*LAS LAUDES. SOLEMNIDAD
DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS*
Abre,
Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los
pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi
sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y
merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro
Señor. Amén
*Laudes - SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE
DIOS*
Invitatorio
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: Celebremos la maternidad de santa María Virgen y adoremos a su Hijo
Jesucristo, el
Señor.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb
3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Laudes
Himno
Entonad los aires
con voz celestial:
«Dios niño ha nacido
pobre en un portal.»
Anúnciale el ángel
la nueva al pastor,
que niño ha nacido
nuestro Salvador.
Adoran pastores
en sombras al Sol,
que niño ha nacido,
de una Virgen, Dios.
Haciéndose hombre,
al hombre salvó;
un niño ha nacido,
ha nacido Dios. Amén.
Salmodia
Antífona 1: Ha brotado un renuevo del tronco de Jesé, ha salido una estrella de la
casa de Jacob: la Virgen ha dado a luz al Salvador; te alabamos, Dios nuestro.
Salmo 62, 2-9
El alma sedienta de Dios
Madruga por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti
madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Antífona 2: Mirad, María nos ha engendrado al Salvador, ante quien Juan exclamó:
«Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.» Aleluya.
Dn 3,57-88.56
Toda la creación alabe al Señor
Alabad al Señor, sus siervos todos. (Ap 19,5)
Criaturas todas del Señor, bendecid al
Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor;
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
Antífona 3: La Madre ha dado a luz al Rey, cuyo nombre es eterno, y la que lo ha
engendrado tiene, al mismo tiempo, el gozo de la maternidad y la gloria de la
virginidad: un prodigio tal no se ha visto nunca ni se verá de nuevo jamás.
Aleluya.
Salmo 149
Alegría de los santos
Los hijos de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey,
Cristo, el Señor. (Hesiquio)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Lectura BreveMi 5, 3. 4. 5ª
El jefe de Israel los abandonará hasta
el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz. Entonces el resto de sus
hermanos volverá a los hijos de Israel. Él se alzará y pastoreará el rebaño con
el poder del Señor, con la majestad del nombre del Señor su Dios; y él será
nuestra paz.
Responsorio Breve
V. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.
R. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.
V. Los confines de la tierra la han contemplado.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor revela su salvación. Aleluya, aleluya.
V. La Palabra se hizo carne. Aleluya.
R. Y puso su morada entre nosotros. Aleluya.
Lecturas
Primera Lectura
De la carta a los Hebreos 2, 9-17
CRISTO ES SEMEJANTE EN TODO A SUS HERMANOS
Hermanos: A Jesús, a quien Dios puso
momentáneamente bajo los ángeles, lo vemos ahora coronado de gloria y de honor
por haber padecido la muerte. Así, por amorosa dignación de Dios, gustó la
muerte en beneficio de todos.
Pues como quisiese Dios, por quien y para quien son todas las cosas, llevar un
gran número de hijos a la gloria, convenía ciertamente que perfeccionase por
medio del sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación, ya que tanto el que
santifica como los que son santificados tienen un mismo origen. Por esta razón
no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis
hermanos; cantaré en la asamblea tus loores.» Y también: «Pondré en él mi confianza.»
Y en otro lugar: «Aquí estoy con mis hijos, los hijos que Dios me ha dado.» Así
pues, como los hijos participan de la carne y de la sangre, también él entró a
participar de las mismas, para reducir a la impotencia, por su muerte, al que
retenía el imperio de la muerte, es decir, al demonio, y librar a los que por
temor a la muerte vivían toda su vida sometidos a esclavitud. Él no vino,
ciertamente, en auxilio de los ángeles, sino en auxilio de la descendencia de
Abraham. Por eso debía ser semejante en todo a sus hermanos, para poderse
apiadar de ellos y ser fiel pontífice ante Dios, a fin de expiar los pecados
del pueblo.
Responsorio Lc 1, 28
R. Dichosa eres, Virgen María, que llevaste en tu seno al Creador del
universo. *Engendraste al que te creó y permaneces virgen para
siempre.
V. Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.
R. Engendraste al que te creó y permaneces virgen para siempre.
Segunda Lectura
De las cartas de san Atanasio, obispo
(Carta a Epicteto, 5-9: PG 26,1058.1062-1066)
LA PALABRA TOMÓ DE MARÍA NUESTRA CONDICIÓN
La Palabra tendió una mano a los hijos
de Abrahán, como afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus
hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad,
María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un
cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros. La Escritura habla del parto y
afirma: Lo envolvió en pañales; y se proclaman dichosos los pechos que
amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el
sacrifico prescrito.
El ángel Gabriel había anunciado
esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente
«lo que nacerá en ti» —para que no se creyese que se trataba de un cuerpo
introducido desde el exterior—, sino de ti, para que creyéramos que aquel que
era engendrado en María procedía realmente de ella.
Las cosas sucedieron de esta forma para que la Palabra, tomando nuestra
condición y ofreciéndola en sacrifico, la asumiese completamente, y
revistiéndonos después a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol
para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que vestirse de incorrupción,
y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.
Estas cosas no son una ficción, como algunos juzgaron; ¡tal postura es
inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido
la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra
salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la salvación de todo el hombre, es
decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.
Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo
humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un
cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros
hemos nacido de Adán.
Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación,
como sepuede concluir de la idéntica forma de expresarse. En san Pablo
encontramos escrito: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo
humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso
beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y
de terreno ha penetrado las puertas del cielo.
Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en
María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni
disminuciones siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única
Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.
Responsorio
R. No hay alabanza digna de ti, virginidad inmaculada y santa. * Porque
en tu seno has llevado al que ni el cielo puede contener.
V. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.
R. Porque en tu seno has llevado al que ni el cielo puede contener.
Lecturas de Santa María Madre de Dios
Evangelio
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (2,16-21):
16 Y fueron a toda
prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
17
Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño;
18
y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían.
19
María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón.
20
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían
oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
21
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de
Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno.
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: Hoy se nos ha manifestado un misterio admirable: en Cristo se han
unido dos
naturalezas: Dios se ha hecho hombre y, sin dejar de ser lo que era, ha asumido
lo que no
era, sin sufrir mezcla ni división.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Glorifiquemos a Cristo, que ha nacido de
María Virgen por obra del Espíritu Santo, y supliquémosle, diciendo:
*Hijo de la Virgen María, ten piedad de
nosotros*.
Oh Cristo, hijo admirable y príncipe de la paz, nacido de María Virgen, —
concede al mundo entero una paz estable.
Rey y Dios nuestro, que al venir al mundo has dignificado al hombre, — haz que
te honremos todos los días de nuestra vida con nuestra fe y nuestra conducta.
Tú que te has hecho semejante a nosotros, — concédenos ser semejantes a ti.
Tú que has querido ser ciudadano de nuestro mundo, — concédenos ser ciudadanos
de tu reino.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones
libres.
Ya que somos de la familia de Dios, digamos con gran confianza a nuestro Padre
del cielo: Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Dios y Señor nuestro, que por la
maternidad virginal de María entregaste a los hombres
los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquélla
de quien
hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.
Amén.
Conclusión
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida
eterna.
R. Amén.
*Santa María, Madre de Dios*
La
Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que
apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma
hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del
templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias
marianas de Roma.
La
antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre
de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las
Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de
Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos
de las persecuciones.
Más
adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando
la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en
1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso
(431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este
Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre
de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del
calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de
enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa
María, Madre de Dios.
De
esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en
el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos
empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.
*El Concilio de Éfeso*
En
el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de
Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos
la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se
reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima
Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon:
“La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y
acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas
encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén".
Asimismo,
San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la
divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado
por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero
en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.
*Madre del Niño Dios*
“He
aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Es
desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan
de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para
traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.
La
doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño
Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios,
dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo
Jesús.
Es
por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar
su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que
nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y
poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.