De la carta a los Romanos 7, 1-13
NO TUVE CONCIENCIA DEL PECADO SINO POR LA LEY
¿No sabéis, hermanos -hablo a quienes conocen la ley-, que la ley obliga al hombre sólo durante el tiempo de su vida? Así, por ejemplo, la mujer casada está sometida por la ley al marido, mientras éste vive; pero, si muere él, ella queda libre de la ley que la sometía al marido.
Por consiguiente, será tenida por adúltera, si se une a otro hombre en vida del marido; pero, muerto el marido, queda ella libre de la ley; y no será adúltera en el caso de unirse a otro hombre.
Del mismo modo, hermanos, también vosotros habéis muerto a la ley por vuestra unión al cuerpo de Cristo. Así podéis pertenecer a otro, a aquel que fue resucitado de entre los muertos, para que demos fruto según Dios.
De hecho, cuando vivíamos nuestra vida de orden puramente natural, las pasiones pecaminosas, instigadas por la ley, actuaban en nuestros miembros y daban frutos de muerte; pero ahora nos hemos desprendido de la ley, muriendo para aquello en que estábamos presos; sirvamos, pues, a Dios en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra.
Pero, vamos a ver, ¿se sigue de esto que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero, sin embargo, yo no tuve conciencia del pecado sino por la ley; y no hubiese tenido conciencia de la codicia, por ejemplo, si la ley no dijese: «No codiciarás.» Y el pecado, instigado por este precepto, obró en mí toda clase de concupiscencias. Sin la ley, el pecado es cosa muerta. Un tiempo vivía yo sin estar sometido a la ley; sobreviniendo luego el precepto, tomó vida el pecado, y yo incurrí en muerte; me encontré con que el precepto, que debía llevarme a la vida, me había llevado a la muerte.
En efecto, el pecado, instigado por el precepto, me sedujo; y por él me dio la muerte.
En resumen, quedamos en que la ley es santa y el precepto santo, justo y bueno. Pero, ¿voy a sacar en conclusión que lo que era bueno llegó a ser muerte para mí? Nada de eso. Sino que el pecado, para mostrarse verdaderamente tal, sirviéndose de lo que era bueno, me causó la muerte. Así el pecado, al servirse del precepto, aumentó su malicia sobre toda medida.
RESPONSORIO 7, 6; 5, 5b
R. Nos hemos desprendido de la ley, muriendo para aquello en que estábamos presos; * sirvamos a Dios en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra.
V. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
R. Sirvamos a Dios en la novedad del espíritu y no en la vejez de la letra.