Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre;
limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina
mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y
devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia
de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Laudes
- SÁBADO III SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2020
El siguiente es el formulario que corresponde a
laudes de la liturgia de las horas para el día, sábado, 1 de febrero de 2020.
Invitatorio
V. Señor, ábreme los
labios.
R. Y mi boca proclamará tu
alabanza.
Antifona: Del Señor es la tierra y cuanto la
llena; venid, adorémosle.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día,
mientras dure este
«hoy».
(Hb 3,13)
Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
Del Señor es la tierra y cuanto la llena; venid,
adorémosle
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Laudes
Himno 1
Al filo de los
gallos,
viene la aurora
los temores se alejan
como las sombras.
¡Dios, Padre nuestro,
en tu nombre dormimos
y amanecemos!
Como luz nos visitas,
Rey de los hombres,
como amor que vigila
siempre de noche;
cuando el que duerme,
bajo el signo del sueño,
prueba la muerte.
Del sueño del pecado
nos resucitas,
y es señal de tu gracia
la luz amiga.
¡Dios que nos velas!
Tú nos sacas por gracia
de las tinieblas.
Gloria al Padre, y al Hijo,
gloria al Espíritu,
al que es paz, luz y vida,
al Uno y Trino;
gloria a su nombre
y al misterio divino
que nos lo esconde.
Amén.
Salmodia
Antífona 1: Tú, Señor, estás
cerca, y todos tus mandatos son estables.
Salmo 118, 145-152
XIX
(Coph)
Te invoco de todo corazón:
respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes;
a ti grito: sálvame,
y cumpliré tus decretos;
me adelanto a la aurora pidiendo auxilio,
esperando tus palabras.
Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tu promesa;
escucha mi voz por tu misericordia,
con tus mandamientos dame vida;
ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu voluntad.
Tú, Señor, estás cerca,
y todos tus mandatos son estables;
hace tiempo comprendí que tus preceptos
los fundaste para siempre.
Antífona 2: Mándame tu
sabiduría, Señor, para que me asista en mis trabajos.
Sb 9,1-6.9-11
Dame,
Señor, la sabiduría
Os
daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente… ningún adversario
vuestro. (Lc 21,15)
Dios de los padres y Señor de la misericordia,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y en tu sabiduría formaste al hombre,
para que dominase sobre tus criaturas,
y para regir el mundo con santidad y justicia,
y para administrar justicia con rectitud de corazón.
Dame la sabiduría asistente de tu trono
y no me excluyas del número de tus siervos,
porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,
hombre débil y de pocos años,
demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.
Pues, aunque uno sea perfecto
entre los hijos de los hombres,
sin la sabiduría, que procede de ti,
será estimado en nada.
Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,
que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos
y lo que es recto según tus preceptos.
Mándala de tus santos cielos,
y de tu trono de gloria envíala,
para que me asista en mis trabajos
y venga yo a saber lo que te es grato.
Porque ella conoce y entiende todas las cosas,
y me guiará prudentemente en mis obras,
y me guardará en su esplendor.
Antífona 3: La fidelidad del
Señor dura por siempre.
Salmo 116
Invitación
universal a la alabanza divina
Los
gentiles alaban a Dios por su misericordia (cf. Rm 15,9)
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Lectura
Breve Flp 2,14-15
Cualquier cosa que hagáis, sea sin protestas ni
discusiones: así seréis irreprochables y límpidos, hijos de Dios sin tacha, en
medio de una gente torcida y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras
del mundo.
Responsorio
Breve
R. A ti grito, Señor: * Tú
eres mi refugio. A ti grito.
V. Y mi lote en el país de
la vida. * Tú eres mi refugio. Gloria al Padre. A ti grito.
Primera Lectura
Del libro del
Génesis 25, 7-11. 19-34
MUERTE DE ABRAHAM.
NACIMIENTO DE ESAÚ Y JACOB
Los años de la
vida de Abraham fueron ciento setenta y cinco. Abraham expiró y murió en buena
vejez, colmado de años, y se reunió con los suyos. Isaac e Ismael, sus hijos,
lo enterraron en la cueva de Macpela, en el campo de Efrón, el hitita, frente a
Mambré. En el campo que compró Abraham a los hititas fueron enterrados Abraham
y Sara, su mujer. Muerto Abraham, Dios bendijo a su hijo Isaac, y éste se
estableció en «Pozo del que vive y ve.»
Descendientes de Isaac, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac. Cuando Isaac
cumplió cuarenta años, tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel, el arameo, de
Padán Aram, hermano de Labán, el arameo. Isaac rezó a Dios por su mujer, que
era estéril. Dios lo escuchó, y Rebeca concibió. Pero las criaturas se agitaban
en su seno, y ella dijo: «Si es así, ¿para qué seguir viviendo?» Y fue a
consultar al Señor; el cual le respondió: «Dos naciones hay en tu vientre, dos
pueblos se separan en tus entrañas. Un pueblo vencerá al otro, el mayor servirá
al menor.» Cuando llegó el momento de dar a luz, tenía dos gemelos en el seno.
Salió primero uno, todo rojo, peludo como un manto; y lo llamaron Esaú. Salió
después su hermano, haciendo con la mano el talón de Esaú; y lo llamaron Jacob.
Isaac tenía sesenta años cuando nacieron.
Crecieron los chicos; Esaú se hizo un experto cazador, hombre de campo,
mientras que Jacob era un honrado beduino. Isaac prefería a Esaú, porque le gustaba
comer la caza; y Rebeca prefería a Jacob.
Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvía Esaú del campo, exhausto.
Esaú dijo a Jacob: «Dame un plato de esa cosa roja, pues estoy agotado.» Por
eso se llama Edom, que quiere decir «rojo». Jacob le contestó: «Si me lo pagas
con los derechos de primogénito.» Esaú dijo: «Yo me voy a morir, ¿qué me
importan los derechos de primogénito?» Jacob le dijo: Júramelo primero.» Y él
se lo juró; y vendió a Jacob los derechos de primogénito. Entonces Jacob dio a Esaú
pan y potaje de lentejas; él comió y bebió, y se puso en camino. Así malvendió
Esaú sus derechos de primogénito.
Responsorio Hb 12, 14. 15. 16. 17
R. Fomentad
la paz con todos y la santificación; que nadie se vea privado de la gracia de
Dios, * como Esaú, que por un
plato vendió su primogenitura, y fue desechado.
V. No logró cambiar el
parecer de su padre, aunque con lágrimas lo intentó.
R. Como Esaú, que por un
plato vendió su primogenitura, y fue desechado.
Segunda Lectura
De la Constitución
pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del
Concilio Vaticano segundo
(Núms. 18. 22)
EL MISTERIO DE LA
MUERTE
El enigma de la
condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no
sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino
también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser
humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón,
detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva
desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al
ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los
esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar
esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no
puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva
enraizada en su corazón.
Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por
la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un
destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe
cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría
libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y
misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa.
Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la
incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y
esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre
de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas
razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al
angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la
posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por
la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la
vida verdadera.
Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el
mal, a través de muchas tribulaciones de sufrir la muerte; pero, asociado al
misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro
de la resurrección robustecido por la esperanza. Todo esto es válido no sólo
para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en
cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por
todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación
divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de
que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual. Éste es
el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la
revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el
enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta.
Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de
modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu:
"¡Abba!" (Padre).
Responsorio Sal 26, 1; 22, 4
R. El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * El
Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
V. Aunque camine por
cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo.
R. El Señor es la defensa
de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Sábado, 1
de febrero de 2020
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,35-41):
Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.»
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo
acompañaban. Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca
hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almohadón.
Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?»
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!»
El viento cesó y vino una gran calma.
Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?»
Se quedaron espantados y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta
el viento y las aguas le obedecen!»
Palabra del Señor
Canto
Evangélico
Antifona: Ilumina,
Señor, a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Invoquemos a Dios, que colocó a María, madre de
Cristo, por encima de todas las criaturas celestiales y terrenas, diciendo con
filial confianza:
'Mira a la Madre de tu Hijo y escúchanos'.
Padre de misericordia, te damos gracias porque nos has dado a María como Madre
y ejemplo; —santifícanos, por su intercesión.
Tú que hiciste que María meditara tus palabras, guardándolas en su corazón, y
fuera siempre fidelísima esclava tuya, —por su intercesión, haz que también
nosotros seamos, de verdad, siervos y discípulos de tu Hijo.
Tú que quisiste que María concibiera por obra del Espíritu Santo,
—por intercesión de María, otórganos los frutos de este mismo Espíritu.
Tú que diste fuerza a María para permanecer junto a la cruz, y la llenaste de
alegría con la resurrección de tu Hijo, —por intercesión de María, confórtanos
en la tribulación y reanima nuestra esperanza.
Concluyamos nuestras súplicas con la oración que el mismo Señor nos enseñó:
Padre nuestro.
Padre
Nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Oh Dios, fuente y origen de nuestra salvación, haz
que, mientras dura nuestra vida aquí en la tierra, te alabemos incesantemente y
podamos así participar un día en la alabanza eterna del cielo. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu
Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
V. El Señor nos bendiga,
nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.