Musica Para el Alma

martes, 28 de abril de 2020

LAS LAUDES DEL MIÉRCOLES 29 ORACIÓN PARA INICIAR EL DIA


Abre, Señor, mi boca para bendecir tu santo nombre; limpia mi corazón de todos los pensamientos vanos, perversos y ajenos; ilumina mi entendimiento y enciende mi sentimiento para que, digna, atenta y devotamente pueda recitar este Oficio, y merezca ser escuchado en la presencia de tu divina majestad. Por Cristo nuestro Señor. Amén


Laudes - MIÉRCOLES III SEMANA DE PASCUA 2020
Miércoles, 29 de abril de 2020.
Invitatorio
V. Señor, ábreme los labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya.
Salmo 94
Invitación a la alabanza divina
Animaos los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy». (Hb 3,13)
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos.



Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes;
suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.



Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.



Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.



Durante cuarenta años
aquella generación me asqueó, y dije:
“Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.”»



Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antifona: Verdaderamente ha resucitado el Señor. Aleluya

Himno
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?
A mi Señor glorioso,

la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa. Amén. Aleluya

Salmodia
Antífona 1: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor. Aleluya.
Salmo 85
Oración de un pobre ante las adversidades
Bendito sea Dios que nos alienta en nuestras luchas. (2Co 1,3.4)
Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor,
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1: Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor. Aleluya.

Antífona 2: Contemplarán nuestros ojos al Rey en su esplendor. Aleluya.
Is 33,13-16
Dios juzgará con justicia
La promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos. (Hch 2,39)
Los lejanos, escuchad lo que he hecho;
los cercanos, reconoced mi fuerza.

Temen en Sión los pecadores,
y un temblor agarra a los perversos;
«¿Quién de nosotros habitará un fuego devorador,
quién de nosotros habitará una hoguera perpetua?»

El que procede con justicia y habla con rectitud
y rehúsa el lucro de la opresión,
el que sacude la mano rechazando el soborno
y tapa su oído a propuestas sanguinarias,
el que cierra los ojos para no ver la maldad:
ése habitará en lo alto,
tendrá su alcázar en un picacho rocoso,
con abasto de pan y provisión de agua.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2: Contemplarán nuestros ojos al Rey en su esplendor. Aleluya.

Antífona 3: Todos verán la salvación de Dios. Aleluya.
Salmo 97
El Señor, juez vencedor
Este salmo canta la primera venida del Señor y la conversión de las naciones. (S. Atanasio)
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas:
su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad:

tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

Retumbe el mar y cuanto contiene,
la tierra y cuantos la habitan;
aplaudan los ríos, aclamen los montes
al Señor, que llega para regir la tierra.

Regirá el orbe con justicia
y los pueblos con rectitud.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3: Todos verán la salvación de Dios. Aleluya.

Lectura Breve
Rm 6, 8-11
Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para
siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también, considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.

Responsorio Breve
V. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

V. El que por nosotros colgó del madero.
R. Aleluya, aleluya.

V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. El Señor ha resucitado del sepulcro. Aleluya, aleluya.

Primera Lectura
De los Hechos de los apóstoles 9, 23-43
SAULO EN JERUSALÉN. MILAGROS DE PEDRO
Después que transcurrieron muchos días, resolvieron los judíos quitar la vida a Saulo. Pero sus planes llegaron a conocimiento de Saulo. Y como día y noche vigilaban las puertas de la ciudad con el objeto de darle muerte, sus discípulos lo tomaron una noche y lo bajaron por la muralla, descolgándolo en una espuerta. Así, llegó a Jerusalén y allí quiso juntarse con los discípulos; pero todos recelaban de él, pues creían que no era en verdad un discípulo. Por fin Bernabé lo tomó consigo y lo llevó a presencia de los apóstoles. Con todo detalle les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino y cómo éste le había hablado; les contó además cómo Saulo había predicado en Damasco con toda valentía en el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos en Jerusalén y predicaba con toda intrepidez en el nombre del Señor. Hablaba también y discutía con los judíos helenistas, hasta que éstos resolvieron quitarle la vida. Enterados de ello los hermanos, lo llevaron a Cesarea, y de allí lo enviaron a Tarso.
Mientras tanto, la Iglesia disfrutaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, y se edificaba y progresaba en el temor del Señor y estaba llena del consuelo del Espíritu Santo. Pedro, que recorría los diversos lugares, llegó una vez a los fieles que moraban en Lida. Allí encontró a un hombre, llamado Eneas, que era paralítico y llevaba ocho años tendido en cama. Pedro le dijo: «Eneas: Jesús, el Mesías te devuelve la salud. Levántate y arregla tú mismo la cama.
Y al instante se levantó. Lo vieron todos los habitantes de Lida y de Sarón, y se convirtieron al Señor. Había en Joppe una discípula, llamada Tabita —nombre que quiere decir «Gacela»—, que se dedicaba enteramente a las obras de piedad y a hacer limosnas. En aquellos días, cayó enferma y murió. Lavaron su cuerpo y lo colocaron en la habitación superior de la casa. Como Lida está cerca de Joppe, los discípulos, enterados de que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres con este recado: «Ven aquí sin tardar.»
Pedro se puso al instante en camino y se fue con ellos. Apenas llegado allá, le hicieron subir a la habitación superior, donde acudieron todas las viudas llorando y mostrándole las túnicas y mantos que en vida les hiciera Tabita. Pedro hizo salir a todos se puso de rodillas e hizo oración; después, volviéndose hacia el cadáver, exclamó: «Tabita, levántate.» Abrió ella los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó, Él le dio la mano, y la ayudó a ponerse en pie. Y, llamando a los fieles y a las viudas, se la devolvió con vida. Todo Joppe se enteró del hecho, y muchos creyeron en el Señor. Pedro se quedó bastantes días en Joppe, en casa de un curtidor, llamado Simón.

Responsorio Jn 14, 12. 13

R. El que crea plenamente en mí * hará las mismas obras que yo hago. Aleluya.

V. Cuanto pidáis en mi nombre yo lo concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.

R. Hará las mismas obras que yo hago. Aleluya.

Segunda Lectura
De la primera Apología de san Justino, mártir, en defensa de los cristianos
(Cap. 61: PG 6, 419-422)
EL BAUTISMO DEL NUEVO NACIMIENTO
Vamos a exponer de qué manera, renovados por Cristo nos hemos consagrado a Dios. A quienes aceptan y creen que son verdad las cosas que enseñamos y exponemos y prometen vivir de acuerdo con estas enseñanzas, les instruimos para que oren a Dios con
ayunos, y pidan perdón de sus pecados pasados, mientras nosotros, por nuestra parte, oramos y ayunamos también juntamente con ellos. Luego los conducimos a un lugar donde hay agua, para que sean regenerados del mismo modo que fuimos regenerados nosotros. Entonces reciben el baño del bautismo el
nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo. Pues Cristo dijo: El que no nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de los cielos. Ahora bien, es evidente para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres. También el profeta Isaías nos dice de qué modo puede librarse de sus pecados quienes pecaron y quieren convertirse: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor. Los apóstoles nos explican la razón de todo esto. En nuestra primera generación,
fuimos engendrados de un modo inconsciente por nuestra parte, y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos
también un nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra libre y consciente elección, y lleguemos a obtener el perdón de nuestros pecados pasados, se pronuncia, sobre quienes desean ser regenerados y se convierten de sus pecados, mientras están en el agua, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, único nombre que invoca el ministro cuando introduce en el agua al que va a ser bautizado. Nadie, en efecto, es capaz de poner nombre al Dios inefable, y si alguien se atreve a decir que hay un nombre que expresa lo que es Dios es que está rematadamente loco. A este baño lo llamamos «iluminación» para dar a entender que los que son iniciados
en esta doctrina quedan iluminados. También se invoca sobre el que ha de ser iluminado el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y el nombre del Espíritu Santo que, por medio de los profetas, anunció de antemano todo lo que se refiere a Jesús.

Responsorio Jn 3, 5-6

R. Jesús dijo a Nicodemo: «Yo te lo aseguro: * el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios.» Aleluya.
V. Lo que de la carne nace carne es, y lo que nace del espíritu,  espíritu es.
R. El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Aleluya.

Miércoles, 29 de abril de 2020
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (6,35-40):

   35 Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
   36 Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis.
   37 Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera;
   38 porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado.
    39 Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.
   40 Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»

Palabra del Señor

Canto Evangélico
Antifona: Todo el que ve al Hijo y cree en él tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Aleluya.
Benedictus Lc 1, 68-79
El Mesías y su precursor
+ Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo,
por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia
que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

Antifona: Todo el que ve al Hijo y cree en él tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Aleluya.


Preces
Oremos a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, y aclamémoslo, diciendo:

*Por tu victoria, sálvanos, Señor*.

Salvador nuestro, Señor Jesús, que con tu victoria sobre la muerte nos has alegrado y con tu resurrección nos has exaltado y nos has enriquecido, — ilumina hoy nuestras mentes y santifica nuestra jornada con la gracia de tu Espíritu Santo.

Tú que en el cielo eres glorificado por los ángeles y en la tierra eres adorado por los hombres, — recibe la adoración que en espíritu y verdad te tributamos en estas fiestas de tu resurrección.

Sálvanos, Señor Jesús, muestra tu amor y tu misericordia al pueblo que confía en tu resurrección, — y, compadecido de nosotros, defiéndenos hoy de todo mal.

Rey de la gloria y vida nuestra, haz que, cuando te manifiestes al mundo, — podamos aparecer también nosotros juntamente contigo en la gloria.

Aquí se pueden añadir algunas intenciones libres.

Concluyamos nuestra oración, diciendo juntos las palabras de Jesús, nuestro maestro:
Padre nuestro.

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en tentación,
y líbranos del mal.

Oremos:
Ven, Señor, en ayuda de tu familia, y a cuantos hemos recibido el don de la fe concédenos tener parte en la herencia eterna de tu Hijo resucitado. Él que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.