Musica Para el Alma

sábado, 3 de junio de 2017

UNA LUZ

Primera Lectura

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 5-27
CUANTOS SE DEJAN GUIAR POR EL ESPÍRITU DE DIOS SON HIJOS DE DIOS
Hermanos: Los que llevan una vida puramente natural, según la carne, ponen su
corazón en las cosas de la carne; los que viven la vida según el espíritu lo ponen en las
cosas del espíritu. Las tendencias de la carne llevan hacia la muerte, en cambio, las del
espíritu llevan a la vida y a la paz. Porque las tendencias de la vida según la carne son
enemigas de Dios y no se someten ni pueden someterse a la ley de Dios. Y los que llevan
una vida puramente natural, según la carne, no pueden agradar a Dios.
Pero vosotros ya no estáis en la vida según la carne, sino en la vida según el espíritu,
ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de

Dios. Pero si Cristo está en vosotros, aunque vuestro cuerpo haya muerto por causa del
pecado, el espíritu tiene vida por la justificación.
Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros,
el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros
cuerpos mortales por obra de su Espíritu que habita en vosotros.
Así, pues, hermanos, no tenemos deuda alguna con la vida según la carne, para que
vivamos según sus principios. Si vivís según ellos, moriréis; pero, si hacéis morir por el
espíritu las malas pasiones del cuerpo, viviréis.
Porque todos cuantos se dejan guiar por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Que no
habéis recibido espíritu de esclavitud, para recaer otra vez en el temor, sino que habéis
recibido espíritu de adopción filial, por el que clamamos: «¡Padre!» Este mismo Espíritu se
une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también somos
herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si es que padecemos juntamente
con Cristo, para ser glorificados juntamente con él.
Los padecimientos de esta vida presente tengo por cierto que no son nada en
comparación con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. La creación entera está
en expectación, suspirando por esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios; porque las
criaturas todas quedaron sometidas al desorden, no porque a ello tendiesen de suyo, sino
por culpa del hombre que las sometió. Y abrigan la esperanza de quedar ellas, a su vez,
libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad gloriosa que han de
recibir los hijos de Dios.
La creación entera, como bien lo sabemos, va suspirando y gimiendo toda ella, hasta el
momento presente, como con dolores de parto. Y no es ella sola, también nosotros, que
poseemos las primicias del Espíritu, suspiramos en nuestro interior, anhelando la redención
de nuestro cuerpo. Sólo en esperanza poseemos esta salvación; ahora bien, una
esperanza, cuyo objeto estuviese ya a la vista, no sería ya esperanza. Pues, ¿cómo es
posible esperar una cosa que está ya a la vista? Pero, si estamos esperando lo que no
vemos, lo esperamos con anhelo y constancia.
De la misma manera, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues no
sabemos pedir como conviene; y el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos que
no pueden ser expresados en palabras. Y aquel que escudriña los corazones sabe cuáles
son los deseos del Espíritu y que su intercesión en favor de los fieles es según el querer de
Dios.

Responsorio Ga 4, 6; 3, 26; 2 Tm 1, 7

R. La prueba de que sois hijos por la fe en Jesucristo es que * Dios ha enviado a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Padre!» Aleluya.
V. No nos ha dado Dios un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de señorío de
nosotros mismos.
R. Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Padre!»
Aleluya.

Segunda Lectura

Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías
(Libro 3,17,1-3: SC 34, 302-306)
EL ENVÍO DEL ESPÍRITU SANTO
El Señor dijo a los discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Con este mandato les daba el poder
de regenerar a los hombres en Dios.

Dios había prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su
Espíritu sobre sus siervos y siervas, y que éstos profetizarían; por esto descendió el
Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios, que se había hecho Hijo del hombre, para así,
permaneciendo en él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir
en la obra plasmada por las manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del
Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
Y Lucas nos narra cómo este Espíritu, después de la ascensión del Señor, descendió
sobre los discípulos el día de Pentecostés, con el poder de dar a todos los hombres
entrada en la vida y para dar su plenitud a la nueva alianza; por esto, todos a una, los
discípulos alababan a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad de los
pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de todas las naciones.
Por esto el Señor prometió que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de
Dios. Pues, del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa
compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos
muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús, sin esta agua que
baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto, si no recibe el agua, así también
nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida,
sin esta gratuita lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la
incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.
El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de prudencia y sabiduría, Espíritu
de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio
a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo
el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este
rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos
quien nos acusa, tengamos también un Defensor, pues que el Señor encomienda al
Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de
ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos
denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del
Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al
Señor con intereses.

Responsorio Hch 2, 1-2

R. Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar; de
pronto, se oyó un estruendo que venía del cielo, * como de un viento impetuoso que
invadió toda la casa. Aleluya.
V. Y, así, estando congregados todos los discípulos, vino de pronto sobre ellos un
estruendo desde el cielo.
R. Como de un viento impetuoso que invadió toda la casa. Aleluya.
HIMNO A ti, oh Dios, te alabamos
Se dice el Te Deum

Himno Te Deum

  • Himno 1
  • Himno 2
  • Himno 3

Te Deum

Versión española

A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios del universo.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu gloria.
A ti te ensalza
el glorioso coro de los apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,
te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de adoración,
Espíritu Santo, Defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana
sin desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el reino del cielo.
Tú te sientas a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día
has de venir como juez.
Te rogamos, pues,
que vengas en ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.

[La parte que sigue puede omitirse, si se cree oportuno.]
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.

Oración

Oremos:
Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia extendida por todas
las naciones, derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no
dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste
en los comienzos de la predicación evangélica. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.