Musica Para el Alma

lunes, 11 de septiembre de 2017

LECTURAS LARGAS

PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Amós 9, 1-15
SALVACIÓN DE LOS JUSTOS
En aquellos días, vi al Señor de pie junto al altar, y me dijo:

«¡Golpea los capiteles y que se desplomen los umbrales! Hazlos trizas sobre las cabezas de todos, y a los que queden los mataré yo a espada; no escapará ni un fugitivo, ni un evadido se salvará. Aunque perforen hasta el infierno, de allí los sacará mi mano; aunque suban hasta el cielo, de allí los derribaré; aunque se escondan en la cumbre del Carmelo, allí los descubriré y prenderé; aunque se oculten de mis ojos en lo profundo del mar, allá enviaré la serpiente que los muerda; aunque vayan prisioneros delante de sus enemigos, allá enviaré la espada que los mate; volveré contra ellos mis ojos para mal, y no para bien.»

El Señor de los ejércitos toca la tierra y se derrite, y desfallecen sus habitantes. La hace crecer como el Nilo, y menguar como el río de Egipto; construye en el cielo su morada, cimienta sobre la tierra su bóveda; convoca las aguas del mar, y las derrama sobre la superficie de la tierra. «El Señor» es su nombre.

«¿No sois para mí como etíopes, hijos de Israel? -dice el Señor-. ¿No hice subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Creta y a los sirios de Quir? Mirad, los ojos del Señor se vuelven contra el reino pecador, lo aniquilaré de la superficie de la tierra; pero no aniquilaré a la casa de Jacob -oráculo del Señor-. Daré órdenes para que zarandeen a Israel entre las naciones, como se zarandea una criba sin que caiga un grano a tierra. Los pecadores de mi pueblo morirán a espada, los que dicen: "No se acerca, no nos alcanza la desgracia."

Aquel día levantaré la tienda caída de David, taparé sus brechas, levantaré sus ruinas como en otros tiempos. Para que posean las primicias de Edom y de todas las naciones donde se invocó mi nombre -oráculo del Señor-.

Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que el que ara seguirá de cerca al segador; el que pisa las uvas, al sembrador; los montes manarán vino, y fluirán los collados. Haré volver los cautivos de Israel, reconstruirán las ciudades destruidas y las habitarán, plantarán viñas y beberán de su vino, cultivarán huertos y comerán de sus frutos. Los plantaré en su suelo, y no serán arrancados de su tierra que yo les di -dice el Señor, tu Dios-.»
RESPONSORIO    Cf. Hch 15, 16-17. 14
R. «Para que busquen al Señor todos los hombres y todas las naciones que invocan mi nombre, * volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída», dice el Señor.
V. Dios intervino para procurarse entre los gentiles un pueblo para su nombre, según lo dice la Escritura.
R. «Volveré y reconstruiré la tienda de David que está caída», dice el Señor.
SEGUNDA LECTURA
De las Cuestiones de san Máximo Confesor, abad, a Talasio
(Cuestión 63: PG 90, 667-670)
LA LUZ QUE ILUMINA A TODO HOMBRE
La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín, sino para ponerla sobre el candelero, así alumbra a todos los que están en la casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que siendo Dios por naturaleza quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

El, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, la cual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres. La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.
RESPONSORIO    Jn 12, 35. 36; 9, 39
R. Caminad mientras tenéis luz, para que las tinieblas no os sorprendan. * Mientras tenéis luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz.
V. Yo he venido a este mundo para que los que no ven vean.
R. Mientras tenéis luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz.

ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, que nos has enviado la redención y concedido la filiación adoptiva, protege con bondad a los hijos que tanto amas, y concédenos, por nuestra fe en Cristo, la verdadera libertad y la herencia eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.