PRIMERA LECTURA
De los Hechos de los apóstoles . 13, 14b-43
DISCURSO DE PABLO EN LA SINAGOGA DE ANTIOQUÍA DE PISIDIA
En aquellos días, Pablo y sus compañeros entraron un sábado en la sinagoga, donde tomaron asiento. Después de la lectura de la ley y de los profetas, los jefes de la sinagoga les hicieron esta invitación:
«Hermanos, si tenéis alguna palabra para enfervorizar al pueblo, decidla.»
Pablo se levantó y, haciendo una señal con la mano, dijo:
«Hombres de Israel y vosotros, los que adoráis a Dios, escuchad. El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres, engrandeció al pueblo durante su estancia en la tierra de Egipto y, con el poder de su brazo, los sacó de allí. Durante unos cuarenta años los cuidó y llevó por el desierto, como una madre lleva y cuida a su hijo. Y, exterminando a siete naciones en la tierra de Canaán, se la dio en heredad. Habían pasado unos cuatrocientos cincuenta años. Después, hasta el profeta Samuel, les dio jueces. Como luego pidiesen un rey, Dios les dio a Saúl, hijo de Cis, de la tribu de Benjamín, que reinó por espacio de cuarenta años. Después que destituyó a éste, les dio por rey a David, de quien dijo estas hermosas palabras: "He encontrado en David, hijo de Jesé, un hombre según mi corazón. Él cumplirá en todo mi voluntad." Según lo prometido, Dios sacó para Israel de la descendencia de David un Salvador, Jesús. Y su precursor fue Juan. Ya éste, antes de presentarse Jesús, había predicado a todo el pueblo de Israel un bautismo como señal de arrepentimiento. Y, cuando estaba para terminar su misión, solía decir: "No soy yo el que vosotros os imagináis. Pero, mirad, viene otro después de mí; y yo no soy digno de desatar su calzado."
Hermanos, hijos de Abraham y los que adoráis a Dios, a vosotros envía Dios este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus jefes no reconocieron a Jesús, pero, al condenarlo a muerte, dieron cumplimiento a las palabras de los profetas que se leen cada sábado. Y, a pesar de que no encontraron en él causa alguna digna de muerte, pidieron a Pilato que lo hiciera morir. Una vez que cumplieron todo lo que de él estaba escrito, lo bajaron de la cruz y lo depositaron en un sepulcro. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Y durante muchos días se apareció a los que con él habían subido de Galilea a Jerusalén: éstos, efectivamente, dan ahora testimonio de él ante el pueblo. Y nosotros os damos la buena nueva: la promesa que Dios hizo a nuestros padres la ha cumplido él ahora con nosotros, sus hijos, resucitando a Jesús, según está escrito en el salmo segundo: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy."
Que Dios lo ha resucitado de entre los muertos para que no vuelva ya nunca a la corrupción, lo dijo con aquellas palabras: "Yo os daré los bienes santos que prometí a David, los que no han de fallar." Por eso, afirma en otro lugar: "No permitirás que tu santo experimente la corrupción." Ahora bien, David, después de haber servido durante su vida a los designios de Dios, murió, fue a reunirse con sus padres y experimentó la corrupción del sepulcro. Pero aquel a quien Dios resucitó no pasó por la corrupción.
Sabed, pues, hermanos, que por medio de Jesús os ofrece Dios el perdón de los pecados. Y, por él, todo el que tiene fe alcanza la justificación que no habéis podido alcanzar vosotros por la ley de Moisés. Mirad, pues, que no os suceda lo que dijeron los profetas: "¡Mirad, desdeñosos, asombraos y desapareced! Porque en vuestros días voy a realizar una obra tal, que si os la contaran no la creeríais."»
A la salida, rogaron a Pablo y Bernabé que el sábado siguiente les hablaran de las mismas cosas. Después que se disolvió la reunión, muchos judíos y prosélitos, adoradores de Dios, siguieron a Pablo y Bernabé. Éstos, en sus conversaciones, les instaban a permanecer en la gracia de Dios.
RESPONSORIO Hch 13, 32. 33; cf. Jdt 13, 18
R. La promesa que Dios hizo a nuestros padres la ha cumplido él ahora con nosotros, * resucitando a Jesús. Aleluya.
V. Dios no ha retirado su misericordia de la casa de Israel.
R. Resucitando a Jesús. Aleluya.
SEGUNDA LECTURA
De los Sermones de san Pedro Crisólogo, obispo
(Sermón 108: PL 52, 499-500)
SÉ SACRIFICIO Y SACERDOTE PARA DIOS
Os exhorto por la misericordia de Dios. Pablo, o, mejor dicho, Dios por boca de Pablo, nos exhorta porque prefiere ser amado antes que temido. Nos exhorta porque prefiere ser padre antes que Señor. Nos exhorta Dios, por su misericordia, para que no tenga que castigarnos por su rigor.
Oye lo que dice el Señor: «Ved, ved en mí vuestro propio cuerpo, vuestros miembros, vuestras entrañas, vuestros huesos, vuestra sangre. Y si teméis lo que es de Dios, ¿por qué no amáis lo que es también vuestro? Si rehuís al que es Señor, ¿por qué no recurrís al que es padre?
Quizás os avergüence la magnitud de mis sufrimientos, de los que vosotros habéis sido la causa. No temáis. La cruz, más que herirme a mí, hirió a la muerte. Estos clavos, más que infligirme dolor, fijan en mí un amor más grande hacia vosotros. Estas heridas, más que hacerme gemir, os introducen más profundamente en mi interior. La extensión de mi cuerpo en la cruz, más que aumentar mi sufrimiento, sirve para prepararos un regazo más amplio. La efusión de mi sangre, más que una pérdida para mí, es el precio de vuestra redención.
Venid, pues, volved a mí, y comprobaréis que soy padre, al ver cómo devuelvo bien por mal, amor por injurias, tan gran caridad por tan graves heridas.»
Pero oigamos ya qué es lo que nos pide el Apóstol: Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos. Este ruego del Apóstol promueve a todos los hombres a la altísima dignidad del sacerdocio. A presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Inaudito ministerio del sacerdocio cristiano: el hombre es a la vez víctima y sacerdote; el hombre no ha de buscar fuera de sí qué ofrecer a Dios, sino que aporta consigo, en su misma persona, lo que ha de sacrificar a Dios; la víctima y el sacerdote permanecen inalterados; la víctima es inmolada y continúa viva, y el sacerdote oficiante no puede matarla.
Admirable sacrificio, en el que se ofrece el cuerpo sin que sea destruido, y la sangre sin que sea derramada. Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva.
Este sacrificio, hermanos, es semejante al de Cristo, quien inmoló su cuerpo vivo por la vida del mundo: él hizo realmente de su cuerpo una hostia viva, ya que fue muerto y ahora vive. Esta víctima admirable pagó su tributo a la muerte, pero permanece viva, después de haber castigado a la muerte. Por esta razón, los mártires nacen al morir, su fin significa el principio, al matarlos se les dio la vida, y ahora brillan en el cielo, cuando se pensaba haberlos suprimido en la tierra.
Os exhorto -dice-, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa. Es lo que había cantado el profeta: No quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo.
Sé, pues, oh hombre, sacrificio y sacerdote para Dios; no pierdas lo que te ha sido dado por el poder de Dios; revístete de la vestidura de santidad, cíñete el cíngulo de la castidad; sea Cristo el casco de protección para tu cabeza; que la cruz se mantenga en tu frente como una defensa; pon sobre tu pecho el misterio del conocimiento de Dios; haz que arda continuamente el incienso aromático de tu oración; empuña la espada del Espíritu; haz de tu corazón un altar; y así, puesta en Dios tu confianza, lleva tu cuerpo al sacrificio.
Lo que pide Dios es la fe, no la muerte; tiene sed de tu buena intención, no de sangre; se satisface con la buena voluntad, no con matanzas.
RESPONSORIO Ap 5, 9. 10
R. Eres digno, Señor, de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado * y por tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.
V. Has hecho de nosotros para nuestro Dios un reino de sacerdotes.
R. Y por tu sangre nos compraste para Dios. Aleluya.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios todopoderoso, concédenos que la celebración de las fiestas de Cristo resucitado aumente en nosotros la alegría de saber que estamos salvados. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.