Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre;
limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina
mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y
devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia
de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén
Laudes - MARTES XIII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO 2020
El siguiente es el formulario que
corresponde a laudes de la liturgia de las horas para el martes, 30 de junio de
2020.
Invitatorio
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu
alabanza.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios soberano.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día
tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al
Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Antifona: Venid, adoremos al Señor, Dios
soberano
Laudes
Himno
En esta luz del nuevo
día
que me concedes, oh Señor,
dame mi parte de alegría
y haz que consiga ser mejor.
Dichoso yo, si al fin del día
un odio menos llevo en mí,
si una luz más mis pasos guía
y si un error más yo extinguí.
Que cada tumbo en el sendero
me vaya haciendo conocer
cada pedrusco traicionero
que mi ojo ruin no supo ver.
Que ame a los seres este día,
que a todo trance ame la luz,
que ame mi gozo y mi agonía,
que ame el amor y ame la cruz.
Salmodia
Antífona 1: El hombre de manos inocentes y
puro corazón subirá al monte del Señor.
Salmo 23
Entrada solemne de Dios
en su templo
Las puertas del cielo se abren
ante Cristo que, como hombre, sube al cielo.
Del Señor es la tierra y cuanto
la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
—¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
—El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
—Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
—¿Quién es ese Rey de la gloria?
—El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Antífona 1: El hombre de manos inocentes y
puro corazón subirá al monte del Señor
Antífona 2: Ensalzad con vuestras obras al Rey de los siglos.
Tb 13,1-10a
Dios castiga y salva
Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos ha hecho nacer de
nuevo para una esperanza viva. (1P 1,3)
Bendito sea Dios, que vive
eternamente,
y cuyo reino dura por los siglos:
él azota y se compadece,
hunde hasta el abismo y saca de él,
y no hay quien escape de su mano.
Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles,
porque él nos dispersó entre ellos.
Proclamad allí su grandeza,
ensalzadlo ante todos los vivientes:
que él es nuestro Dios y Señor,
nuestro padre por todos los siglos.
Él nos azota por nuestros delitos,
pero se compadecerá de nuevo,
y os congregará de entre las naciones
por donde estáis dispersados.
Si volvéis a él de todo corazón
y con toda el alma,
siendo sinceros con él,
él volverá a vosotros
y no os ocultará su rostro.
Veréis lo que hará con vosotros,
le daréis gracias a boca llena,
bendeciréis al Señor de la justicia
y ensalzaréis al rey de los siglos.
Yo le doy gracias en mi cautiverio,
anuncio su grandeza y su poder
a un pueblo pecador.
Convertíos, pecadores,
obrad rectamente en su presencia:
quizá os mostrará benevolencia
y tendrá compasión.
Ensalzaré a mi Dios, al rey del cielo,
y me alegraré de su grandeza.
Que todos alaben al Señor
y le den gracias en Jerusalén.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Antífona 2: Ensalzad con vuestras obras al
Rey de los siglos
Antífona 3: El Señor merece la alabanza de
los buenos.
Salmo 32
Himno al poder y a la
providencia de Dios
Por medio de la Palabra se hizo
todo. (Jn 1,3)
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones:
que la palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos;
encierra en un odre las aguas marinas,
mete en un depósito el océano.
Tema al Señor la tierra entera,
tiemblen ante él los habitantes del orbe:
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.
El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres;
desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón,
y comprende todas sus acciones.
No vence el rey por su gran ejército,
no escapa el soldado por su mucha fuerza,
nada valen sus caballos para la victoria,
ni por su gran ejército se salva.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Antífona 3: El Señor merece la alabanza de
los buenos
Lectura Breve
Rm 13,11b.12-13a
Ya es hora de despertaros del
sueño. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades
de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como
en pleno día, con dignidad.
Responsorio Breve
R. Dios mío, peña mía, *
Refugio mío, Dios mío. Dios mío.
V. Mi alcázar, mi libertador.
* Refugio mío, Dios mío. Gloria al Padre. Dios mío.
Primera Lectura
Del libro de Nehemías
8, 1-18
ESDRAS LEE, POR PRIMERA
VEZ Y DE MODO SOLEMNE LA LEY AL PUEBLO
Al llegar el séptimo
mes, los israelitas se encontraban instalados en sus ciudades.
Entonces, todo el pueblo se reunió, como un solo hombre, en la plaza que se
abre ante la puerta del Agua, y pidió a Esdras, el letrado, que trajera el
libro de la ley de Moisés, que Dios había dado a Israel. El sacerdote Esdras
trajo el libro de la ley ante la asamblea, compuesta de hombres, mujeres y
todos los que tenían uso de razón. Era a mediados del mes séptimo.
En la plaza de la puerta del Agua, desde el amanecer hasta el mediodía, estuvo
leyendo el libro a los hombres, a las mujeres y a los que tenían uso de razón.
Toda la gente seguía con atención la lectura de la ley. Esdras, el letrado,
estaba de pie en el púlpito de madera que había hecho para esta ocasión. A su
derecha se encontraban Matitías, Sema, Anayas, Urías, Jelcías y Maseyas; a su
izquierda, Fedayas, Misael, Malquías, Jasún, Jasbadana,
Zacarías y Mesulán. Esdras abrió el libro a la vista de todo el pueblo -pues se
hallaba en un puesto elevado- y, cuando lo abrió, toda la gente se puso en pie.
Esdras bendijo al Señor, Dios grande, y
todo el pueblo, levantando las manos, respondió: «Amén, amén.»
Después, se inclinaron y adoraron al Señor, rostro en tierra. Los levitas
Josué, Baní, Serebías, Yamín, Acub, Sabtay, Hodiyías, Maseyas, Quelítá,
Azarías, Yozabad, Janán y Felayas explicaron la ley al pueblo, que se mantenía
en sus puestos. Leían el libro de la ley de Dios, traduciéndolo y explicándolo
para que se entendiese la lectura. El gobernador Nehemías, el sacerdote y
letrado Esdras y los levitas que instruían al pueblo, viendo que la gente
lloraba al escuchar la lectura de la ley, le dijeron: «Este día está consagrado
al Señor, vuestro Dios; no hagáis duelo ni lloréis.» Después añadió:
«Id a casa, comed buenas tajadas, bebed vinos generosos y enviad porciones a
los que no tienen nada, porque hoy es día consagrado a nuestro Dios. No estéis
tristes: la alegría del Señor es vuestra fortaleza.» Los levitas acallaban al
pueblo, diciendo:
«Silencio, que es un día santo; no estéis tristes.» El pueblo se fue, comió,
bebió, envió porciones y organizó una gran fiesta, porque
había comprendido lo que le habían explicado. Al día siguiente, los cabezas de
familia de todo el pueblo, los sacerdotes y los levitas se reunieron con el
letrado Esdras para estudiar el libro de la ley. En la ley que había mandado el
Señor por medio de Moisés encontraron
escrito: «Los israelitas habitarán en chozas durante la fiesta del séptimo
mes.» Entonces, pregonaron en todos sus pueblos y en Jerusalén: «Id al monte y
traed ramas de olivo, pino, mirto palmera y de otros árboles frondosos para
construir las chozas, como está mandado.» La gente fue, las trajo e hicieron
las chozas; unos en la azotea, otros en sus patios, en los patios del templo,
en la plaza de la puerta del Agua y en la plaza de la puerta de Efraín. Toda la
asamblea que había vuelto del destierro hizo chozas, habitaron en ellas cosa que
no hacían los israelitas desde tiempos de Josué, hijo de Nun-y hubo una gran fiesta.
Todos los días, del primero al último, leyó Esdras el libro de la ley de Dios.
La fiesta duró siete días, y el octavo tuvo lugar una asamblea solemne, como
está mandado.
Responsorio Sal 18, 8-9; Rm 13, 8. 10
R. La ley del Señor es
perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al
ignorante; * los mandatos del Señor son
rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
V. Quien ama al prójimo ya ha
cumplido la ley; así que amar es cumplir la ley entera.
R. Los mandatos del Señor son
rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
Segunda Lectura
De los sermones de san
Agustín, obispo
(Sermón 47, Sobre las ovejas, 12-14: CCL 41, 582-584)
SI BUSCARE AGRADAR A
LOS HOMBRES, NO SERÍA SIERVO DE CRISTO
Si de algo podemos
preciarnos es del testimonio de nuestra conciencia. Hay hombres que juzgan
temerariamente, que son detractores, chismosos, murmuradores, que se empeñan en
sospechar lo que no ven, que se empeñan incluso en pregonar lo que ni sospechan;
contra esos tales, ¿qué recurso queda sino el testimonio de nuestra conciencia?
Y ni aun en aquellos a los que buscamos agradar, hermanos, buscamos nuestra
propia gloria, o al menos no debemos buscarla, sino más bien su salvación, de
modo que, siguiendo nuestro ejemplo, si es que nos comportamos rectamente, no
se desvíen. Que sean imitadores nuestros, si nosotros lo somos de Cristo; y, si
nosotros no somos imitadores de Cristo, que tomen al mismo Cristo por modelo.
Él es, en efecto, quien apacienta su rebaño, él es el único pastor que lo
apacienta por medio de los demás buenos pastores, que lo hacen por delegación
suya. Por tanto, cuando buscamos agradar a los hombres, no buscamos nuestro
propio provecho, sino el gozo de los demás, y nosotros nos gozamos de que les
agrade lo que es bueno, por el provecho que a ellos les reporta, no por el honor
que ello nos reporta a nosotros. Está bien claro contra quiénes dijo el
Apóstol: Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de
Cristo. Como también está claro a quiénes se refería al decir: Procurad
contentar en todo a todos, como yo, por mi parte, procuro contentar en todo a
todos. Ambas afirmaciones son límpidas, claras y transparentes. Tú limítate a
pacer y beber, sin pisotear ni enturbiar.
Conocemos también aquellas palabras del Señor Jesucristo, maestro de los
apóstoles: Alumbre vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas
obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo, esto es, al que os ha
hecho tales. Nosotros somos su pueblo, el rebaño que él guía. Por lo tanto, él
ha de ser alabado, ya que él es de quien procede la bondad que pueda haber en
ti, y no tú, ya que de ti mismo no puede proceder más que maldad. Sería
contradecir a la verdad si quisieras ser tú alabado cuando haces algo bueno, y
que el Señor fuera vituperado cuando haces algo malo.
El mismo que dijo: Alumbre vuestra luz a los hombres, dijo también en la misma ocasión:
Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres. Y, del mismo modo
que estas palabras te parecían contradictorias en boca del Apóstol, así también
en el Evangelio. Pero si no enturbias el agua de tu corazón, también en ellas
reconocerás la paz de las Escrituras, y participarás tú también de su misma
paz.
Procuremos, pues, hermanos, no sólo vivir rectamente, sino también obrar con
rectitud delante de los hombres, y no sólo preocuparnos de tener la conciencia
tranquila, sino también, en cuanto lo permita nuestra debilidad y la vigilancia
de nuestra fragilidad humana, procuremos no hacer nada que pueda hacer
sospechar mal a nuestro hermano más débil, no sea que, comiendo hierba limpia y
bebiendo un agua pura, pisoteemos los pastos de Dios, y las ovejas más débiles
tengan que comer una hierba pisoteada y beber un agua enturbiada.
Responsorio Flp 2, 2. 34; 1 Ts 5, 14. 15
R. Dadme esta gran alegría:
Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir; dejaos
guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. * No os encerréis en vuestros
intereses, sino buscad todos, el interés de los demás.
V. Sostened a los débiles,
tened paciencia con todos; procurad siempre el bien entre vosotros y para con
todos.
R. No os encerréis en vuestros
intereses, sino buscad todos, el interés de los demás.
Martes, 30 de junio de 2020
Evangelio
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (8,23-27):
23 Subió a la barca y
sus discípulos le siguieron.
24 De pronto se levantó en el mar una
tempestad tan grande que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba
dormido.
25 Acercándose ellos le despertaron
diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»
26 Díceles: «¿Por qué tenéis miedo, hombres
de poca fe?» Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino
una gran bonanza.
27 Y aquellos hombres, maravillados, decían:
«¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?»
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: El Señor nos suscitó una
fuerza de salvación, según lo había predicho por boca de sus profetas.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de
Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Ya que hemos sido llamados a
participar de una vocación celestial,
bendigamos por ello a Jesús, el sumo sacerdote de la fe que profesamos, y
supliquémosle, diciendo:
'Señor, nuestro Dios y
nuestro Salvador'.
Rey todopoderoso, que por el bautismo has hecho de nosotros un sacerdocio real,
—haz que nuestra vida sea un continuo sacrificio de alabanza.
Ayúdanos, Señor, a guardar tus mandatos, —para que, por la fuerza del Espíritu
Santo, nosotros permanezcamos en ti, y tú en nosotros.
Danos tu sabiduría eterna, —para que nos asista en nuestros trabajos.
Concédenos ser la alegría de cuantos nos rodean —y fuente de esperanza para los
decaídos.
Como hijos que somos de Dios, dirijámonos a nuestro Padre con la
oración que Cristo nos enseñó: Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que estás en el
cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Conclusión
Oremos:
Padre de bondad, que por
la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz;
concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el
esplendor de
la verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en
la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
V. El Señor nos bendiga, nos
guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.