Musica Para el Alma

lunes, 7 de mayo de 2018

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles 21, 27-39
PABLO ES ARRESTADO EN JERUSALÉN
En aquellos días, cuando ya estaban para cumplirse los siete días de la purificación de Pablo, los judíos de la provincia romana de Asia, que lo vieron en el templo, alborotaron a toda la gente y se apoderaron de él. Y a la vez gritaban:

«¡Israelitas, ayudadnos! Éste es el hombre que va predicando a todos y en todas partes contra nuestro pueblo, contra la ley y contra este templo. Y más todavía: hasta ha introducido gentiles en el templo, profanando este lugar santo.»

Decían esto porque habían visto poco antes a Trófimo de Éfeso, que lo acompañaba por la ciudad, y creyeron que Pablo lo había introducido en el templo. Se alborotó la ciudad entera, y se agolpó allí el pueblo tumultuosamente. Se apoderaron de Pablo y lo arrastraron fuera del templo, cerrando en seguida las puertas. Ya trataban de lincharlo, cuando dieron parte al tribuno de la cohorte de que toda Jerusalén estaba amotinada. El tribuno tomó al momento soldados y centuriones, y bajó corriendo hacia ellos. Ellos, por su parte, apenas vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Se acercó entonces el tribuno y se apoderó de él, ordenando que lo atasen con dos cadenas. Luego preguntó quién era y qué había hecho. De la multitud, unos gritaban una cosa, y otros otra; y como no pudiese sacar nada cierto por el alboroto que había, mandó que lo condujesen a la fortaleza. Cuando llegó Pablo a la escalinata, tuvo que ser llevado en volandas por los soldados a causa de la furia del populacho. Y la multitud venía en masa detrás gritando:

«¡Mátalo! ¡Mátalo!»

En el momento en que iban a meterlo en la fortaleza, Pablo dijo al tribuno:

«Por favor, ¿me permites decirte dos palabras?»

Y, a su vez, el tribuno le preguntó:

«¿Sabes griego? Pero, ¿no eres tú el egipcio que hace unos días promovió una rebelión y se llevó consigo al desierto cuatro mil bandidos?»

Pablo respondió:

«No; yo soy judío, nacido en Tarso, ciudadano de esta ilustre ciudad de Cilicia. Permíteme, por favor, dirigir la palabra al pueblo.»
RESPONSORIO    2Co 4, 11; Sal 43, 23
R. Estamos continuamente entregados a la muerte por Jesús, * para que también la vida de Jesús se manifieste en esta nuestra vida mortal. Aleluya.
V. Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza.
R. Para que también la vida de Jesús se manifieste en esta nuestra vida mortal. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Libro 11, 11: PG 74, 559-562)
CRISTO ES El VÍNCULO DE UNIDAD
Todos los que participamos de la carne sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo, cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: El misterio que no fue dado a conocer a las pasadas generaciones ahora ha sido revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas: esto es, que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y coparticipes de las promesas divinas, en Cristo Jesús.

Y si somos unos para otros miembros de un mismo cuerpo en Cristo, y no sólo entre nosotros mismos, sino también para aquel que está en nosotros por su carne, ¿por qué, entonces, no procuramos vivir plenamente esa unión que existe entre nosotros y con Cristo? Cristo, en efecto, es el vínculo de unidad, ya que es Dios y hombre a la vez.

Siguiendo idéntico camino, podemos hablar también de nuestra unión espiritual, diciendo que todos nosotros, por haber recibido un solo y mismo Espíritu, a saber, el Espíritu Santo, estamos como mezclados unos con otros y con Dios. Pues, si bien es verdad que tomados cada uno por separado somos muchos, y en cada uno de nosotros Cristo hace habitar el Espíritu del Padre y suyo, este Espíritu es uno e indivisible, y a nosotros, que somos distintos el uno del otro en cuanto seres individuales, por su acción nos reúne a todos y hace que se nos vea como una sola cosa, por la unión que en él nos unifica.

Pues, del mismo modo que la virtualidad de la carne sagrada convierte a aquellos en quienes actúa en miembros de un mismo cuerpo, pienso que, del mismo modo, el único e indivisible Espíritu de Dios, al habitar en cada uno, los vincula a todos en la unidad espiritual.

Por esto nos exhorta también san Pablo: Sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos por mantener la unidad del espíritu, con el vinculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo y lo invade todo. Al estar en cada uno de nosotros el único Espíritu, estará también, por el Hijo, el único Dios y Padre de todos, uniendo entre sí y consigo a los que participan del Espíritu.

Y el hecho de nuestra unión y comunicación del Espíritu Santo, en cierto modo, se hace también visible ya desde ahora. Pues, si, dejando de lado nuestra vida puramente natural, nos sometimos de una vez para siempre a las leyes del espíritu, es evidente para todos nosotros que -por haber dejado nuestra vida anterior y estar ahora unidos al Espíritu Santo, y por haber adquirido una hechura celeste y haber sido en cierta manera transformados en un nuevo ser- ya no somos llamados simplemente hombres, sino también hijos de Dios y hombres celestiales, por nuestro consorcio con la naturaleza divina.

Por tanto, somos todos una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; una sola cosa por la identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por la comunión de la carne sagrada de Cristo y por la participación de un único y Santo Espíritu.
RESPONSORIO    1Co 10, 17; Sal 67, 11.7
R. Puesto que es un solo pan, somos todos un solo cuerpo; * ya que todos participamos de ese único pan y de ese único cáliz. Aleluya.
V. Tu bondad, ¡oh Dios!, preparó casa para los pobres y desvalidos.
R. Ya que todos participamos de ese único pan y de ese único cáliz. Aleluya.

ORACIÓN.
OREMOS,
Señor, haz que tu pueblo viva siempre en la alegría al ver renovada la juventud de su espíritu, y que el gozo de haber recobrado la dignidad de la adopción divina le dé la firme esperanza de resucitar un día a la verdadera felicidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.