su peregrinación:
cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos, escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, ¡oh Dios!, en nuestro Escudo,
mira el rostro de tu Ungido.
Un solo día en tu casa
vale más que otros mil,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
él da la gracia y la gloria,
el Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre
que confía en ti!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Dichosos los que viven en tu casa, Señor.
Ant 2. Venid, subamos al monte del Señor.
Cántico: EL MONTE DE LA CASA DEL SEÑOR EN LA CIMA DE LOS MONTES Is 2, 2-5
Al final de los días estará firme
el monte de la casa del Señor,
en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas.
Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos.
Dirán : «Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob:
Él nos instruirá en sus caminos,
y marcharemos por sus sendas;
porque de Sión saldrá la Ley,
de Jerusalén la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones,
el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados,
de las lanzas, podaderas.
No alzará la espada pueblo contra pueblo,
no se adiestrarán para la guerra.
Casa de Jacob, ven;
caminemos a la luz del Señor.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Venid, subamos al monte del Señor.
Ant 3. Cantad al Señor, bendecid su nombre.
Salmo 95 - EL SEÑOR, REY Y JUEZ DEL MUNDO.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre,
proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones;
porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
Familias de los pueblos, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas.
Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.»
Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Cantad al Señor, bendecid su nombre.
LECTURA BREVE St 2, 12-13
Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. Pues habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio.
RESPONSORIO BREVE
V. Bendito el Señor ahora y por siempre.
R. Bendito el Señor ahora y por siempre.
V. Solo él hizo maravillas.
R. Ahora y por siempre.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendito el Señor ahora y por siempre.
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Jueces 2, 6--3, 4
PANORAMA GENERAL DEL TIEMPO DE LOS JUECES
En aquellos días, Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se volvieron cada uno a su heredad para ocupar la tierra. El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los ancianos que le sobrevivieron y que habían sido testigos de todas las grandes hazañas que el Señor había hecho a favor de Israel. Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años. Lo enterraron en el territorio que había recibido en heredad en Timnat Jeres, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaash. También aquella generación fue a reunirse con sus padres y les sucedió otra generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y sirvieron a los Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron ante ellos, irritaron al Señor, lo abandonaron y sirvieron a Baal y a Astarté. Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya hacerles frente. En todas sus campañas la mano del Señor pesaba sobre ellos para hacerles daño, como el mismo Señor se lo había dicho y jurado. Y, así, los puso en gran aprieto.
Pero luego el Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores. Mas tampoco escucharon ellos a sus jueces. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres, los cuales atendían a los mandamientos del Señor, y no los imitaron. Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos, mientras vivía el juez, porque el Señor se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría el juez, volvían a caer y obraban todavía peor que sus padres, yéndose tras de otros dioses, sirviéndolos y postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las prácticas y a la conducta obstinada de sus padres.
Por ese tiempo se encendió la ira del Señor contra Israel y dijo:
«Ya que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no ha escuchado mi voz, tampoco yo arrojaré en adelante de su presencia a ninguno de los pueblos que dejó subsistir Josué cuando murió.»
Habían sido dejados para probar con ellos a Israel, para ver si seguían o no los caminos del Señor, como los habían seguido sus padres. Por eso dejó el Señor en paz a estos pueblos, en vez de expulsarlos en seguida, y no los puso en manos de Josué.
Éstos son los pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a los hijos de Israel que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán (era sólo para que las generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la guerra; por lo menos los que no habían conocido las guerras anteriores): los cinco príncipes de los filisteos y todos los cananeos, los sidonios y los hititas del monte Líbano, desde la montaña de Baal-Hermón hasta la entrada de Jamat. Sirvieron, pues, para probar a Israel, para ver si guardaban los mandamientos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.
RESPONSORIO Sal 105, 40. 41. 44; Jc 2, 16
R. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y los entregó en manos de gentiles, pero * miró su angustia, y escuchó sus gritos.
V. El Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores.
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
(Cap. 8-9: CSEL 3, 271-272)
NUESTRA ORACIÓN ES PÚBLICA Y COMÚN
Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.
Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vuestra oración -dice el Señor- ha de ser así: «Padre nuestro, que estás en el cielo.»
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a los suyos -dice el Evangelio- y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en el cielo.
RESPONSORIO Sal 21, 23; 56, 10
R. Contaré tu fama a mis hermanos, * en medio de la asamblea te alabaré.
V. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones.
R. En medio de la asamblea te alabaré.
Del libro de los Jueces 2, 6--3, 4
PANORAMA GENERAL DEL TIEMPO DE LOS JUECES
En aquellos días, Josué despidió al pueblo, y los hijos de Israel se volvieron cada uno a su heredad para ocupar la tierra. El pueblo sirvió al Señor en vida de Josué y de los ancianos que le sobrevivieron y que habían sido testigos de todas las grandes hazañas que el Señor había hecho a favor de Israel. Josué, hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años. Lo enterraron en el territorio que había recibido en heredad en Timnat Jeres, en la montaña de Efraím, al norte del monte Gaash. También aquella generación fue a reunirse con sus padres y les sucedió otra generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo que desagradaba al Señor y sirvieron a los Baales. Abandonaron al Señor, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y siguieron a otros dioses de los pueblos de alrededor; se postraron ante ellos, irritaron al Señor, lo abandonaron y sirvieron a Baal y a Astarté. Entonces se encendió la ira del Señor contra Israel. Los puso en manos de salteadores que los despojaron, los dejó vendidos en manos de los enemigos de alrededor y no pudieron ya hacerles frente. En todas sus campañas la mano del Señor pesaba sobre ellos para hacerles daño, como el mismo Señor se lo había dicho y jurado. Y, así, los puso en gran aprieto.
Pero luego el Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores. Mas tampoco escucharon ellos a sus jueces. Se prostituyeron siguiendo a otros dioses y se postraron ante ellos. Se desviaron muy pronto del camino que habían seguido sus padres, los cuales atendían a los mandamientos del Señor, y no los imitaron. Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos, mientras vivía el juez, porque el Señor se conmovía ante los gemidos que proferían bajo el yugo de sus opresores. Pero, cuando moría el juez, volvían a caer y obraban todavía peor que sus padres, yéndose tras de otros dioses, sirviéndolos y postrándose ante ellos, sin renunciar en nada a las prácticas y a la conducta obstinada de sus padres.
Por ese tiempo se encendió la ira del Señor contra Israel y dijo:
«Ya que este pueblo ha quebrantado la alianza que prescribí a sus padres y no ha escuchado mi voz, tampoco yo arrojaré en adelante de su presencia a ninguno de los pueblos que dejó subsistir Josué cuando murió.»
Habían sido dejados para probar con ellos a Israel, para ver si seguían o no los caminos del Señor, como los habían seguido sus padres. Por eso dejó el Señor en paz a estos pueblos, en vez de expulsarlos en seguida, y no los puso en manos de Josué.
Éstos son los pueblos que el Señor dejó subsistir para probar con ellos a los hijos de Israel que no habían conocido ninguna de las guerras de Canaán (era sólo para que las generaciones de los hijos de Israel aprendieran el arte de la guerra; por lo menos los que no habían conocido las guerras anteriores): los cinco príncipes de los filisteos y todos los cananeos, los sidonios y los hititas del monte Líbano, desde la montaña de Baal-Hermón hasta la entrada de Jamat. Sirvieron, pues, para probar a Israel, para ver si guardaban los mandamientos que el Señor había prescrito a sus padres por medio de Moisés.
RESPONSORIO Sal 105, 40. 41. 44; Jc 2, 16
R. La ira del Señor se encendió contra su pueblo y los entregó en manos de gentiles, pero * miró su angustia, y escuchó sus gritos.
V. El Señor suscitó jueces que salvaron a los hijos de Israel de la mano de sus opresores.
R. Miró su angustia, y escuchó sus gritos.
SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre la oración del Señor.
(Cap. 8-9: CSEL 3, 271-272)
NUESTRA ORACIÓN ES PÚBLICA Y COMÚN
Ante todo, el Doctor de la paz y Maestro de la unidad no quiso que hiciéramos una oración individual y privada, de modo que cada cual rogara sólo por sí mismo. No decimos: «Padre mío, que estás en el cielo», ni: «Dame hoy mi pan de cada día», ni pedimos el perdón de las ofensas sólo para cada uno de nosotros, ni pedimos para cada uno en particular que no caigamos en tentación y que nos libre del mal. Nuestra oración es pública y común, y cuando oramos lo hacemos no por uno solo, sino por todo el pueblo, ya que todo el pueblo somos como uno solo.
El Dios de la paz y el Maestro de la concordia, que nos enseñó la unidad, quiso que orásemos cada uno por todos, del mismo modo que él incluyó a todos los hombres en su persona. Aquellos tres jóvenes encerrados en el horno de fuego observaron esta norma en su oración, pues oraron al unísono y en unidad de espíritu y de corazón; así lo atestigua la sagrada Escritura que, al enseñarnos cómo oraron ellos, nos los pone como ejemplo que debemos imitar en nuestra oración: Entonces -dice- los tres, a una sola voz, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios. Oraban los tres a una sola voz, y eso que Cristo aún no les había enseñado a orar.
Por eso fue eficaz su oración, porque agradó al Señor aquella plegaria hecha en paz y sencillez de espíritu. Del mismo modo vemos que oraron también los apóstoles, junto con los discípulos, después de la ascensión del Señor. Todos ellos -dice la Escritura- perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres y de María, la madre de Jesús, y de los hermanos de éste. Perseveraban unánimes en la oración, manifestando con esta asiduidad y concordia de su oración que Dios, que hace habitar unánimes en la casa, sólo admite en la casa divina y eterna a los que oran unidos en un mismo espíritu.
¡Cuán importantes, cuántos y cuán grandes son, hermanos muy amados, los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vuestra oración -dice el Señor- ha de ser así: «Padre nuestro, que estás en el cielo.»
El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a los suyos -dice el Evangelio- y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en el cielo.
RESPONSORIO Sal 21, 23; 56, 10
R. Contaré tu fama a mis hermanos, * en medio de la asamblea te alabaré.
V. Te daré gracias ante los pueblos, Señor; tocaré para ti ante las naciones.
R. En medio de la asamblea te alabaré.
Lunes, 17
de junio de 2019
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,38-42):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»
Palabra del Señor
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por diente". Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehuyas.»
Palabra del Señor
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant. Bendito sea el Señor, Dios nuestro.
Cántico de Zacarías. EL MESÍAS Y SU PRECURSOR Lc 1, 68-79
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo.
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas:
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán Profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Ant. Bendito sea el Señor, Dios nuestro.
PRECES
Invoquemos a Dios, que puso en el mundo a los hombres para que trabajasen concordes para su gloria, y digámosle:
Haz, Señor, que te glorifiquemos.
Te bendecimos, Señor, creador del universo, porque has conservado nuestra vida hasta el día de hoy;
Haz que en toda nuestra jornada te alabemos y te bendigamos.
Míranos benigno, Señor, ahora que vamos a comenzar nuestra labor cotidiana;
haz que, obrando conforme a tu voluntad, cooperemos en tu obra.
Que nuestro trabajo de hoy sea provechoso para nuestros hermanos,
y así todos juntos edifiquemos un mundo grato a tus ojos.
A nosotros y a todos los que hoy entrarán en contacto con nosotros,
concédenos el gozo y la paz.
Se pueden añadir algunas intenciones libres
Llenos de alegría por nuestra condición de hijos de Dios, digamos confiadamente:
Padre nuestro...
ORACION
Señor Dios, rey de cielos y tierra, dirige y santifica en este día nuestros cuerpos y nuestros corazones, nuestros sentidos, palabras y acciones, según tu ley y tus mandatos; para que, con tu auxilio, podamos ofrecerte hoy en todas nuestras actividades un sacrificio de alabanza grato a tus ojos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
CONCLUSIÓN
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
San Alberto
Chmielowski (1845-1916)
17 de Junio
17 de Junio
Alberto, en su juventud, luchó por la libertad de su patria; luego
se dedicó al estudio y al ejercicio de su vocación artística en el campo de la
pintura; pero pronto centró su vida en el seguimiento de Cristo que atiende a
los más pobres y necesitados; los "Albertinos" y
"Albertinas", por él fundados en el seno de la Orden Tercera de San
Francisco, han seguido y ampliado su obra y su estilo humilde y fraterno.
Alberto Chmielowski, en el siglo Adán, nació en Igolomia, cerca de
Cracovia (Polonia), el 20 de agosto de 1845, de padres nobles: Adalberto y
Josefina Borzyslawska. Creció en un clima de ideales patrióticos, de una
profunda fe en Dios y de amor cristiano hacia los pobres. Quedó huérfano muy
pronto y sus familiares se hicieron cargo de él y de los demás hermanos,
ocupándose de su formación.
A los 18 años se matriculó en el Instituto Politécnico de Pulawy.
Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y se le
amputó una pierna a causa de una herida. Al fracasar la insurrección, se
trasladó al extranjero, huyendo de la represalia zarista. En Gante (Bélgica)
inició estudios de ingeniería. Dotado de buenas cualidades artísticas, decidió
estudiar pintura en París y en Munich. En 1874, maduro ya como artista, regresó
a Polonia, decidido a dedicar «el arte, el talento y sus aspiraciones a la
gloria de Dios». Comenzaron así a predominar en sus actividades artísticas los
temas religiosos. Uno de los mejores cuadros, el «Ecce Homo», fue el resultado
de una experiencia profunda del amor misericordioso de Cristo hacia el hombre,
experiencia que llevó a Chmielowski a su transformación espiritual.
En 1880 entró en la Compañía de Jesús como hermano lego. Después
de seis meses tuvo que dejar el noviciado por su mala salud. Superada una
profunda crisis espiritual, comenzó una nueva vida, dedicada totalmente a Dios
y a los hermanos. Acercándose a la miseria material y moral de quienes carecen
de techo y a los desheredados en los dormitorios públicos de Cracovia,
descubrió en la dignidad menospreciada de aquellos pobrecillos el rostro
humillado de Cristo, y decidió por amor del Señor renunciar al arte y vivir al
lado de los marginados una vida pobre, dedicándoles toda su persona.
El 25 de agosto de 1887 vistió el sayal gris y tomó el nombre de
hermano Alberto. Pasado un año, pronunció los votos religiosos, iniciando la
congregación de los Hermanos de la Orden Tercera de San Francisco, denominados
Siervos de los Pobres o Albertinos. En 1891 fundó la rama femenina de la misma
congregación (Albertinas) con la finalidad de socorrer a las mujeres
necesitadas y a los niños. El hermano Alberto organizó asilos para pobres,
casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en
hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y
asilos y orfanotrofios para niños y jóvenes sin techo. En los asilos para los
pobres, los hambrientos recibían pan; los sin techo, alojamiento; los desnudos,
vestidos; y los desocupados eran orientados a un trabajo. Todos contaban con su
ayuda, sin distinción de religión o nacionalidad. En la medida en que
satisfacía las necesidades elementales de los pobres, el hermano Alberto se
ocupaba también paternalmente de sus almas, tratando de reavivar en ellos la
dignidad humana, ayudándoles a reconciliarse con Dios.
Tomaba fuerza del misterio de la Eucaristía y de la Cruz para su
acción caritativa. A pesar de su invalidez, viajaba mucho para fundar nuevos
asilos en otras ciudades de Polonia y para visitar las casas religiosas.
Gracias a su espíritu emprendedor, cuando murió dejó fundadas 21 casas
religiosas en las cuales prestaban su trabajo 40 hermanos y 120 religiosos.
Murió, de cáncer de estómago, el día de Navidad de 1916 en
Cracovia, en el asilo por él fundado, pobre entre los pobres.
Antes de su muerte dijo a los hermanos y hermanas, señalando a la
Virgen de Czestochowa: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo». Y: «Ante
todo, observad la pobreza». Su entera dedicación a Dios mediante el servicio a
los más necesitados, su pobreza evangélica a imitación de San Francisco de
Asís, su filial confianza en la divina Providencia, su espíritu de oración y su
unión con Dios en el trabajo de cada día son la herencia que ha dejado el
hermano Alberto a sus hijos e hijas espirituales. Enseñó a todos con el ejemplo
de su vida que «es necesario ser buenos como el pan, que está en la mesa, y que
cada cual puede tomar para satisfacer el hambre».
La herencia espiritual del hermano Alberto pervive en sus
congregaciones, que extienden su acción misionera por tierras de Polonia,
Italia, Estados Unidos y Argentina. Convencidos de la santidad del hermano
Alberto, sus contemporáneos lo definieron como «el hombre más grande de su
generación». Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, el hermano
Alberto fue beatificado en Cracovia el 22 de junio de 1983 por el Papa Juan
Pablo II, quien también lo canonizó el 12 de noviembre de 1989 en Roma.
Oración
Hermano Alberto, Padre y amigo de los pobres, tú,
que pusiste tu talento de artista al servicio del Evangelio, ayúdanos a
descubrir los dones que Dios nos dio y a usarlos para testimoniar su
amor.
Tú, que descubriste que la obra de arte más bella a
los ojos de Dios es el corazón de los pobres, danos ojos capaces de ver tu
presencia en los hermanos más necesitados.
Tú, que renunciaste a las riquezas para hacerte
hermano pobre entre los pobres, descubriendo que la verdadera riqueza es amar,
libera nuestra vida
de apegos equivocados.
Tú, que mientras distribuías el pan a los
hambrientos, decías “hay que ser bueno
como el pan”, haznos pan bueno
para los hermanos que encontremos.
Tú, que predicaste la misericordia de Dios y te
abandonaste confiado a la Divina Providencia, ¡aumenta nuestra fe!
¡San Alberto Chmielowski,
ruega por nosotros!