Musica Para el Alma

sábado, 4 de agosto de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Abdías 1-21
JUICIO CONTRA EDOM
Visión de Abdías.

Así dice el Señor a Edom: Hemos oído un mensaje del Señor, una embajada enviada a las gentes: «Alcémonos a luchar contra ellos.» Te he hecho pequeño entre las gentes, eres muy despreciado. La soberbia de tu corazón te ha seducido, habitas en las asperezas de las peñas, moras en la altura y piensas: «¿Quién podrá abatirme a tierra?» Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré -oráculo del Señor-.

Si vinieran a ti salteadores o ladrones nocturnos, ¿no te robarían con medida? Si vinieran a ti vendimiadores, ¿no dejarían racimos? ¡Ay de Esaú, destruido! Lo han registrado, le han robado sus tesoros escondidos; te han empujado hasta la frontera tus aliados, tus amigos te engañan y te dominan. Los que comen tu pan te tienden trampas; pero él no comprende.

Pues aquel día -oráculo del Señor-, destruiré a los sabios de Edom, a los prudentes del monte de Esaú. Temblarán tus soldados, Temán, y se acabarán los varones del monte de Esaú; por la violencia criminal contra tu hermano Jacob, te cubrirá la vergüenza y perecerás para siempre. Tú estabas allí presente el día que los extranjeros capturaban su ejército, y los extraños forzaban sus puertas, y echaban suertes sobre Jerusalén; tú eras como uno de ellos.

No te alegres de ese día de tu hermano, del día de su desgracia; no te goces del día de Judá, del día de su perdición; ni hables alto el día de su angustia. No entres por las puertas de mi pueblo el día de la aflicción; no te complazcas de sus males el día de la desgracia; no eches mano a sus riquezas el día de su calamidad. No aguardes junto a las salidas para matar a los fugitivos; no vendas a los supervivientes el día de la desgracia.

Se acerca el día del Señor contra todas las naciones; lo que hiciste te lo harán, tu paga caerá sobre tu cabeza. Como bebisteis en el monte santo, beberán todos los pueblos, uno tras otro. Beberán, se tambalearán, y serán como si no fueran. Pero en el monte de Sión quedará un resto, que será santo, y la casa de Jacob recobrará sus bienes. La casa de Jacob será un fuego, la casa de José una llama; la casa de Esaú será estopa, arderá hasta consumirse. Y no quedará superviviente en la casa de Esaú -lo ha dicho el Señor-.

Poseerán el Negueb, el monte de Esaú, las colinas de Sefela y la tierra filistea; poseerán los campos de Efraím y de Samaria, de Benjamín y de Galaad. Y esos pobres desterrados israelitas serán dueños de Canaán hasta Sarepta; y los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán los poblados del Negueb. Después subirán vencedores al monte de Sión, para gobernar la montaña de Esaú, y el reino será del Señor.
RESPONSORIO    Ab 3-4; Am 9, 1
R. La soberbia de tu corazón te ha seducido, habitas en las asperezas de las peñas, moras en la altura. * Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré.
V. No escapará ni un fugitivo; aunque perforen hasta el infierno, de allí los sacará mi mano.
R. Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré.
SEGUNDA LECTURA
Comienza la carta llamada de Bernabé
(Cap. 1, 1-8; 2, 1-5: Funk 1, 3-7)
LA ESPERANZA DE LA VIDA, PRINCIPIO Y FIN DE NUESTRA FE
Os saludo, hijos e hijas, con el deseo de la paz, en el nombre del Señor, que nos ha amado.

Grandes y abundantes son los dones de justicia con que Dios os ha enriquecido; por esto, lo que hace, más que nada, que me alegre sobremanera es la dicha y excelencia de vuestras almas, ya que habéis acogido la gracia del don espiritual, que ha sido plantada en vosotros. Ello es para mí un motivo de mayor congratulación, ya que me da la esperanza de mi propia salvación, al contemplar cómo ha sido derramada en vosotros la abundancia del Espíritu que procede de la fuente del Señor. De tal modo me impresionó vuestro aspecto, para mí tan deseado, cuando estaba entre vosotros.

Estando yo íntimamente persuadido y convencido de que, cuando estaba entre vosotros, os enseñé muchas cosas de palabra, ya que el Señor me acompañó en el camino de la justicia, me siento también impulsado a amaros más que a mi propia vida; grande, en efecto, es la fe y la caridad que habita en vosotros, por la esperanza de alcanzar la vida de Cristo. Todo esto me lleva a considerar que, si me tomo interés en comunicaros algo de lo que yo mismo he recibido, no me ha de faltar la recompensa por prestar este servicio a vuestras almas; por esto me he decidido a escribiros unas pocas palabras para que enriquezcáis vuestra fe con un conocimiento más pleno.

Tres son las enseñanzas del Señor: la esperanza de la vida, principio y fin de nuestra fe; la justicia, principio y fin del juicio; la caridad, junto con la alegría y el gozo, testigo de que nuestras obras son justas. El Señor, en efecto, nos ha dado a conocer, por medio de los profetas, las cosas pasadas y las presentes, y nos ha dado también poder gustar por anticipado las primicias de lo venidero. Y al contemplar cómo todas estas cosas se van realizando a su tiempo, tal como él ha dicho, ello debe movernos a un temor de Dios cada vez más perfecto y más profundo. Yo, no en calidad de maestro, sino como uno más entre vosotros, os iré mostrando algunas cosas que os sirvan de alegría en la situación presente.
Puesto que los días son malos y aquel que obra es poderoso, debemos investigar cuidadosamente, en provecho nuestro, los dones con que el Señor nos ha justificado. Ahora bien, lo que ayuda nuestra fe es el temor y la paciencia, y nuestra fuerza reside en la tolerancia y la continencia. Si estas virtudes perseveran santamente en nosotros, en todo lo que atañe al Señor, poseeremos además la alegría de la sabiduría, de la ciencia y del perfecto conocimiento.

Dios nos ha revelado, en efecto, por boca de todos sus profetas, que él no tiene necesidad de sacrificios, holocaustos ni oblaciones, pues dice en cierto lugar: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas no los aguanto.
RESPONSORIO    Ga 2, 16; Gn 15, 6
R. Sabemos que el hombre se justifica por creer en Cristo Jesús. * Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo.
V. Abraham creyó al Señor y le fue reputado por justicia.
R. Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo.

Himno: SEÑOR, DIOS ETERNO
Señor, Dios eterno, alegres te cantamos,
a ti nuestra alabanza,
a ti, Padre del cielo, te aclama la creación.

Postrados ante ti, los ángeles te adoran
y cantan sin cesar:

Santo, santo, santo es el Señor,
Dios del universo;
llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles,
la multitud de los profetas te enaltece,
y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa,
por todos los confines extendida,
con júbilo te adora y canta tu grandeza:

Padre, infinitamente santo,
Hijo eterno, unigénito de Dios,
santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria,
tú el Hijo y Palabra del Padre,
tú el Rey de toda la creación.

Tú, para salvar al hombre,
tomaste la condición de esclavo
en el seno de una virgen.

Tú destruiste la muerte
y abriste a los creyentes las puertas de la gloria.

Tú vives ahora,
inmortal y glorioso, en el reino del Padre.

Tú vendrás algún día,
como juez universal.

Muéstrate, pues, amigo y defensor
de los hombres que salvaste.

Y recíbelos por siempre allá en tu reino,
con tus santos y elegidos.

La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice a tu heredad.

Sé su pastor,
y guíalos por siempre.

Día tras día te bendeciremos
y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor,
guardarnos de pecado en este día.

Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.

Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

A ti, Señor, me acojo,
no quede yo nunca defraudado. 


ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, danos tu misericordia y atiende a las súplicas de tus hijos; concede la tranquilidad y la paz a los que nos gloriamos de tenerte como creador y como guía, y consérvalas en nosotros para siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.