PRIMERA LECTURA
Del libro del Éxodo 12, 21-36
MUERTE DE LOS PRIMOGÉNITOS
En aquellos días, Moisés llamó a todos los ancianos de Israel y les dijo:
«Tomad una res menor por familia e inmolad la víctima de Pascua. Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre recogida en una vasija y untad de sangre el dintel y las dos jambas; y ninguno de vosotros salga por la puerta de casa hasta la mañana. El Señor va a pasar hiriendo a Egipto, y, cuando vea la sangre en el dintel y las jambas, pasará de largo y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir. Cumplid este mandato del Señor: es ley perpetua para vosotros y vuestros hijos, y cuando entréis en la tierra que el Señor os va a dar, según lo ha prometido, observaréis este rito.
Y, cuando os pregunten vuestros hijos que significa este rito, les responderéis: "Es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó de largo junto a las casas de los hijos de Israel, hiriendo a los egipcios y protegiendo nuestras casas."»
Entonces el pueblo se inclinó y se prosternó, y los hijos de Israel fueron y pusieron por obra lo que el Señor había mandado a Moisés y a Aarón.
A medianoche, el Señor hirió de muerte a todos los primogénitos de Egipto: desde el primogénito del Faraón, que se sienta en el trono, hasta el primogénito del preso encerrado en el calabozo, y a los primogénitos de los animales. Aquella noche se levantó el Faraón y su corte y todos los egipcios, y se oyó un clamor inmenso en todo Egipto, pues no había casa en que no hubiera un muerto. El Faraón hizo llamar a Moisés y a Aarón, de noche, y les dijo:
«Levantaos, salid de en medio de mi pueblo, vosotros con todos los israelitas, id a ofrecer culto al Señor, como habéis pedido; llevaos también las ovejas y las vacas, como decíais; marchaos e invocad también sobre mí la bendición.»
Los egipcios urgían al pueblo para que saliese cuanto antes del país, pues decían:
«Vamos a morir todos.»
El pueblo sacó de las artesas la masa sin fermentar, la envolvió en mantas y se la cargó al hombro. Además los israelitas habían hecho lo que Moisés les había mandado: habían pedido a los egipcios objetos de plata y de oro y vestidos, y el Señor había hecho que alcanzaran el favor de los egipcios, los cuales habían accedido a darles lo que pedían. Así saquearon a Egipto.
RESPONSORIO Ex 12, 7. 13; 1Pe 1, 18. 19
R. Tomaréis la sangre del cordero y rociaréis las dos jambas y el dintel de las casas: * la sangre será vuestra señal.
V. Os rescataron a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha.
R. La sangre será vuestra señal.
SEGUNDA LECTURA
Del Espejo de caridad, del beato Elredo, abad
(Libro 3, cap. 5: PL 195, 582)
EL AMOR FRATERNO, A IMITACIÓN DE CRISTO
La perfección de la caridad consiste en el amor a los enemigos. A ello nada nos anima tanto como la consideración de aquella admirable paciencia con que el más bello de los hombres ofreció su rostro, lleno de hermosura, a los salivazos de los malvados; sus ojos, cuya mirada gobierna el universo, al velo con que se los taparon los inicuos; su espalda a los azotes; su cabeza, venerada por los principados y potestades, a la crueldad de las espinas; toda su persona a los oprobios e injurias; aquella admirable paciencia, finalmente, con que soportó la cruz, los clavos, la lanzada, la hiel y el vinagre, todo ello con dulzura, con mansedumbre, con serenidad. En resumen, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
¿Quién, al oír aquellas palabras, llenas de dulzura, de amor, de inmutable serenidad: Padre, perdónalos, no se decide al momento a amar de corazón a sus enemigos? Padre -dice-, perdónalos. ¿Puede haber una oración que exprese mayor mansedumbre y amor?
Hizo más aún: le pareció poco orar; quiso también excusar. «Padre -dijo-, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Su pecado ciertamente es muy grande, pero su conocimiento de causa muy pequeño; por eso, Padre, perdónalos. Me crucifican, es verdad, pero no saben a quién crucifican, porque, si lo hubieran conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria; por eso, Padre, perdónalos. Ellos me creen un transgresor de la ley, un usurpador de la divinidad, un seductor del pueblo. Les he ocultado mi faz, no han conocido mi majestad; por eso, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
Por tanto, que el amor del hombre a sí mismo no se deje corromper por las apetencias de la carne. Para no sucumbir a ellas, que tienda con todo su afecto a la mansedumbre de la carne del Señor. Más aún, para que repose de un modo más perfecto y suave en el gozo del amor fraterno, que estreche también a sus enemigos con los brazos de un amor verdadero.
Y, para que este fuego divino no se enfríe por el impacto de las injurias, que mire siempre, con los ojos de su espíritu, la serena paciencia de su amado Señor y Salvador.
RESPONSORIO Is 53, 12; Lc 23, 34
R. Se entregó a sí mismo a la muerte y fue contado entre los malhechores; * él tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.
V. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
R. El tomó sobre sí el pecado de las multitudes e intercedió por los pecadores.
ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, haz que tu pueblo vaya penetrando debidamente el sentido de la Cuaresma y se prepare así a las fiestas pascuales, para que la penitencia corporal, propia de este tiempo, sirva para la renovación espiritual de todos tus fieles. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.