LECTURAS LARGAS
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PRIMERA
LECTURA
Comienza el primer libro de los Reyes 1, 11-35; 2, 10-12
DAVID DESIGNA A SALOMÓN COMO SUCESOR SUYO
En aquellos días, dijo Natán a Betsabé, madre de Salomón:
«¿No has oído que Adonías, hijo de Jagguit, intenta hacerse rey sin saberlo David nuestro Señor? Ahora voy a darte un consejo para que salves tu vida y la vida de tu hijo Salomón. Vete, entra a la presencia del rey David y dile: "¿Acaso tú, rey mi señor, no has jurado a tu sierva: 'Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono'? ¿Pues por qué Adonías se hace el rey?" Y mientras estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti y completaré tus palabras.»
Entró Betsabé a la alcoba del rey; el rey era muy anciano, y Abisag, la sunamita, servía al rey. Arrodillóse Betsabé y se postró ante el rey; éste le dijo:
«¿Qué te pasa?»
Ella le respondió:
«Mi señor, tú has jurado a tu sierva por el Señor tu Dios: "Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono." Pero ahora es Adonías el que se hace el rey, sin que tú, mi señor el rey, lo sepas. Ha sacrificado bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, jefe del ejército, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, mi señor el rey, los ojos de todo Israel te miran para que les indiques quién ha de sentarse en el trono de mi señor el rey, después de él. Y ocurrirá que, cuando mi señor el rey se acueste con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos tratados como culpables.»
Estaba ella hablando con el rey cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey:
«Está aquí el profeta Natán.»
Entró éste a la presencia del rey y se postró sobre su rostro en tierra ante él. Dijo Natán:
«Rey mi señor: ¿es que tú has dicho: "Adonías reinará después de mí y él será el que se siente sobre mi trono"? Porque ha bajado hoy a sacrificar bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar; están ahora comiendo y bebiendo en su presencia y gritan: "Viva el rey Adonías." Pero yo, tu siervo, y el sacerdote Sadoq y Benaías, hijo de Yehoyadá, y tu siervo Salomón no hemos sido invitados. ¿Es que viene esto de orden de mi señor el rey, y no has dado a conocer a tus siervos quién se sentará después de él en el trono de mi señor el rey?»
El rey David respondió diciendo:
«Llamadme a Betsabé.»
Entró ella a la presencia del rey y se sentó ante él. El rey hizo este juramento:
«Vive el Señor que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por el Señor, Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará sobre mi trono en mi lugar", así lo haré hoy mismo.»
Se arrodilló Betsabé rostro en tierra, se postró ante el rey y dijo:
«Viva por siempre mi señor el rey David.»
Dijo el rey David:
«Llamadme al sacerdote Sadoq, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Yehoyadá.»
Y entraron a presencia del rey. El rey les dijo:
«Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, haced montar a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadlo a Guijón. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel, tocaréis el cuerno y gritaréis: "Viva el rey Salomón." Vendréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono, y él reinará en mi lugar, porque lo pongo como caudillo de Israel y de Judá.»
David descansó con sus padres y lo sepultaron en la ciudad de David. Reinó sobre Israel cuarenta años; reinó en Hebrón siete años, y en Jerusalén treinta y tres. Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino se afianzó sólidamente en su mano.
RESPONSORIO Ct 3, 11; Sal 71, 1. 2
R. Hijas de Sión, salid a contemplar al rey Salomón con la diadema con que lo coronó su madre, * en el día del gozo de su corazón.
V. Dios mío, confía tu juicio al rey, para que rija a tus humildes con rectitud.
R. En el día del gozo de su corazón.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 43, 89-90: CSEL 64, 324-326)
HA RESPLANDECIDO SOBRE NOSOTROS LA LUZ DE TU ROSTRO
¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?
En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.
¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.
Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.
¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro.
RESPONSORIO 2Co 4, 6; Hb 10, 32
R. El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», * ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
V. Traed a la memoria los días primeros, en que, después de haber sido iluminados, soportasteis tan duros combates y padecimientos.
R. Ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Mira con misericordia a estos tus hijos, Señor, y multiplica tu gracia sobre nosotros, para que, fervorosos en la fe, la esperanza y el amor, perseveremos en el fiel cumplimiento de tus mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.
Comienza el primer libro de los Reyes 1, 11-35; 2, 10-12
DAVID DESIGNA A SALOMÓN COMO SUCESOR SUYO
En aquellos días, dijo Natán a Betsabé, madre de Salomón:
«¿No has oído que Adonías, hijo de Jagguit, intenta hacerse rey sin saberlo David nuestro Señor? Ahora voy a darte un consejo para que salves tu vida y la vida de tu hijo Salomón. Vete, entra a la presencia del rey David y dile: "¿Acaso tú, rey mi señor, no has jurado a tu sierva: 'Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono'? ¿Pues por qué Adonías se hace el rey?" Y mientras estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti y completaré tus palabras.»
Entró Betsabé a la alcoba del rey; el rey era muy anciano, y Abisag, la sunamita, servía al rey. Arrodillóse Betsabé y se postró ante el rey; éste le dijo:
«¿Qué te pasa?»
Ella le respondió:
«Mi señor, tú has jurado a tu sierva por el Señor tu Dios: "Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará en mi trono." Pero ahora es Adonías el que se hace el rey, sin que tú, mi señor el rey, lo sepas. Ha sacrificado bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y a Joab, jefe del ejército, pero no ha invitado a tu siervo Salomón. Ahora, mi señor el rey, los ojos de todo Israel te miran para que les indiques quién ha de sentarse en el trono de mi señor el rey, después de él. Y ocurrirá que, cuando mi señor el rey se acueste con sus padres, yo y mi hijo Salomón seremos tratados como culpables.»
Estaba ella hablando con el rey cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey:
«Está aquí el profeta Natán.»
Entró éste a la presencia del rey y se postró sobre su rostro en tierra ante él. Dijo Natán:
«Rey mi señor: ¿es que tú has dicho: "Adonías reinará después de mí y él será el que se siente sobre mi trono"? Porque ha bajado hoy a sacrificar bueyes, vacas cebadas y ovejas en abundancia, invitando a todos los hijos del rey, a los jefes del ejército y al sacerdote Abiatar; están ahora comiendo y bebiendo en su presencia y gritan: "Viva el rey Adonías." Pero yo, tu siervo, y el sacerdote Sadoq y Benaías, hijo de Yehoyadá, y tu siervo Salomón no hemos sido invitados. ¿Es que viene esto de orden de mi señor el rey, y no has dado a conocer a tus siervos quién se sentará después de él en el trono de mi señor el rey?»
El rey David respondió diciendo:
«Llamadme a Betsabé.»
Entró ella a la presencia del rey y se sentó ante él. El rey hizo este juramento:
«Vive el Señor que libró mi alma de toda angustia, que como te juré por el Señor, Dios de Israel, diciendo: "Salomón tu hijo reinará después de mí y él se sentará sobre mi trono en mi lugar", así lo haré hoy mismo.»
Se arrodilló Betsabé rostro en tierra, se postró ante el rey y dijo:
«Viva por siempre mi señor el rey David.»
Dijo el rey David:
«Llamadme al sacerdote Sadoq, al profeta Natán y a Benaías, hijo de Yehoyadá.»
Y entraron a presencia del rey. El rey les dijo:
«Tomad con vosotros a los veteranos de vuestro señor, haced montar a mi hijo Salomón sobre mi propia mula y bajadlo a Guijón. El sacerdote Sadoq y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de Israel, tocaréis el cuerno y gritaréis: "Viva el rey Salomón." Vendréis luego detrás de él, y vendrá a sentarse sobre mi trono, y él reinará en mi lugar, porque lo pongo como caudillo de Israel y de Judá.»
David descansó con sus padres y lo sepultaron en la ciudad de David. Reinó sobre Israel cuarenta años; reinó en Hebrón siete años, y en Jerusalén treinta y tres. Salomón se sentó en el trono de David su padre y el reino se afianzó sólidamente en su mano.
RESPONSORIO Ct 3, 11; Sal 71, 1. 2
R. Hijas de Sión, salid a contemplar al rey Salomón con la diadema con que lo coronó su madre, * en el día del gozo de su corazón.
V. Dios mío, confía tu juicio al rey, para que rija a tus humildes con rectitud.
R. En el día del gozo de su corazón.
SEGUNDA LECTURA
De los Comentarios de san Ambrosio, obispo, sobre los salmos.
(Salmo 43, 89-90: CSEL 64, 324-326)
HA RESPLANDECIDO SOBRE NOSOTROS LA LUZ DE TU ROSTRO
¿Por qué nos escondes tu rostro? Cuando estamos afligidos por algún motivo nos imaginamos que Dios nos esconde su rostro, porque nuestra parte afectiva está como envuelta en tinieblas que nos impiden ver la luz de la verdad. En efecto, si Dios atiende a nuestro estado de ánimo y se digna visitar nuestra mente, entonces estamos seguros de que no hay nada capaz de oscurecer nuestro interior. Porque si el rostro del hombre es la parte más destacada de su cuerpo, de manera que cuando nosotros vemos el rostro de alguna persona es cuando empezamos a conocerla, o cuando nos damos cuenta de que ya la conocíamos, ya que su aspecto nos lo da a conocer, ¿cuánto más no iluminará el rostro de Dios a los que él mira?
En esto, como en tantas otras cosas, el Apóstol, verdadero intérprete de Cristo, nos da una enseñanza magnífica, y sus palabras ofrecen a nuestra mente una nueva perspectiva. Dice, en efecto: El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo. Vemos, pues, de qué manera brilla en nosotros la luz de Cristo. Él es, en efecto, el resplandor eterno de las almas, ya que para esto lo envió el Padre al mundo, para que, iluminados por su rostro, podamos esperar las cosas eternas y celestiales, nosotros que antes nos hallábamos impedidos por la oscuridad de este mundo.
¿Y qué digo de Cristo, si el mismo apóstol Pedro dijo a aquel cojo de nacimiento: Míranos? Él miró a Pedro y quedó iluminado con el don de la fe; porque no hubiese sido curado si antes no hubiese creído confiadamente.
Si ya el poder de los apóstoles era tan grande, comprendemos por qué Zaqueo, al oír que pasaba el Señor Jesús, subió a un árbol, ya que era pequeño de estatura y la multitud le impedía verlo. Vio a Cristo y encontró la luz, lo vio y él, que antes se apoderaba de lo ajeno, empezó a dar lo que era suyo.
¿Por qué nos escondes tu rostro?, esto es: Aunque nos escondes tu rostro, Señor, a pesar de todo, ha resplandecido sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor. A pesar de todo, poseemos esta luz en nuestro corazón y brilla en lo íntimo de nuestro ser; porque nadie puede subsistir, si tú le escondes tu rostro.
RESPONSORIO 2Co 4, 6; Hb 10, 32
R. El mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», * ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
V. Traed a la memoria los días primeros, en que, después de haber sido iluminados, soportasteis tan duros combates y padecimientos.
R. Ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo.
ORACIÓN.
OREMOS,
Mira con misericordia a estos tus hijos, Señor, y multiplica tu gracia sobre nosotros, para que, fervorosos en la fe, la esperanza y el amor, perseveremos en el fiel cumplimiento de tus mandamientos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.