*LAS LAUDES. SANTO TOMAS
BECKET, OBISPO Y MARTIR*
Abre,
Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los
pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi
sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y
merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro
Señor. Amén
Martes 29
de diciembre 2020
Laudes -
Santo Tomás Becket, obispo y mártir 2020
Nació en Londres el año
1118; fue clérigo de Cantorbery y canciller del reino, y fue elegido obispo el
año 1162. Defendió valientemente los derechos de la Iglesia contra el rey
Enrique II, lo cual le valió el destierro a Francia durante seis años. Vuelto a
la patria, hubo de sufrir todavía numerosas dificultades, hasta que los
esbirros del rey lo asesinaron el año 1170.
Invitatorio
Laudes
V. Señor,
ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, rey de los mártires.
Salmo 94
Invitación
a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día
tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Himno
Entonad los aires
con voz celestial:
«Dios niño ha nacido
pobre en un portal.»
Anúnciale el ángel
la nueva al pastor,
que niño ha nacido
nuestro Salvador.
Adoran pastores
en sombras al Sol,
que niño ha nacido,
de una Virgen, Dios.
Haciéndose hombre,
al hombre salvó;
un niño ha nacido,
ha nacido Dios. Amén.
Salmodia
Antífona 1: Te alabarán mis labios, Señor, porque tu
gracia vale más que la vida.
Salmo 62,
2-9
El alma sedienta de Dios
Madruga
por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Antífona 2: Mártires del Señor, bendecid al Señor por los
siglos.
Dn
3,57-88.56
Toda la creación alabe al Señor
Alabad al
Señor, sus siervos todos. (Ap 19,5)
Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor;
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
Antífona 3: «Al vencedor lo pondré de columna en mi
santuario», dice el Señor.
Salmo 149
Alegría de los santos
Los hijos
de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor.
(Hesiquio)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Lectura Breve
2 Co 1, 3-5
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo Padre de
misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas,
para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el
consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que
los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa
nuestro consuelo.
Responsorio Breve
V. El Señor es mi fuerza y mi energía.
R. El Señor es mi fuerza y mi energía.
V. Él es mi salvación.
R. Y mi energía.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor es mi fuerza y mi energía.
V. Me asaltaban angustias y aprietos.
R. Tus mandatos son mi delicia.
Lecturas
Primera Lectura
Del libro del Eclesiástico 51, 1-12
ACCIÓN DE GRACIAS A DIOS, QUE LIBRA A LOS SUYOS DE LA TRIBULACIÓN
Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.
Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte,
detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo,
me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se
pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales. Me
auxiliaste con tu gran misericordia; del lazo de los que acechan mi traspié,
del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros: del
cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del
vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas
de una lengua traidora.
Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas
partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la
compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a
él y los rescata de todo mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las
puertas del abismo, invoqué al Señor: «Tú eres mi padre, tú eres mi fuerte
salvador, no me abandones en el peligro, a la hora del espanto y turbación:
alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica.»
El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me
puso a salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del
Señor.
Si 51, 2. Sal 30, 8
R. Cantaré tu fama, Señor. * Porque
has sido el refugio de mi vida.
V. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría, Señor.
R. Porque has sido el refugio de mi vida.
Segunda Lectura
De las cartas de santo Tomás Becket, obispo y mártir
(Carta 74: PL 190, 533-536)
NADIE RECIBE EL PREMIO SI NO COMPITE CONFORME AL REGLAMENTO
Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer
la significación de nuestro nombre —nos designan obispos y pontífices—, es
necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que,
constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció por nosotros al Padre en
el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de los cielos, observa
atentamente todas las acciones y sus correspondientes intenciones para dar a
cada uno según sus obras.
Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y
el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos
espirituales; sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más
alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio de nuestro
ministerio, sea destruido el imperio del pecado y de la muerte, y el edificio
de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se levante hasta
formar un templo consagrado al Señor.
Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración
prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más
diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada
día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el
testimonio de las obras! La mies es abundante y, para recogerla y almacenarla
en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni pocos obispos.
¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma es la cabeza de todas las
Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del
reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la
Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos al hombre
perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios? Es
necesario, sin duda, que sean muchos los que planten, muchos los que rieguen, pues
lo exige el avance de la predicación y el crecimiento de los pueblos. El mismo
pueblo del antiguo Testamento, que tenía un solo altar necesitaba de muchos
servidores; ahora, cuando han llegado los gentiles, a quienes no sería suficiente
para sus inmolaciones toda la leña del Líbano y para sus holocaustos no sólo
los animales del Líbano, sino, incluso, los de toda Judea, será mucho más
necesario la pluralidad de ministros.
Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a
aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.
Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causas más graves, que deben ser examinadas
por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él
designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que
se les confía.
Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de
cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió
incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros
antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en
medio de la tribulación.
Éste fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que
nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento.
Responsorio Breve
R. El Señor te coronó con la corona de justicia: * te
vistió con un vestido de gloria; en ti habita Dios, el Santo de Israel.
V. Has combatido bien tu combate, has corrido hasta la meta;
ahora te aguarda la corona merecida.
R. El Señor te vistió con un vestido de gloria; en ti habita
Dios, el Santo de Israel.
Martes, 29 de diciembre de 2020
Evangelio
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (2,22-35):
22 Cuando se cumplieron los días de la
purificación de ellos, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén
para presentarle al Señor,
23 como está escrito en la Ley del Señor: =
Todo varón primogénito será consagrado al Señor =
24 y para ofrecer en sacrificio = un par de
tórtolas o dos pichones =, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor.
25 Y he aquí que había en Jerusalén un
hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la
consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.
26 Le había sido revelado por el Espíritu
Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
27 Movido por el Espíritu, vino al Templo; y
cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley
prescribía sobre él,
28 le tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo:
29 «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,
dejar que tu siervo se vaya en paz;
30 porque han visto mis ojos tu salvación,
31 la que has preparado a la vista de todos
los pueblos,
32 luz para iluminar a los gentiles y gloria
de tu pueblo Israel.»
33 Su padre y su madre estaban admirados de
lo que se decía de él.
34 Simeón les bendijo y dijo a María, su
madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser
señal de contradicción -
35 ¡y a ti misma una espada te atravesará el
alma! - a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos
corazones.»
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: El que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para
la vida eterna.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Celebremos, amados hermanos, a Jesús, el testigo fiel, y al
recordar hoy a los santos mártires sacrificados a causa de la palabra de Dios,
aclamémosle diciendo:
*Nos has comprado, Señor, con tu sangre*.
Por la intercesión de los santos mártires que entregaron libremente su vida
como testimonio de la fe, — concédenos, Señor, la verdadera libertad de
espíritu.
Por la intercesión de los santos mártires que proclamaron la fe hasta derramar
su sangre, — concédenos, Señor, la integridad y constancia de la fe.
Por la intercesión de los santos mártires que soportando la cruz siguieron tus
pasos, — concédenos, Señor, soportar con generosidad las contrariedades de la
vida.
Por la intercesión de los santos mártires que blanquearon su manto en la sangre
del Cordero, — concédenos, Señor, vencer las obras del mundo y de la carne.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Dirijamos ahora nuestra oración al Padre que está en los cielos, diciendo:
Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Señor, tú que concediste a tu santo obispo y mártir Tomás Becket
una gran fortaleza de ánimo para que sacrificara su vida por defender la justicia
y, la libertad de la Iglesia, concédenos, por su intercesión, estar dispuestos
a entregar nuestra vida por Cristo en este mundo, para que podamos volver a
encontrarla para siempre en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los
siglos de los siglos.
Amén.
Conclusión
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a
la vida eterna.
R. Amén.
Santo Tomás
Becket, obispo y mártir
Nació en Londres en 1170. Era hijo de un empleado oficial, y en
sus primeros años fue educado por los monjes del convento de Merton. A los 24
años consiguió un puesto como ayudante del Arzobispo de Inglaterra (el de
Canterbury) quien se dio cuenta que Tomás tenía cualidades excepcionales para
el trabajo, así que le fue confiando poco a poco oficios más difíciles e
importantes. Lo ordenó de diácono y lo encargó de la administración de los
bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a tratar asuntos de mucha
importancia. Tomás como buen diplomático había obtenido que el Papa Eugenio
Tercero se hiciera muy amigo del rey de Inglaterra, Enrique II, y éste en
acción de gracias por tan gran favor, nombró a nuestro santo (cuando sólo tenía
36 años) como Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores.
Tras la muerte del Arzobispo Teobaldo en 1161, el rey Enrique II
de inmediato pensó en Santo Tomás como el mejor candidato para ocupar dicho
cargo, pero nuestro santo se negó muy cortésmente alegando que él no era digno
para tan honorable puesto. Sin embargo, un Cardenal de mucha confianza del Sumo
Pontífice Alejandro III lo convenció de que debía aceptar, y al fin aceptó.
Cuando el rey empezó a insistirle en que aceptara el oficio de Arzobispo, Santo
Tomás le hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo:
"Si acepto ser Arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran
amigo, se convertirá en mi gran enemigo". Enrique no creyó que fuera a
suceder así, pero sucedió. Ordenado de sacerdote y luego consagrado como
Arzobispo, pidió a sus ayudantes que en adelante le corrigieran con toda
valentía cualquier falta que notaran en él. Como él mismo lo había anunciado,
los envidiosos empezaron a calumniar al arzobispo en presencia del rey. Dicen
que en uno de sus terribles estallidos de cólera, Enrique II exclamó: "No
podrá haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay nadie
que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer la vida
imposible?".
Al oír semejante exclamación de labios del mandatario, cuatro
sicarios se fueron donde el santo arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él
orando junto al altar cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170.
No opuso resistencia. Murió diciendo: "Muero gustoso por el nombre de
Jesús y en defensa de la Iglesia Católica". Tenía apenas 52 años.
El Papa Alejandro III lanzó excomunión contar el rey Enrique, el
cual profundamente arrepentido hizo penitencia durante dos años, para obtener
la reconciliación en 1172.