Del libro de las Lamentaciones 2, 11-22
LAMENTOS Y SÚPLICAS
Mis ojos están anegados en llanto, se estremecen mis entrañas, se derrama por tierra mi hiel, por la ruina de la hija de mi pueblo, mientras desfallecen los niños lactantes en las plazas de la ciudad.
Preguntaban a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?», mientras desfallecían, como los heridos, por las calles de la ciudad, mientras expiraban en brazos de sus madres.
¿Quién se te iguala, quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén?, ¿a quién te compararé, para consolarte, virgen, hija de Sión? Inmensa como el mar es tu desgracia: ¿quién podrá curarte? Tus profetas te ofrecían visiones falsas y engañosas; y no te denunciaban tus culpas para cambiar tu suerte, sino que te anunciaban visiones falsas y seductoras.
Los que van por el camino se frotan las manos al verte, silban y menean la cabeza contra la ciudad de Jerusalén: «¿Es ésta la ciudad más hermosa, la alegría de toda la tierra?» Se burlaron a carcajadas de ti todos tus enemigos, silbaron y rechinaron los dientes diciendo: «La hemos arrasado; éste es el día que esperábamos: lo hemos conseguido y lo estamos viendo.»
El Señor ha realizado su designio, ha cumplido la palabra que había pronunciado hace tiempo: ha destruido sin compasión; ha exaltado el poder del adversario, ha dado al enemigo el gozo de la victoria. Grita con toda el alma al Señor; laméntate, Sión, derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche, no te concedas reposo, no descansen tus ojos.
Levántate y grita de noche, al relevo de la guardia, derrama como agua tu corazón en presencia del Señor, levanta hacia él las manos, por la vida de tus niños, desfallecidos de hambre en las encrucijadas:
«Mira, Señor, fíjate: ¿a quién has tratado así? ¿Cuándo las mujeres se han comido a sus hijos, a sus hijos tiernos? ¿Cuándo han asesinado en el templo del Señor a sacerdotes y profetas? Se tienden en el suelo de las calles muchachos y ancianos, mis jóvenes y mis doncellas cayeron a filo de espada; el día de tu ira diste muerte, mataste sin compasión. Convocaste, como para una fiesta, terrores que me cercan: el día de tu ira nadie pudo salvarse ni escapar. A los que yo crié y alimenté los aniquiló el enemigo.»
RESPONSORIO Cf. Lm 2, 18
R. Jerusalén, levántate y despójate de tus vestidos de gloria; vístete de luto y aflicción. * Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de Israel.
V. Derrama torrentes de lágrimas, de día y de noche; que no descansen tus ojos.
R. Porque en ti ha sido ajusticiado el Salvador de Israel.
SEGUNDA LECTURA
De la Homilía de Melitón de Sardes, obispo, Sobre la Pascua
(Núms. 65-71: SC 123, 95-101)
EL CORDERO INMOLADO NOS HA HECHO PASAR DE LA MUERTE A LA VIDA
Los profetas predijeron muchas cosas sobre el misterio pascual, que es el mismo Cristo, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Él vino del cielo a la tierra para remediar los sufrimientos del hombre; se hizo hombre en el seno de la Virgen, y de ella nació como hombre; cargó con los sufrimientos del hombre, mediante su cuerpo, sujeto al dolor, y destruyó los padecimientos de la carne, y él, que era inmortal por el Espíritu, destruyó el poder de la muerte que nos tenía bajo su dominio.
Él fue llevado como una oveja y muerto como un cordero; nos redimió de la seducción del mundo, como antaño de Egipto, y de la esclavitud del demonio, como antaño del poder del Faraón; selló nuestras almas con su Espíritu y los miembros de nuestro cuerpo con su sangre.
Él, aceptando la muerte, sumergió en la derrota a Satanás, como Moisés al Faraón. Él castigó la iniquidad y la injusticia, del mismo modo que Moisés castigó a Egipto con la esterilidad.
Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida, de la tiranía al reino eterno, y ha hecho de nosotros un sacerdocio nuevo, un pueblo elegido, eterno. Él es la Pascua de nuestra salvación.
Él es quien sufría tantas penalidades en la persona de muchos otros: él es quien fue muerto en la persona de Abel y atado en la persona de Isaac, él anduvo peregrino en la persona de Jacob y fue vendido en la persona de José, él fue expósito en la persona de Moisés, degollado en el cordero pascual, perseguido en la persona de David y vilipendiado en la persona de los profetas.
Él se encarnó en el seno de la Virgen, fue colgado en el madero, sepultado bajo tierra y, resucitando de entre los muertos, subió a lo más alto de los cielos.
Éste es el cordero que permanecía mudo y que fue inmolado; éste es el que nació de María, la blanca oveja; éste es el que fue tomado de entre la grey y arrastrado al matadero, inmolado al atardecer y sepultado por la noche; éste es aquel cuyos huesos no fueron quebrados sobre el madero y que en la tumba no experimentó la corrupción; éste es el que resucitó de entre los muertos y resucitó al hombre desde las profundidades del sepulcro.
RESPONSORIO Rm 3, 23-25; Jn 1, 29
R. Todos los hombres pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios; son justificados gratuitamente, mediante la gracia de Cristo, en virtud de la redención realizada en él; * a quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.
V. Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
R. A quien Dios ha propuesto como instrumento de propiciación, por su propia sangre y mediante la fe.
ORACIÓN.
OREMOS,
Dios nuestro, digno, con toda justicia, de ser amado sobre todas las cosas, derrama sobre nosotros los dones de tu gracia, para que la herencia celestial, que la muerte de tu Hijo nos hace esperar confiadamente, logre ser alcanzada por nosotros en virtud de su resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén
CONCLUSIÓN
V. Bendigamos al Señor.
R. Demos gracias a Dios.