*LAS LAUDES Y LAS VISPERAS*
Abre,
Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los
pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi
sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y
merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro
Señor. Amén
*Laudes*
*LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR*
V. Señor,
ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Antifona: A Cristo,
el rey supremo de la gloria, venid, adorémosle.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos
los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.
(Se repite la antífona)
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
(Se repite la antífona)
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
(Se repite la antífona)
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.
(Se repite la antífona)
Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»
(Se repite la antífona)
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
(Se repite la antífona)
Laudes
Himno
Es domingo; una luz nueva
resucita la mañana
con su mirada inocente,
llena de gozo y de gracia.
Es domingo; la alegría
del mensaje de la Pascua
es la noticia que llega
siempre y que nunca se gasta.
Es domingo; la pureza
no sólo la tierra baña,
que ha penetrado
en la vida por las ventanas del alma.
Es domingo; la presencia
de Cristo llena la casa:
la Iglesia, misterio y fiesta,
por él y en él convocada.
Es domingo; «éste es el día
que hizo el Señor», es la Pascua,
día de la creación
nueva y siempre renovada.
Es domingo; de su hoguera
brilla toda la semana
y vence oscuras tinieblas
en jornadas de esperanza.
Es domingo; un canto nuevo
toda la tierra le canta
al Padre, al Hijo, al Espíritu,
único Dios que nos salva. Amén.
Salmodia
Antífona
1: Hoy el rostro de nuestro Señor Jesucristo resplandeció en la
montaña como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve.
Salmo 62, 2-9
El alma sedienta de Dios
Madruga
por Dios todo el que rechaza las obras de las tinieblas.
Oh Dios,
tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Antífona
2: Hoy el Señor se transfiguró y fue testimoniado por la voz del
Padre; se aparecieron radiantes Moisés y Elías y hablaban con Jesús de su
muerte, que iba a consumar.
Dn 3,57-88.56
Toda la creación alabe al Señor
Alabad al
Señor, sus siervos todos. (Ap 19,5)
Criaturas
todas del Señor, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Ángeles del Señor, bendecid al Señor;
cielos, bendecid al Señor.
Aguas del espacio, bendecid al Señor;
ejércitos del Señor, bendecid al Señor.
Sol y luna, bendecid al Señor;
astros del cielo, bendecid al Señor.
Lluvia y rocío, bendecid al Señor;
vientos todos, bendecid al Señor.
Fuego y calor, bendecid al Señor;
fríos y heladas, bendecid al Señor.
Rocíos y nevadas, bendecid al Señor;
témpanos y hielos, bendecid al Señor.
Escarchas y nieves, bendecid al Señor;
noche y día, bendecid al Señor.
Luz y tinieblas, bendecid al Señor;
rayos y nubes, bendecid al Señor.
Bendiga la tierra al Señor,
ensálcelo con himnos por los siglos.
Montes y cumbres, bendecid al Señor;
cuanto germina en la tierra, bendiga al Señor.
Manantiales, bendecid al Señor;
mares y ríos, bendecid al Señor;
Cetáceos y peces, bendecid al Señor;
aves del cielo, bendecid al Señor.
Fieras y ganados, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Hijos de los hombres, bendecid al Señor;
bendiga Israel al Señor.
Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor;
siervos del Señor, bendecid al Señor.
Almas y espíritus justos, bendecid al Señor;
santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
Ananías, Azarías y Misael, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.
Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo,
ensalcémoslo con himnos por los siglos.
Bendito el Señor en la bóveda del cielo,
alabado y glorioso y ensalzado por los siglos.
Antífona
3: La ley se dio por medio de Moisés, y la profecía por medio de
Elías, los cuales fueron vistos hablando con el Señor, resplandecientes en la montaña.
Salmo 149
Alegría de los santos
Los hijos
de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, se alegran por su Rey, Cristo, el Señor.
(Hesiquio)
Cantad al
Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras;
porque el Señor ama a su pueblo
y adorna con la victoria a los humildes.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en filas:
con vítores a Dios en la boca
y espadas de dos filos en las manos:
para tomar venganza de los pueblos
y aplicar el castigo a las naciones,
sujetando a los reyes con argollas,
a los nobles con esposas de hierro.
Ejecutar la sentencia dictada
es un honor para todos sus fieles.
Lectura Breve
Ap 21, 10.
23
El ángel
me transportó en espíritu a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa,
Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios. La ciudad no necesita ni de
sol ni de luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina, y su
lámpara es el Cordero.
Responsorio Breve
V. Lo
coronaste de gloria y dignidad, Señor. Aleluya, aleluya.
R. Lo coronaste de gloria y dignidad, Señor. Aleluya, aleluya.
V. Le diste el mando sobre las obras de tus manos.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Lo coronaste de gloria y dignidad, Señor. Aleluya, aleluya.
V. Dios les hablaba desde la columna de nube.
R. Oyeron sus mandatos.
Lecturas
Primera Lectura
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 7-4, 6
GLORIA DIFUNDIDA POR CRISTO EN LA NUEVA ALIANZA
Hermanos: Si el régimen de la ley que mata, que fue grabada con
letras en piedra, fue glorioso, y de tal modo que ni podían fijar la vista los
israelitas en el rostro de Moisés por la gloria de su rostro, que era pasajera,
¿cuánto más glorioso no será el régimen del espíritu? Efectivamente, si hubo
gloria en el régimen que lleva a la condenación, con mayor razón hay profusión
de gloria en el régimen que conduce a la justificación. Y, en verdad, lo que en
aquel caso fue gloria, no es tal en comparación con ésta, tan eminente y
radiante. Pues si lo perecedero fue como un rayo de gloria, con más razón será
glorioso lo imperecedero.
Estando, pues, en posesión de una esperanza tan grande, procedemos con toda
decisión y seguridad, y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para
que no se fijasen los hijos de Israel en su resplandor, que era perecedero. Y
sus entendimientos quedaron embotados, pues, en efecto, hasta el día de hoy
perdura ese mismo velo en la lectura de la antigua alianza. El velo no se ha
descorrido, pues sólo con Cristo queda removido. Y así, hasta el día de hoy,
siempre que leen a Moisés, persiste un velo tendido sobre sus corazones. Más
cuando se vuelvan al Señor, será descorrido el velo. El Señor es espíritu, y
donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad. Y todos nosotros,
reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor,
nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor,
por la acción del Señor, que es espíritu.
Por eso, investidos, por la misericordia de Dios, de este ministerio, no sentimos
desfallecimiento, antes bien, renunciamos a todo encubrimiento vergonzoso del Evangelio;
procedemos sin astucia y sin adulterar la palabra de Dios y, dando a conocer la
verdad, nos encomendamos al juicio de toda humana conciencia en la presencia de
Dios. Si, con todo, nuestro Evangelio queda cubierto como por un velo, queda
así encubierto sólo para los que van camino de perdición, para aquellos cuyos
entendimientos incrédulos cegó el dios del mundo presente, para que no vean
brillar la luz del mensaje evangélico sobre la gloria de Cristo, que es imagen
de Dios.
No nos predicamos a nosotros mismos, sino que predicamos a Cristo Jesús como
Señor; nosotros nos presentamos como siervos vuestros por Jesús. El mismo Dios
que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en
nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece
en el rostro de Cristo.
1 Jn 3, 1. 2
R. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre * para
llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
V. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es.
R. Para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
Segunda Lectura
Del sermón de Anastasio Sinaíta, obispo, en el día de la
Transfiguración del Señor
(Núms. 6-10: Mélanges d'archéologie et d'histoire 67 (1955), 241-244)
¡QUÉ BIEN SE ESTÁ AQUÍ!
El misterio que hoy celebramos lo manifestó Jesús a sus discípulos
en el monte Tabor. En efecto, después de haberles hablado, mientras iba con
ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, teniendo en cuenta que
quizá no estaban muy convencidos de lo que les había anunciado acerca del reino,
y deseando infundir en sus corazones una firmísima e íntima convicción, de modo
que por lo presente creyeran en lo futuro, realizó ante sus ojos aquella
admirable manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del
reino de los cielos. Era como si les dijese: "El tiempo que ha de
transcurrir antes de que se realicen mis predicciones no ha de ser motivo de
que vuestra fe se debilite, y, por esto, ahora mismo, en el tiempo presente, os
aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al
Hijo del hombre con la gloria de su Padre."
Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su
voluntad, añade: Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante
de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Éstas son las maravillas de la presente solemnidad, éste es el misterio, saludable
para nosotros, que ahora se ha cumplido en la montaña, ya que ahora nos reúne
la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que
podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por
Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos
la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la
cumbre de la montaña.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí —así me atrevo a decirlo— como Jesús, que
allí en el cielo es nuestro guía y precursor, con quien brillaremos con nuestra
mirada espiritualizada, renovados en cierta manera en los trazos de nuestra
alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y
hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para los dones
celestiales.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube,
a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro,
arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa
transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo
carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí,
dijo: Señor, ¡qué bien se está aquí! Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien se
está aquí con Jesús; aquí nos quedaríamos para siempre. ¿Hay algo más dichoso,
más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes con él,
vivir en la luz? Cada uno de nosotros, por el hecho de tener a Dios en sí y de
ser transfigurado en su imagen divina, tiene derecho a exclamar con alegría:
¡Qué bien se está aquí! donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la
felicidad y la alegría, donde el corazón disfruta de absoluta tranquilidad,
serenidad y dulzura, donde vemos a (Cristo) Dios, donde él, junto con el Padre,
pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha sido la salvación de esta casa, donde
con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos
reproducidas, como en un espejo, las imágenes de las realidades futuras.
Mt 17, 2. 3; cf. Lc 9, 32. 34
R. El rostro de Jesús se puso brillante como el sol; * y
los discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se llenaron de temor.
V. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con Jesús.
R. Y los discípulos, al contemplarlo circundado de gloria, se
llenaron de temor.
*Lecturas del Transfiguración del Señor*
6 de agosto
Evangelio
*Lectura
del santo evangelio según san Marcos (9,2-10)*
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos
solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, corno no puede dejarlos ningún batanero
del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está
aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elías.»
Estaban asustados, y no sabía lo que decía.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Éste es mi Hijo
amado; escuchadlo.»
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con
ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que
habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar
de entre los muertos».
Palabra del Señor
Canto Evangélico
Antifona: Una
voz, desde la nube, decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo.» Aleluya.
Benedictus
Lc 1, 68-79
El Mesías y
su precursor
+ Bendito
sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Acudamos
al Padre, que maravillosamente transfiguró a Jesucristo, nuestro Salvador, en
el monte santo, y digámosle con fe:
*Que tu luz, Señor, nos haga ver la
luz*.
Padre lleno de amor, tú que transfiguraste a tu Hijo amado en la montaña santa
y, por medio de la nube luminosa, te manifestaste a ti mismo, — haz que
escuchemos siempre fielmente la voz de tu Hijo amado.
Señor, tú que nos nutres de lo sabroso de tu casa y nos das a beber del torrente
de tus delicias, — haz que sepamos contemplar en la gloria de tu Hijo
transfigurado nuestra futura condición gloriosa.
Tú que hiciste que del seno de las tinieblas brillara la luz y has hecho
brillar nuestros corazones para que contemplaran tu gloria en el rostro de
Cristo, — haz que tu Iglesia viva atenta a la contemplación de las maravillas
de tu Hijo amado.
Tú que nos has llamado con una vocación santa, por tu gracia manifestada con la
aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, — ilumina a todos los hombres con
el Evangelio, para que lleguen al conocimiento de la vida incorruptible.
Padre amantísimo, tú que nos has tenido un amor tan grande que has querido nos
llamáramos hijos tuyos y que lo fuéramos en verdad, haz que, cuando Cristo se
manifieste en su gloria, nosotros seamos semejantes a él.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Ya que Dios nos ha llamado a ser sus hijos, acudamos a nuestro Padre, diciendo:
Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre
nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oremos:
Oh Dios,
que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de
la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente
nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que,
escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día coherederos
de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
V. El
Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
*Vísperas*
*LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR*
V. Dios
mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.
Himno
El dolor extendido por tu cuerpo,
sometida tu alma como un lago,
vas a morir y mueres por nosotros
ante el Padre que acepta perdonándonos.
Cristo, gracias aún, gracias, que aún duele
tu agonía en el mundo, en tus hermanos.
Que hay hambre, ese resumen de injusticias;
que hay hombre en el que estás crucificado.
Gracias por tu palabra que está viva,
y aquí la van diciendo nuestros labios;
gracias porque eres Dios y hablas a Dios
de nuestras soledades, nuestros bandos.
Que no existan verdugos, que no insistan;
rezas hoy con nosotros que rezamos.
Porque existen las víctimas, el llanto. Amén.
Salmodia
Antífona
1: Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los
llevó aparte a un alto monte, y se transfiguró en su presencia.
Salmo 109, 1-5. 7
Oráculo
del Señor a mi Señor:
"siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies".
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.
"Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora".
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
"Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec".
El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.
Antífona
2: Una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que
dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias.»
Salmo 120
Levanto
mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
Antífona
3: Cuando bajaban del monte, les dio Jesús esta orden: «A nadie deis
a conocer esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los
muertos.» Aleluya.
Cántico Cf. 1 Tm 3, 16
R. Alabad
al Señor, todas las naciones.
Cristo, manifestado en fragilidad humana,
santificado por el Espíritu.
R. Alabad al Señor, todas las naciones.
Cristo, mostrado a los ángeles,
proclamado a los gentiles.
R. Alabad al Señor, todas las naciones.
Cristo, objeto de fe para el mundo,
elevado a la gloria.
R. Alabad al Señor, todas las naciones.
Lectura Breve
Rm 8, 16-17
El mismo
Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios; y, si somos
hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, si
es que padecemos juntamente con Cristo, para ser glorificados juntamente con
él.
Responsorio Breve
V. Honor
y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
V. Fuerza y esplendor están en su templo.
R. Aleluya, aleluya.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Honor y majestad lo preceden. Aleluya, aleluya.
Canto Evangélico
Antifona: Al
oír la voz, los discípulos cayeron sobre sus rostros, sobrecogidos de temor;
pero Jesús se llegó a ellos y, tocándolos con la mano, les dijo: «Levantaos, no
tengáis miedo.» Aleluya.
Magnificat
Lc 1, 46-55
Alegría del
alma en el Señor
Proclama
mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
—como lo había prometido a nuestros padres—
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Gloria al
Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
Preces
Acudamos
a nuestro Salvador, maravillosamente transfigurado ante sus discípulos, en el
monte santo, y digámosle con fe:
Ilumina, Señor, nuestras tinieblas.
Oh Cristo, que, antes de entregarte a la pasión, quisiste manifestar en tu cuerpo
transfigurado la gloria de la resurrección futura, te pedimos por la Iglesia
que sufre, — que, en medio de las dificultades del mundo, viva transfigurada
por la esperanza de tu victoria.
Cristo, Señor nuestro, que tomando a Pedro, Santiago y Juan los llevaste contigo
a un monte alto, te pedimos por el papa N. y por los obispos, — que, llenos de
aquella paz y alegría que son fruto de la esperanza en la resurrección, sirvan
fielmente a tu pueblo.
Cristo Jesús, que desde el monte santo hiciste brillar tu rostro sobre Moisés y
Elías, te pedimos por Israel, el pueblo que hiciste tuyo desde tiempos
antiguos, — concédele que alcance la plenitud de la redención.
Cristo, esperanza nuestra, que iluminaste al mundo entero cuando sobre ti amaneció
la gloria del Creador, te pedimos por todos los hombres de buena voluntad, —
haz que caminen siempre siguiendo el resplandor de tu luz.
Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.
Cristo, Salvador nuestro, que transformarás nuestro frágil cuerpo en cuerpo
glorioso como el tuyo, te pedimos por nuestros hermanos difuntos,
— transfórmalos a imagen tuya y admítelos ya en tu gloria.
Llenos de esperanza, oremos al Padre como Cristo nos enseñó: Padre nuestro.
Padre Nuestro
Padre
nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.
Oración
Oh Dios,
que en la gloriosa Transfiguración de tu Unigénito confirmaste los misterios de
la fe con el testimonio de los profetas, y prefiguraste maravillosamente
nuestra perfecta adopción como hijos tuyos, concédenos, te rogamos, que,
escuchando siempre la palabra de tu Hijo, el Predilecto, seamos un día
coherederos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los
siglos.
Amén.
V. El
Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.