*LAS LAUDES*
Abre,
Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los
pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi
sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca
ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor.
Amén
Laudes - 24 DE DICIEMBRE 2020
El
siguiente es el formulario que corresponde a laudes de la liturgia de las horas
para el día, jueves, 24 de diciembre de 2020.
Invitatorio
V. Señor,
ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Hoy
sabréis que vendrá el Señor, y mañana veréis su gloria.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos
los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Laudes
Himno
Ya muy cercano, Emmanuel
hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora
y redención de ti implora.
Ven ya, del cielo resplandor,
Sabiduría del Señor,
pues con tu luz, que el mundo ansía,
nos llegará nueva alegría.
Llegando estás, Dios y Señor,
del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste
y tu poder allí mostraste.
Ven, Vara santa de Jesé,
contigo el pueblo a lo que fue
volver espera, pues aún gime
bajo el cruel yugo que lo oprime.
Ven, Llave de David, que al fin
el cielo abriste al hombre ruin
que hoy puede andar libre su vía,
con la esperanza del gran día.
Aurora tú eres que, al nacer,
nos trae nuevo amanecer,
y, con tu luz, viva esperanza
el corazón del hombre alcanza.
Rey de la gloria, tu poder
al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza,
se manifiesta tu grandeza. Amén.
Salmodia
Antífona
1: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de
las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi
pueblo, Israel.
Salmo 142,1-11
Lamentación y súplica ante la angustia
El hombre
no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. (Ga 2,16)
Señor,
escucha mi oración;
tú, que eres fiel, atiende a mi súplica;
tú, que eres justo, escúchame.
No llames a juicio a tu siervo,
pues ningún hombre vivo es inocente frente a ti.
El enemigo me persigue a muerte,
empuja mi vida al sepulcro,
me confina a las tinieblas
como a los muertos ya olvidados.
Mi aliento desfallece,
mi corazón dentro de mí está yerto.
Recuerdo los tiempos antiguos,
medito todas tus acciones,
considero las obras de tus manos
y extiendo mis brazos hacia ti:
tengo sed de ti como tierra reseca.
Escúchame en seguida, Señor,
que me falta el aliento.
No me escondas tu rostro,
igual que a los que bajan a la fosa.
En la mañana hazme escuchar tu gracia,
ya que confío en ti.
Indícame el camino que he de seguir,
pues levanto mi alma a ti.
Líbrame del enemigo, Señor,
que me refugio en ti.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.
Tu espíritu, que es bueno,
me guíe por tierra llana.
Por tu nombre, Señor, consérvame vivo;
por tu clemencia, sácame de la angustia.
Antífona
2: Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.
Is 66,10-14a
Consuelo y gozo para la ciudad santa
La
Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre. (Ga 4,26)
Festejad
a Jerusalén, gozad con ella,
todos los que la amáis,
alegraos de su alegría,
los que por ella llevasteis luto;
mamaréis a sus pechos
y os saciaréis de sus consuelos,
y apuraréis las delicias
de sus ubres abundantes.
Porque así dice el Señor:
«Yo haré derivar hacia ella,
como un río, la paz,
como un torrente en crecida,
las riquezas de las naciones.
Llevarán en brazos a sus criaturas
y sobre las rodillas las acariciarán;
como a un niño a quien su madre consuela,
así os consolaré yo,
y en Jerusalén seréis consolados.
Al verlo, se alegrará vuestro corazón,
y vuestros huesos florecerán como un prado.»
Antífona
3: «Mañana será el día de vuestra salvación», dice el Señor, Dios de
los ejércitos.
Salmo 146 (1-11)
Poder y bondad de Dios
A ti, oh
Dios, te alabamos; a ti, Señor, te reconocemos.
Alabad al
Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias al Señor,
tocad la cítara para nuestro Dios,
que cubre el cielo de nubes,
preparando la lluvia para la tierra;
que hace brotar hierba en los montes,
para los que sirven al hombre;
que da su alimento al ganado
y a las crías de cuervo que graznan.
No aprecia el vigor de los caballos,
no estima los jarretes del hombre:
el Señor aprecia a sus fieles,
que confían en su misericordia.
Lectura Breve Isaías 11, 1-3a
Brotará
un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará un vástago. Sobre él se
posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu
de consejo y de
fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor.
Responsorio Breve
V. Mañana
quedará borrada la iniquidad de la tierra.
R. Mañana quedará borrada la iniquidad de la tierra.
V. Y sobre nosotros reinará el Salvador del mundo.
R. Quedará borrada la iniquidad de la tierra.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Mañana quedará borrada la iniquidad de la tierra.
V. El Señor anuncia su palabra a Jacob.
R. Sus decretos y mandatos a Israel.
Lecturas
Primera Lectura
Del libro del profeta Isaías 51, 17-52, 2. 7-10
JERUSALÉN ES EVANGELIZADA
¡Despierta, despierta! ¡Levántate, Jerusalén! Tú, que has bebido
de mano del Señor la copa de su ira. El cáliz del vértigo has bebido hasta
vaciarlo. No hay quien la guíe de entre todos los hijos que ha dado a luz, no
hay quien la tome de la mano de entre todos los hijos que ha criado.
Esos dos males te han acaecido —¿quién te consuela?—: saqueo y quebranto,
hambre y espada —¿quién te consuela?—. Tus hijos desfallecen, yacen, en la
esquina de todas las calles como antílope en la red, llenos de la ira del
Señor, de la amenaza de tu Dios.
Por tanto, escucha esto, pobrecilla, ebria, pero no de vino. Así dice tu Señor,
el Señor, tu Dios, defensor de tu pueblo: Mira que yo te quito de la mano la
copa del vértigo, el cáliz de mi ira; ya no tendrás que seguir bebiéndolo.
Yo lo pondré en la mano de los que te afligían, de los que a ti misma te
decían: «Póstrate para que pasemos», y tú pusiste tu espalda como suelo y como
calle de los que pasaban.
¡Despierta, despierta! ¡Revístete de tu fortaleza, Sión! ¡Vístete tus ropas de
gala, Jerusalén, Ciudad Santa! Porque no volverán a entrar en ti incircuncisos
ni impuros.
Sacúdete el polvo, levántate, cautiva Jerusalén, líbrate de las ligaduras de tu
cerviz, cautiva hija de Sión.
¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz,
que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: «Ya reina tu
Dios!» Escucha: Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con
sus propios ojos ven el retorno del Señor a Sión.
Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha
consolado el Señor a su pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha desnudado el Señor
su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y han visto todos los cabos de
la tierra la salvación de nuestro Dios.
Responsorio Cf. Ex 19, 10. 11; Dt
7, 15; cf. Dn 9, 24
R. Purificaos, hijos de Israel: porque mañana descenderá el
Señor, * y alejará de vosotros toda enfermedad.
V. Mañana quedará borrada la iniquidad de la tierra y sobre
vosotros reinará el Salvador del mundo.
R. Y alejará de vosotros toda enfermedad.
Segunda Lectura
De los sermones de san Agustín, obispo
(Sermón 185: PL 38, 997-999)
LA FIDELIDAD BROTA DE LA TIERRA Y LA JUSTICIA MIRA DESDE EL CIELO
Despiértate: Dios se ha hecho hombre por ti. Despierta, tú que duermes,
levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz. Por ti precisamente, Dios
se ha hecho hombre.
Hubieses muerto para siempre, si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te
hubieses visto libre de la carne del pecado, si él no hubiera aceptado la
semejanza de la carne de pecado. Una inacabable miseria se hubiera apoderado de
ti, si no se hubiera llevado a cabo esta misericordia. Nunca hubieras vuelto a
la vida, si él no hubiera venido al encuentro de tu muerte. Te hubieras
derrumbado, si él no te hubiera ayudado. Hubieras perecido, si él no hubiera
venido.
Celebremos con alegría el advenimiento de nuestra salvación y redención.
Celebremos el día afortunado en el que quien era el inmenso y eterno día, que
procedía del inmenso y eterno día, descendió hasta este día nuestro tan breve y
temporal. Éste se convirtió para nosotros en justicia, santificación y
redención: y así —como dice la Escritura—: El que se gloríe, que se gloríe en
el Señor.
Pues la verdad brota de la tierra: Cristo, que dijo: Yo soy la verdad, nació de
una virgen. Y la justicia mira desde el cielo: puesto que, al creer en el que
ha nacido, el hombre no se ha encontrado justificado por sí mismo, sino por
Dios.
La verdad brota de la tierra: porque la Palabra se hizo carne. Y la justicia
mira desde el cielo: porque todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba.
La verdad brota de la tierra: la carne, de María. Y la justicia mira desde el
cielo: porque el hombre no puede recibir nada, si no se lo dan desde el cielo.
Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios,
porque la justicia y la paz se besan. Por medio de nuestro Señor Jesucristo,
porque la verdad brota de la tierra. Por él hemos obtenido con la fe el acceso
a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos apoyados en la esperanza de
alcanzar la gloria de Dios. No dice: «Nuestra gloria», sino: La gloria de Dios;
porque la justicia no procede de nosotros, sino que mira desde el cielo. Por
tanto, el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, y no en sí mismo.
Por eso, después que la Virgen dio a luz al Señor, el pregón de las voces
angélicas fue así: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres
que ama el Señor. ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de
la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha
hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el
Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.
Alegrémonos, por tanto, con esta gracia, para que el testimonio de nuestra conciencia
constituya nuestra gloria: y no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en Dios.
Por eso se ha dicho: Tú eres mi gloria, tú mantienes alta mi cabeza. ¿Pues qué
gracia de Dios pudo brillar más intensamente para nosotros que ésta: teniendo
un Hijo unigénito, hacerlo hijo del hombre, para, a su vez, hacer al hijo del
hombre hijo de Dios? Busca méritos, busca justicia, busca motivos; y a ver si
encuentras algo que no sea gracia.
Responsorio Is 11, 1. 5. 2
R. Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz brotará
un vástago. * La justicia será el ceñidor de su cintura, y la lealtad el
cinturón de sus caderas.
V. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría
y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza.
R. La justicia será el ceñidor de su cintura, y la lealtad el
cinturón de sus caderas.
Jueves, 24 de diciembre de 2020
Evangelio
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (1,67-79):
67 Zacarías, su padre, quedó lleno de
Espíritu Santo, y profetizó diciendo:
68 = «Bendito el Señor Dios de Israel =
porque ha visitado y = redimido a su pueblo. =
69 y nos ha suscitado una fuerza salvadora
en la casa de David, su siervo,
70 como había prometido desde tiempos
antiguos, por boca de sus santos profetas,
71 que nos salvaría de nuestros = enemigos y
de las manos de = todos = los que nos odiaban =
72 haciendo = misericordia = a = nuestros
padres y recordando su = santa = alianza =
73 y el juramento que juró a Abraham nuestro
padre, de concedernos
74 que, libres de manos enemigas, podamos
servirle sin temor
75 en santidad y justicia delante de él
todos nuestros días.
76 Y tú, niño, serás llamado profeta del
Altísimo, pues irás delante = del Señor = para = preparar sus caminos =
77 y dar a su pueblo conocimiento de
salvación por el perdón de sus pecados,
78 por las entrañas de misericordia de
nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura,
79 a fin de iluminar = a los que habitan en
tinieblas y sombras de muerte = y guiar nuestros pasos por el = camino de la
paz.» =
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: A María
le llegó el tiempo de su alumbramiento, y dio a luz a su Hijo primogénito.
Benedictus
Lc 1, 68-79
El Mesías y
su precursor
+ Bendito
sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Hermanos,
oremos con todo nuestro espíritu a Cristo redentor, que vendrá con gran poder y
gloria, y digámosle:
*Ven, Señor Jesús*.
Señor Jesucristo, que vendrás con poder desde el cielo, — mira nuestra pequeñez
y haz que seamos dignos de tus dones.
Tú que viniste a anunciar la Buena Noticia a los hombres, — danos fuerza para
que también nosotros anunciemos el Evangelio a nuestros hermanos.
Tú que desde el trono del Padre todo lo gobiernas, — haz que aguardemos con
alegría la dicha que esperamos, tu aparición gloriosa.
Consuélanos, Señor, con los dones de tu divinidad, — a los que anhelamos la
gracia de tu venida.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Pidamos que el reino de Dios llegue a todos los hombres: Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre
nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Apresúrate,
Señor Jesús, y no tardes, para que tu venida consuele y fortalezca a los que esperan
todo de tu amor. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu
Santo y eres Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
Conclusión
Si preside el obispo, es
conveniente que éste bendiga al pueblo con la bendición solemne:
V. El
Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
V. Que la paz de Dios, que sobrepasa todo anhelo y esfuerzo
humano, custodie vuestro corazón y vuestra inteligencia en el amor y
conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
V. La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu
Santo, descienda sobre vosotros.
R. Amén.
Si preside un presbítero o
un diácono, bendice al pueblo como el obispo, o bien con la bendición común:
V. El
Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
V. La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo + y Espíritu
Santo, descienda sobre vosotros.
R. Amén.
Si se despide a la
comunidad, se añade la invitación:
V. Podéis
ir en paz.
R. Demos gracias a Dios.
En el rezo individual o en
una celebración comunitaria presidida por un ministro no ordenado, se dice:
V. El
Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.